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De heredero a huérfano

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David Novoa Orjuela

Universidad Nacional de Colombia

La candidatura presidencial de Gustavo Bolívar para 2026 parece estar, si no muerta, al borde de un coma inducido. Y no por culpa de la oposición, ni de los medios, ni del establishment que tanto critica. No. El golpe más duro vino de donde menos se esperaba: del propio presidente Gustavo Petro.

Un desplante público y retumbante que, más allá de lo anecdótico, marca un giro político dentro del Pacto Histórico. Petro le quitó el aval simbólico a su más fiel escudero, a su alfil más leal, y lo dejó políticamente desnudo.

Debo decir que esto no es una simple pelea interna ni un “malentendido” entre compañeros de lucha. Es una decisión calculada. Petro, con su olfato político indiscutible, sabe que respaldar a Bolívar para la Presidencia es jugar una carta débil. Aunque duele aceptarlo, la campaña a la Alcaldía de Bogotá en 2023 lo demostró: Bolívar no logró movilizar el voto progresista en la capital. Terminó en un distante tercer lugar con menos del 19%, en una ciudad donde Petro había arrasado en 2022 con más del 58%. Esa desconexión entre el carisma presidencial y su traductor político local es lo que hoy pesa más que cualquier lealtad.

¿Es justo? No necesariamente. Porque si algo ha demostrado Bolívar es coherencia con el proyecto. Renunció a su actividad profesional —donde ganaba mucho más— para lanzarse al Senado por el Pacto Histórico. Fue un congresista aguerrido, con denuncias valientes y posiciones firmes. Cuando terminó su periodo legislativo, aceptó dirigir el Departamento de Prosperidad Social, donde recorrió el país gestionando programas sociales en zonas que nadie visita. Nadie puede dudar de su compromiso. Pero la política no siempre premia el sacrificio. Premia los votos. Y Petro parece convencido de que Bolívar no tiene los suficientes.

No obstante, creo que el error estratégico del presidente radica en la forma, no en el fondo. Decir públicamente que Bolívar no tiene fuerza, que su candidatura no prende, que no es viable, es más que un regaño: es una desautorización. Es como decirle a su electorado que no pierdan tiempo apoyándolo. Eso, en términos políticos, es cavarle la tumba a una campaña que ni siquiera había nacido. El daño es enorme porque Bolívar representaba, para una franja del progresismo, la continuidad más clara del petrismo al frente del poder. Era su hijo político, su emisario ideológico. Con su salida de Prosperidad Social y este empujón por la espalda, queda claro que esa herencia está en disputa.

¿Y quién la reclama? Esa es la pregunta que queda flotando. Si Bolívar no es el sucesor, ¿quién sí? ¿Quién puede encarnar las banderas de cambio que movilizaron millones de votos en 2022, pero sin cargar el desgaste del gobierno? Algunos miran a María José Pizarro, otros a Francia Márquez, incluso se menciona a alguien completamente nuevo. Pero lo cierto es que Petro aún no lo ha definido. Y esa incertidumbre solo favorece a las derechas, que ya empezaron a armar su maquinaria para el regreso.

La renuncia de Bolívar, entregada el 29 de abril para hacerse efectiva antes del 31 de mayo, no es solo un acto administrativo. Es también un movimiento táctico. Él sabía que si no se desligaba a tiempo, podía quedar inhabilitado. Ya lo vimos con Luis Carlos Reyes, a quien Petro dejó colgado con la renuncia extemporánea, quizás para evitar que se lanzara al Senado. Bolívar no se iba a exponer a lo mismo. Sabía que sus enemigos no estaban en la derecha, sino dentro del propio gobierno. Que su postura crítica frente a Laura Sarabia y Armando Benedetti le había costado muchos puntos internos. En este juego, la lealtad absoluta ya no garantiza nada.

Muchos sectores del Pacto Histórico ven con desilusión lo que ocurre. El sueño de una sucesión ordenada, coherente con el proyecto transformador, se desvanece entre egos, cálculos y traiciones veladas. Bolívar era, hasta hace poco, el puente más claro entre el “mandato popular” de 2022 y la elección de 2026. Pero ese puente fue dinamitado desde adentro.

La política colombiana, ya lo sabemos, es feroz. Pero lo que más duele de este episodio es que le mandamos un mensaje terrible a quienes creen que desde la ética y la honestidad también se puede hacer carrera. Porque si alguien ha sido recto en lo económico y transparente en lo público, ha sido Gustavo Bolívar. Pero la política, insisto, no siempre premia eso. A veces, castiga más fuerte al que no sabe jugar con malicia.

Hoy, Bolívar queda libre para aspirar, sí, pero sale herido. Arranca su carrera presidencial cuesta arriba, sin respaldo oficial, sin recursos estatales, con enemigos internos y con el estigma del “no sirve” colgado al cuello por su propio mentor. Algunos lo seguirán por convicción, otros por lástima. Pero el impulso inicial que tanto necesitaba fue saboteado desde la mismísima Casa de Nariño.

La izquierda no puede darse el lujo de dividirse así. Pero tampoco puede darse el lujo de apostar a candidatos que no movilicen. Y ahí está la paradoja: Bolívar, a pesar de todo su compromiso, no ha logrado conectar con el país profundo. Su discurso es legítimo, sí. Su biografía, admirable. Pero en política eso no basta. Lo aprendió de la peor forma. Porque como dicen en mi tierra: “al que no quieren vestir, le quitan hasta la camisa”.

Y en este caso, Petro se la quitó sin siquiera mirar atrás.

ISSN: 3028-385X

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