Agosto 2025
Edición N°11
ISSN: 3028-385X
De Roma a Estados Unidos:
el eco de los bárbaros

Foto: Doug Mills / The New York Times

Hector Iván Parra
Universidad Santo Tomás
¿Está cayendo Estados Unidos? O más bien, ¿está el mundo entrando en una nueva etapa de reequilibrio global, donde la hegemonía es compartida y las potencias luchan por influencia sin ser absolutas? Lo cierto es que los imperios no caen solo por ataques externos, sino por su incapacidad para adaptarse, para reconocer sus límites, para repensar su rol. El siglo XXI exige nuevas formas de poder y cooperación. Si Estados Unidos no las encuentra, podría ser recordado, como lo fue Roma, no por su poder eterno, sino por su arrogancia ante la historia.
Es el año 476 y Roma está cayendo a consecuencia, entre otras cosas, de los “barbáricos” invasores que vienen de oriente, donde, seguramente, si hubieran existido oficinas de prensa dirían los titulares: “Salvajes sin escrúpulos llegan a nuestras tierras con el único objetivo de acabar con la civilización que tanto nos hemos esforzado en crear”, “Roma no puede caer, porque Roma es el bastión de todo lo que fundamenta nuestra cultura y razón de ser”. Palabras que pudieron haber salido de algún ciudadano romano que escucho o leyó dicho titular. Sería interesante plantear el ejercicio de tan solo reemplazar la palabra Roma por Estados Unidos, usar las oficinas de prensa ya existentes y que sea un ciudadano estadounidense quien reaccione.
En el año 395 de la era cristiana, el emperador Teodosio I el Grande tomó una de las decisiones más importantes de su reinado: dividir el imperio romano entre oriente y occidente, algo que moldeo la última etapa de la edad antigua y posteriormente lo que sería llamado por los historiadores del renacimiento como la Edad Media. Luego pasamos al año 451 en la región de Marne-Francia, en donde se libró la última gran victoria del ejército romano contra un enemigo, los hunos, invasores de oriente. Sin embargo, Roma no está atacando. Es más, se está defendiendo de una invasión con ayuda de una coalición con el reino de los visigodos, un reino que ellos mismos consideran bárbaro, es decir que en la práctica el gran ejército que conquistó el mundo conocido de la época ya no es lo que era y si logró ganar fue por el hecho de que otros pelearon junto a él, bajo sus reglas, claro está. Tan solo 25 años después el imperio que una vez dominó el Mediterráneo y gran parte de lo que hoy conocemos como Europa, norte de África y el Oriente Medio terminó dividido y con su heredero occidental hecho cenizas.
Si adelantamos 1500 años llegamos a un mundo en el que los imperios, al menos por nombre, ya no existen, pero sus lógicas siguen vigentes. El control territorial ha dado paso al dominio económico, tecnológico y comunicacional. Las rutas comerciales son ahora cables de fibra óptica, y el poder se codifica en monedas digitales, algoritmos y tratados financieros. La legitimidad ya no proviene de los dioses, sino de la opinión pública, de los datos, de las narrativas.
Situados ya en la actualidad y con un muy breve conocimiento de la transformación de los imperios (ahora llamados potencias), logramos caer en cuenta que, aunque haya variaciones en la administración o las vías de hecho, el fin siempre es el mismo: controlar el mundo conocido.
1945, conferencia de Potsdam. Las potencias vencedoras se reparten el mundo en dos grandes bloques. Por un lado, los soviéticos deciden que su área de influencia iba del Elba hacia el este, y las potencias occidentales, representadas y lideradas por los Estados Unidos, toman hacia el oeste y las Américas. Este fue el tratado que dio origen a lo que se llamó Guerra Fría.
En 1991 las campanas del Kremlin sonaron y pusieron fin al Bloque Este liderado de forma absoluta por la URSS, lo que dio de facto “la oficina de la policía mundial” a los occidentales, que es lo mismo que decir liderato absoluto a los Estados Unidos, volviéndose así un mundo unipolar. Leyendo textos de analistas como Gabriel Iriarte o Tim Marshall relacionados a este cambio de dejar atrás la bipolaridad se concluye que no terminó bien.
Estados Unidos empezaría su dominio mundial con muchos problemas herencia que le habían dejado no solo sus anteriores gobernantes, sino también sus aliados, las naciones europeas, resultado del colonialismo y tratados mal diseñados. Tan solo al sentarse como único jefe en la oficina de asuntos mundiales decidieron empezar con la llamada Primera Guerra del Golfo, para luego ver cómo Europa del Este se desangraba con las guerras de Yugoslavia. Además, tuvo que enfrentarse a grandes movimientos políticos y transformaciones sociales que estaban apareciendo como el Tratado de Maastricht precedente de la Unión Europea. Y como si no fuera suficiente, el auge del narcotráfico en su “patio trasero”.
En mitad del año 2025 hemos visto una escalada de los conflictos existentes y un cambio rotundo dentro del orden mundial. Estados Unidos dejó de ser el único que podía dictar y ser la policía del mundo, nuevos actores surgieron de las cenizas como si recordaran su pasado de imperios. China e Irán (“heredero” del imperio persa) aparecen en el mapa reclamando su entrada a un mundo multipolar o, como diría el historiador Peter Frankopan, “todos los caminos solían llevar a Roma. Hoy llevan a Pekín”. Turquía, India y otros países emergentes también desean levantar su mano que, aunque aún no están al nivel de su némesis, sí que le pueden hacer algo de daño. Todo mientras que Rusia hace lo suyo en Ucrania, y se realiza un genocidio al pueblo palestino.
Oriente se empieza a organizar o inicia su salida del área de influencia unipolar nuevamente para reclamar sus tierras, mientras que el imperio estadounidense está empezando a llamar a sus aliados para formar su coalición bajo sus reglas, lo que hace que sea muy inestable desde el inicio adoptando viejas medidas hegemónicas: proteccionismo, intervencionismo, discursos de enemigo interno y externo. El resultado, como lo dice la historia, solo retrasaría lo inevitable.
Flavio Aecio lideró las tropas de la coalición en la batalla de los Campos Cataláunicos para evitar que los bárbaros tomaran Roma mediante diplomacia y espada. Sin embargo, pese al esfuerzo, el Imperio cayó tan solo dos décadas después. Hoy, Donald Trump busca impedir que Estados Unidos pierda su rol como potencia dominante, recurriendo a una diplomacia agresiva con sus aliados y a una confrontación directa con sus contradictores. Como ocurrió con Roma, la guerra ha dejado de ser una ofensiva de conquista para convertirse en una defensa desesperada de la hegemonía. Entonces la pregunta que queda es: ¿cuánto tiempo le quedará a Estados Unidos?