Cuando la memoria incomoda: censura y resistencia en la Pedagógica


Dilan Bocanegra Avellaneda
Universidad Pedagógica Nacional
"Hay también fuerzas sociales que intentan borrar y transformar, como si al cambiar la forma y la función de un lugar se borrara la memoria".
Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria
Desde las raíces firmes de la Pampa nos llega una voz que nos convoca a reflexionar sobre los murales y los espacios de memoria en tiempos de odio y censura. Hoy, la violencia no solo se ejerce con armas o desapariciones forzadas; también se manifiesta en los intentos de borrar los rastros de quienes fueron arrebatados por la brutalidad de distintos sectores, incluido el Estado. Poner en diálogo a Jelin con la realidad actual resulta urgente, especialmente si comprendemos la memoria como un derecho y como un camino ineludible hacia la verdad sobre los más de setenta años de conflicto social y armado en Colombia.
La universidad pública, y en especial la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), enfrenta esta problemática. En los primeros días de enero, los muros exteriores de la institución fueron censurados y vandalizados por agentes externos, silenciando con pintura gris los rostros y nombres que han hecho de sus paredes un sagrario de la memoria. No se trata solo de estudiantes y trabajadores de la UPN, como Eduardo Loffsner Torres, líder sindical desaparecido en 1986; Carlos Alberto Pedraza Salcedo, líder social asesinado en 2015; o Andrés Junca y Andrés Barbosa Vivas, ambos egresados de la Universidad Pedagógica. También han sido confiadas a estos muros las memorias de personas que, sin haber sido parte de la universidad, encontraron en ella un refugio simbólico: rostros como los de Kooby, estudiante de la Universidad ECCI asesinado por la Policía en 2022; "Bigotes", "Coco" y Dubán Felipe Barros, jóvenes que participaron en el estallido social de 2021 y que fueron arrebatados por diferentes actores del Estado y paraestatales; o Carolina Garzón Ardila, estudiante de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas desaparecida forzadamente en Ecuador en 2012, entre otros. Todos ellos han sido revictimizados con estos actos de censura. No solo se intenta borrar sus huellas, sino también acallar las voces de sus familias, que llevan años exigiendo justicia y verdad.
En este contexto, la UPN se configura como un sagrario de la memoria, un espacio donde la historia no solo se investiga, sino que se mantiene viva en sus muros. Cada pared es un archivo vivo, un testimonio que interpela a quienes transitan por la universidad. Los murales, lejos de ser simples expresiones artísticas, son superficies de resistencia y enseñanza, espacios donde la memoria trasciende lo institucional y se convierte en un ejercicio colectivo donde lo personal y lo político se entrelazan.
Elizabeth Jelin (2002) señala que la memoria no es un simple depósito de recuerdos, sino un campo de disputas donde distintos actores construyen sentidos sobre el pasado. En la Pedagógica, esta disputa se hace visible en los murales, donde cada trazo y cada nombre representan una batalla contra el olvido y una afirmación de la vida. Los muros no solo evocan lo que fue, sino que también construyen un presente donde la memoria se convierte en acción, invitando a la comunidad universitaria a posicionarse frente a las historias que allí se narran.
Ejemplo de este compromiso con la memoria es el Memorial a las nueve víctimas de la Universidad Pedagógica Nacional, una obra de arte colectiva creada en 2016 en la sede de la calle 72. Diseñada bajo la guía del artista y egresado Daniel Esquivia Zapata, con la supervisión del profesor Crisanto Gómez y el respaldo del entonces rector Adolfo Atehortúa, esta obra buscó restaurar simbólicamente la dignidad de nueve víctimas de la violencia entre 1985 y 2015. Más que un mural, es un sagrario que resguarda sus voces, latidos y huellas. En él se encuentran no solo sus rostros, sino también fragmentos de su vida: diplomas, escritos propios, canciones favoritas, equipos de fútbol que seguían, poemas y cartas de sus familiares, todo bellamente plasmado como una forma de recordar que fueron mucho más que cifras en un informe de violencia.
Otro ejemplo de esta memoria viva es el muro ubicado en la calle 72 con carrera 11, dedicado a Eduardo Loffsner Torres. Durante más de veinte años, su familia y amigos lo restauraron y cuidaron como un vigía de la memoria, hasta que fue censurado en enero. Ante esto, Luz Marina Hache, compañera de Eduardo, expresó en una entrevista durante la jornada de restauración: "Está la memoria en disputa, (…) quieren que nosotros olvidemos y nosotros pensamos que no vamos a olvidar, que estamos reivindicando a nuestros seres queridos que han sido víctimas de un delito atroz como es la desaparición forzada". Restaurar y resignificar estos espacios se vuelve, entonces, un acto de resistencia ineludible.

Foto: Universidad Pedagógica Nacional
En la Universidad Pedagógica Nacional, la memoria se construye a partir de dos dimensiones que conviven y se entrelazan: las memorias propias y las memorias dadas. Las primeras pertenecen a la comunidad universitaria y están ancladas en la historia de quienes han sido parte de ella: estudiantes, docentes y trabajadores que han dejado huella a través de su lucha, sus prácticas y su legado. Estas memorias se manifiestan en murales, rituales conmemorativos y expresiones de resistencia que mantienen viva la historia de la universidad. Por otro lado, las memorias dadas son aquellas que han sido confiadas a la Pedagógica por familias, colectivos y comunidades externas que han encontrado en sus muros un refugio para la memoria de sus seres queridos, víctimas de la violencia. Esta confluencia fortalece el sentido de pertenencia y el compromiso social de la universidad, transformándola en un espacio donde el recuerdo no solo honra el pasado, sino que interpela el presente y proyecta nuevas formas de resistencia y construcción colectivas.
Sin embargo, este ejercicio de memoria no está exento de disputas y riesgos. Aunque la Universidad Pedagógica Nacional ha sido históricamente un refugio para la memoria y la resistencia, también enfrenta procesos internos de censura que amenazan tanto las expresiones artísticas y políticas de su comunidad como las denuncias sobre el funcionamiento de la institución. La administración universitaria, a lo largo de la historia, bajo el argumento del orden y la renovación de espacios, ha intervenido en múltiples ocasiones los murales y las muestras gráficas que denuncian la violencia estatal y la falta de transparencia en los procesos administrativos. Esto sin contar que, en otros períodos de la universidad, hubo gobiernos negacionistas con respecto al conflicto y la violencia en el país y dentro de la institución. Esta censura interna no solo borra trazos de historia, sino que también despoja a la comunidad universitaria del derecho a recordar y a interpelar el presente desde la memoria. Así, el peligro no proviene únicamente de agentes externos, sino también de decisiones institucionales que priorizan la imagen de la universidad por encima del ejercicio crítico de la memoria, ignorando que esta es, por naturaleza, un territorio en disputa. A lo largo del tiempo, diversas intervenciones han silenciado expresiones artísticas y políticas dentro de la universidad. Bajo el pretexto del mantenimiento, se han borrado murales y grafitis que denuncian la violencia estatal y reivindican la memoria de estudiantes y líderes sociales asesinados o desaparecidos, a pesar de las denuncias presentadas por los estudiantes a la administración.
Estas acciones de agentes institucionales o externos no solo eliminan registros de la historia, sino que nos obligan a reflexionar sobre el lugar que ocupa la memoria en nuestra sociedad. ¿A quién le incomoda recordar? ¿Por qué ciertos rostros y nombres resultan perturbadores? ¿Qué significa que la memoria de quienes han sido víctimas de la violencia sea constantemente puesta en disputa?
La censura de estos espacios no es un hecho aislado. En muchas universidades y espacios públicos, las expresiones gráficas que evocan la memoria suelen ser consideradas una amenaza, como si recordar fuera un acto subversivo. Esta estrategia de silenciamiento no responde únicamente a razones estéticas o de mantenimiento, sino a una disputa más profunda sobre qué relatos merecen ser conservados y cuáles se buscan borrar. En un contexto donde la educación y el pensamiento crítico enfrentan procesos de despolitización y mercantilización, la memoria se convierte en un campo de lucha. Borrar los murales no es solo eliminar colores y formas; es intentar diluir la historia de quienes han resistido, de quienes han sido arrebatados y de quienes siguen denunciando.
Frente a estos intentos de borrado, seguimos exigiendo justicia. Restaurar los murales no es solo una labor artística, sino un acto de resistencia y reafirmación de la dignidad de quienes han sido plasmados en ellos. La memoria no es un vestigio del pasado, sino una herramienta viva que interpela el presente y nos recuerda que las luchas por la verdad y la justicia no han terminado. La comunidad tiene la responsabilidad de proteger estos espacios, resignificarlos y seguir construyendo memoria.
La memoria, lejos de ser un ejercicio meramente conmemorativo, es un pilar fundamental en la formación de educadores comprometidos con la transformación social. En la Universidad Pedagógica Nacional, recordar no es solo un acto de resistencia, sino también un ejercicio pedagógico que permite comprender las raíces de las desigualdades, las luchas históricas por la justicia y el papel de la educación en la construcción de un país más equitativo. Proteger este sagrario de la memoria es un compromiso inaplazable. Solo así, la Pedagógica seguirá siendo un faro de resistencia, donde la memoria no se reduce al pasado, sino que se convierte en una fuerza activa para construir el presente y forjar un futuro más justo.



