Por el mes de mayo llegó a mis manos una maltratada, pero muy hermosa edición de Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. Me encontraba en Pamplona y una feria de libros que recorría todo el país pasaba por la ciudad. Curiosamente el libro se hallaba en la sección de matemáticas, dejado allí seguramente por equivocación. El olor a cinco décadas de impresión y un modesto prólogo de Jorge Luis Borges me convencieron. Debo decir que fue un detalle de Julyanna, a quien debo mi corazón.

Después de algunos desaforados meses, inicié su lectura en septiembre. Las primeras narraciones sólo fueron un abrebocas del maravilloso talento de Bradbury. El escritor estadounidense, nacido en Illinois, te lleva por un viaje interplanetario y evoca las emociones que solo un nostálgico puede poseer. El tono profético que imprime Bradbury en cada historia recuerda, quizás, a las reflexiones que se dan los domingos en la iglesia.

Uno de los aspectos más tétricos de la novela es su inquietante cercanía con los tiempos recientes. ¿Qué nos puede enseñar una obra de hace setenta y nueve años que habla sobre el abuso colonialista de las grandes potencias, el terror por la guerra atómica y el afán por entregarse a los nacionalismos? Quizás Bradbury solo describió lo que le aterraba de su época, pero no es descabellado pensar que, en realidad, estaba profetizando la nuestra.

Hace poco, transcurrió en Nueva York la octogésima Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Lula, Trump, Petro… el auditorio vio desfilar a los protagonistas de la política internacional que, ante los ojos del mundo, proclamaron sus discursos. Entre todos ellos, el que provocó más ruido fue el de Netanyahu, el hombre que juega a la guerra en Gaza y vende el genocidio como un triunfo del sionismo. Sus limitadas palabras se llevaron los titulares, desencadenando una serie de acontecimientos que son todo menos casualidad: la flotilla humanitaria, la advertencia de Trump para desalojar Gaza, los bloqueos diplomáticos… crónicas terrestres que narran la deshumanización del tercer planeta.

Crónicas que se transmiten en directo a través de las telepantallas. Las cámaras enfocan y desenfocan según su interés; los reporteros guionizados suprimen la opinión y los titulares cada vez más sensacionalistas. Quizás Orwell también haga parte de la crónica. En un mundo de información acelerada, cualquier acontecimiento se convierte en noticia; todos quieren ser protagonistas, corren sin conciencia hacia el campo de batalla, esperando la atención de un micrófono. La imagen es hoy el recurso político más poderoso, y los agentes del mal lo saben muy bien.

Cierta noche me asomé por la ventana. La luz de luna iluminaba el cielo y el silencio me hizo pensar en las otras noches, en las vidas de quienes viven con la esperanza de un mundo mejor y en la de los que se cansaron de esperar. Crónicas Marcianas es una historia fascinante y desgarradora que, si se lee con atención, podría revelar muchos de los enigmas que hoy se acontecen, un clásico muy vigente, indispensable para entender el mundo actual. ¿Estará condenado el tercer planeta?