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Esteban Ramírez

Fundación Universitaria del Área Andina

Si se va a matar le pido que no lo haga en casa. Es cansada esa sensación de tener que cuidarle cada cierto tiempo, como si de un veneno compartido se tratase. Ya no estoy en esa edad que antes me causaba admiración y síntomas de romance esas ideas infantiles. ¿Qué es eso de hacerse un Caicedo?, no sea ególatra, se lo pido casi con el corazón destrozado de pensar con tanta premura lo que aquí intento plasmar. Hace un tiempo mi miedo era genuino, ahora no siento nada. A mí la vida me terminó convirtiendo en esto, una especie de ser anodino sin sentido o sin ganas de hacer un mínimo esfuerzo. Detesto profundamente mi trabajo en la oficina, tener que hacer un montón de actividades para que no venga el listo de turno a decir que ando robando al patrón por ir al baño a llorar en silencio. Me pesa tanto cuando usted expresa tan a la ligera esa intención de morir casi sin medir sus palabras. ¿Es acaso mi vida una novela y usted un artificio mal planteado? Lo creo. Siento que es así desde su nacimiento. Lo detesto como solo se detesta a un hermano putativo. No es mi culpa que su alma atormentada se sienta igual a Wilde y venga tirando ideas sobre Cristo, el amor y solicitar la reivindicación de un tercero.

Si quiere una imagen poderosa de la literatura entonces vaya corriendo a mi librería, extraiga a Mejía Vallejo y encuentre la historia de la campesina abierta por el vientre y de cómo le sacaron el feto. Igual que yo con tantas ideas suyas, el hijo se retorcía en el polvo. Caminando bajo la sombra del almendro fui capaz de ponerme un segundo en sus zapatos. No soy Schumann escribiendo Carnaval, soy yo mismo haciendo una reflexión venturosa frente al espejo, casi sin orden, filtro o credo. No soy su amigo y siempre tuve que actuar de salvavidas. Su cable a tierra, un recuerdo en medio de la caja de la abuela, dos barras de chocolate y una pedrada con tanta fuerza que la sangre aún sabe y me genera ese rechazo a los correazos, a los niños y sobre todo a los hermanos que se abrazan. No quiero hacer cortas mis frases, mi intención, ante todo, es que usted se quede sin aire. Sin posibilidades de respirar el apuro que me brota de los dedos. El suspiro de un beso ajeno o el deseo de la envidia. Cuando usted dice que va a morir, todos mueren antes que usted.  No puedo hacer lo mismo. Padre, con la mano renca, me ha golpeado tantas veces y tan fuerte que no veo diferencia entre esta existencia y el infierno. Ni Dante fue tan capaz de crear una imagen tan nítida de lo que al otro lado nos espera y usted viene aquí a tirar cuentos sin parangón alguno. Maldito poeta y como maldito ninguno.

Usted fue escritor y vivió en el lujo de la austeridad terrible, vendiendo esquelas a céntimos y poemas por besos efímeros. Yo tuve que sustentar lo que era básico en su vida, que una comida, que si dormir, que si viajar. Me inspiró a escribir, cuando quise publicar fue Nimisca quien me vetó de los círculos editoriales con la excusa de “no ser suficiente original” y “no respetar el arte de mi hermano”. ¿Qué carajos significa eso? ¿Soy responsable de hacer eternos sus berrinches treintañeros cuando el cáncer de la apatía me da un suspiro veraniego? No tengo más que decirle, creo que se entiende lo que quiero pedirle y si no lo ha entendido es porque usted no sabe leer, no se toma el tiempo de entender mis ideas tan desfachatadas como convulsas. A fin de cuentas, usted siempre quiere morir cuando yo ya vengo bastante muerto

Si se va a matar hágalo pronto, en lo que a mí respecta usted ya está muerto.

 

Bacatá, 24´

ISSN: 3028-385X

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