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¿Compromiso social o marketing personal? El dilema del servicio social en las nuevas generaciones

Foto: Techo Colombia
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Valeria Sierra Cardona

Universidad Javeriana de Cali

El servicio social ha sido históricamente una herramienta poderosa para generar impacto e intervenir en realidades que suelen permanecer al margen del entorno. Abordar comunidades vulnerables con poco o ningún acceso a servicios básicos, poblaciones desplazadas, personas mayores en abandono o jóvenes en riesgo, son el público objetivo en la mayoría de los casos. Atendiendo a eso, se idean acciones como actividades de alfabetización, acompañamiento psicológico, distribución de alimentos o apoyo en centros comunitarios, no solo buscando aliviar una necesidad inmediata, sino también formar a quienes las realizan. En teoría, el servicio debería ser una experiencia que moldee ciudadanos empáticos. Es decir, personas capaces de entender la vida ajena, actuar frente a la injusticia y comprometerse con la transformación colectiva; ciudadanos no solo enfocados en el progreso individual.

 

Sin embargo, en los últimos años, su sentido ha comenzado a diluirse en medio de una cultura de la inmediatez, la imagen y la validación digital. Cada vez es más común ver jóvenes participando en actividades de voluntariado que terminan siendo más visibles en redes sociales que en las comunidades a las que supuestamente buscan servir. Fotografías con niños en situación de pobreza, videos entregando alimentos o publicaciones con mensajes inspiradores se viralizan bajo frases como “cambio” y “conciencia”. Pero, ¿estamos realmente frente a un compromiso genuino o simplemente ante una estrategia de autopromoción?

 

La realidad es incómoda, muchos jóvenes participan en proyectos sociales no por convicción, sino por conveniencia. El servicio se ha convertido, en muchos casos, en un ítem más para la hoja de vida, en una forma de diferenciarse en un mercado laboral cada vez más competitivo. Plataformas como LinkedIn, que originalmente fueron creadas para conectar profesionalmente, hoy se transforman en vitrinas donde la imagen de “joven comprometido” es cuidadosamente construida y exhibida. Cada día más usuarios publican sus experiencias sociales no solo como evidencia de su compromiso, sino también como una forma de generar una marca personal atractiva para reclutadores y redes de contacto.

 

Esto no significa que no existan jóvenes comprometidos con causas reales. Claro que los hay, y su trabajo merece ser reconocido. Pero es innegable que hay una tendencia creciente hacia la “solidaridad performativa”, esa que busca más el reconocimiento externo que la transformación interna o el cambio estructural.

 

El problema no está en mostrar lo que se hace, sino en por qué se hace. ¿El foco está en ayudar o en ser visto ayudando? ¿La intención es transformar una realidad o simplemente alimentar una narrativa personal de empatía y liderazgo? ¿O será acaso que se busca cumplir con el estereotipo de perfección que la sociedad demanda? ¿Y qué pasa con la necesidad constante de “hacer” para ser aceptado, productivo y válido ante los ojos de los demás?

 

El servicio social sigue siendo necesario. Más que nunca, de hecho. Pero necesita ser resignificado. Las instituciones educativas, las organizaciones y los propios jóvenes deben preguntarse si ese "servicio" realmente está generando impacto o si está reproduciendo estereotipos y manteniendo dinámicas desiguales bajo una apariencia de altruismo.

 

En un país marcado por múltiples crisis sociales y políticas, donde la desigualdad, la violencia y la pobreza afectan a amplias comunidades desde zonas rurales impactadas por conflictos armados hasta barrios urbanos en situación de marginalidad, la vocación del servicio social debe surgir de un compromiso ético profundo y una voluntad genuina de transformar realidades. Aquí, el servicio social no puede ser un acto para la cámara, sino un llamado urgente a la acción consciente, que requiere empatía verdadera, perseverancia y humildad frente a los retos que atraviesan nuestras comunidades.

 

Entonces, ¿estamos dispuestos a cuestionar nuestras verdaderas motivaciones? ¿Estamos preparados para que el servicio social deje de ser un mero trámite o un escenario para mostrar una imagen, y se convierta en un compromiso real con el otro, con la transformación social?

ISSN: 3028-385X

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