70 años de vuelta al ruedo

Foto: Alfredo Arévalo

Laura Valentina Giraldo
Universidad de Manizales
Hace poco más de un mes, Manizales vibró con la mejor feria de América. Su feria taurina, la joya de la corona, celebró siete décadas de historia con una pasión que desafía el tiempo. Del 5 al 11 de enero de 2025, más de 65.000 almas colmaron los tendidos de la Monumental, testigos del arte efímero que se esculpe en la arena.
Mi historia con la tauromaquia se remonta al 2018, cuando por primera vez crucé el umbral de una plaza de toros y entendí el misterio que encierra su ritual. Me cautivó la plasticidad de los toreros, la bravura del toro de lidia, la solemnidad de los alguacilillos. Y desde aquel instante, soñé con ser yo quien, a lomo de un caballo, abriera cada tarde el redondel.
La Feria Taurina de Manizales 2025 quedará marcada en la memoria colectiva por muchos motivos: la asistencia masiva, la presencia de las máximas figuras del toreo, la sombra del prohibicionismo que acecha, el reloj en cuenta regresiva para quienes vivimos todo un año esperando esta semana mágica. Pero, por encima de todo, para mí será inolvidable porque logré cumplir un sueño, el de aquella niña que un día vio por primera vez una corrida y quedó prendada del embrujo taurino.
El 5 de enero de 2025, con la respiración entrecortada, las piernas temblorosas y el corazón encogido, salí al ruedo de la Plaza de Toros de Manizales como alguacililla. Un papel que va más allá de la tradición, pues es la voz de la presidencia en el ruedo y del ruedo en la presidencia. Y en esos instantes previos a la salida, rodeada de toreros que, lejos de la caricatura que los adversarios del toreo pintan, son hombres de una humanidad y sensibilidad inmensas, entendí que todo valía la pena: la discriminación, la estigmatización por amar este arte, la espera, los sacrificios, la incomprensión. Soñar con vestirse de luces o con portar la indumentaria de alguacililla no es en vano cuando el alma lo exige.
Ese día, cuando el himno de Manizales se alzó imponente, cuando los acordes del pasodoble llenaron el aire y se abrieron las puertas del callejón, vi al ruedo acercarse mientras el caballo avanzaba con paso firme. Desde lo alto, pude reconocer rostros amigos entre los 12.000 asistentes de aquella primera tarde, y en ese momento supe que todo había valido la pena: los libros leídos, las visitas a la ganadería Ernesto Gutiérrez, los abonos jóvenes adquiridos, las tardes de aprendizaje en la Escuela Taurina de Manizales, los lazos forjados con aficionados y profesionales del toro, la pasión compartida con quienes comprenden que la tauromaquia es mucho más que un espectáculo; es un arte, una filosofía de vida.
En 2025 celebramos 70 años de vueltas al ruedo en Manizales. Pero, en lo personal, celebré mi primer año pisando la arena. Y quizás en eso radica la esencia de la tauromaquia: el cumplimiento de sueños. Sueños de novilleros y matadores, de subalternos y picadores, de ganaderos y veterinarios, de alguaciles y aficionados. Porque, como bien dijo un gran amigo en una tarde en la que el torero valenciano Román Collado y el toro Cadenero, con hierro de la ganadería Ernesto Gutiérrez, estremecieron los cimientos de esta ciudad: "aquí vale la pena soñar".



