top of page

¿Dónde están las letras palestinas?

Un palestino lee un libro después de un bombardeo en Gaza. Foto: AFP / GETTY IMAGES
Samuel Sanabria.jpg

Samuel Sanabria Carmona

Universidad Nacional Abierta y a Distancia

Una guerra no es solo una fábrica de viudas y huérfanos. También es un incendio con voluntad. Una maquinaria con intereses de borrar la memoria. Enemiga eterna de la cultura y su preservación. Desapareciéndola con furor en un baño de cenizas. Las ruinas no solo son de escombros; son de palabras, aún más de silencios.

Más allá de los cuerpos que trepan diariamente la cumbre donde son apilados, Gaza ya no tiene universidades activas. Bibliotecas, museos, archivos culturales y casas de memoria han sido silenciadas. Al menos 57 edificios universitarios han sido completamente destruidos y todas sus instituciones de educación superior fueron clausuradas por el ruido seco de las balas. Esto incluye los centros de las universidades Al-Aqsa y Al-Israa, cuyo museo nacional guardaba más de 3.000 piezas patrimoniales, de las cuales no queda sino la oralidad. El 80% de las escuelas han sido alcanzadas por misiles, bombardeos o atormentadas por fuego cruzado, obligándolas a colapsar. Esto deja a más de 435.000 estudiantes sin aulas ni docentes.

Algunos académicos han nombrado esto como scholasticide: el asesinato sistemático del conocimiento. Convirtiendo a la educación y a las letras en una trinchera, donde no solo se trata del genocidio, sino de la censura, la imposibilidad de contar, de pensar, de escribir. Es una Nakba (término palestino para catástrofe) intelectual. Una catástrofe no solo de pueblos, sino de ideas.

A diferencia de Gaza, Alejandría al menos tuvo quien la recordara arder. En Palestina, puede que ni siquiera queden estudiantes para volver a llenar las aulas cuando, algún día, el polvo se disipe.

 

Esto no se trata de ignorancia. La destrucción de escuelas, archivos y libros no es un daño colateral: es una estrategia. Una indiferencia calculada. Se ataca el corazón simbólico de una nación, destruyendo el derecho a narrarse. Lo que no se dice, lo que no se recuerda, termina por no existir, velado por la censura. Y cuando a una cultura se le niega su alfabeto, se eliminan sus testigos y la necesidad de contar, es empujada al ciclo del olvido.

Sin embargo, algo resiste: la poesía. Aun cuando muchos poetas y escritores palestinos han muerto —algunos de aflicción, otros de tormento, muchos de inanición y algunos, todavía mueren—, la palabra ha brotado como un réquiem, una denuncia pública, que levanta el cortafuego en contra de la barbarie. Como Refaat Alareer, profesor y poeta que murió junto a su familia tras comienzo del flagelo en Gaza, dejando su último poema: If I must die, poética que ahora simboliza la lucha de muchos palestinos y su voz resuena en todos los continentes. Tal es el caso de América y Colombia.

Durante el cierre del más reciente Festival Internacional de Poesía de Medellín, las voces no se alzaron solo para hablar de la naturaleza, del amor o de las urbes. Hablaron del luto. De Gaza. Del niño asesinado, de la escuela demolida, del libro perdido entre las brasas. Allí, la palabra volvió a ser refugio. Se convirtió nuevamente en trinchera.

Diversos poetas invitados, provenientes de Egipto, Irán, Libano, Bangladés, Vietnam, China, Irak, India, América y Murat Sudani, de Palestina, dedicaron lecturas, manifiestos y rituales poéticos a Gaza y al pueblo palestino. No fue un gesto político oportunista, sino la continuidad natural de una historia que ha puesto a la poesía en el lugar donde la humanidad clama con vehemente sufrimiento. Una respuesta ruidosa ante el crimen.

Desde la tarima, Murad Sudani, representante de palestina, poeta y miembro de la Unión General de Escritores y Poetas Palestinos, entregó el premio internacional Palestina de poesía al director del festival, Fernando Rendón.

“Desde la capital mundial de la poesía y de la belleza, en homenaje a los poetas palestinos que fallecieron bajo los escombros en Gaza, y otros que fueron asesinados con la ilusión de que la ocupación podría eliminar la memoria y la identidad palestina (…) Nos honra en nombre de la unión general de escritores y poetas palestinos, entregar el premio internacional palestina de poesía”, dijo.

 

A lo que Rendón, en modo de respuesta, concluyó:

“Para agradecer este reconocimiento generoso, quiero expresar nuestro profundo compromiso (…) los poetas del mundo entero vamos a continuar luchando por Gaza, hasta que termine la invasión, se retiren las tropas sionistas y se reconozca la soberanía del pueblo palestino”.

Así, Medellín, ciudad marcada por sus propias heridas, se convirtió una vez más en espacio de refugio y resonancia, en donde la palabra se vuelve acto y el acto, resistencia.

La magia se encuentra en lo que no se dijo. En el vacío entre cada palabra, en las voces quebradas y en la ovación. Lo omitido por la tragedia y velado por la poética allende de territorios destruidos: ¿Dónde están las letras palestinas?

En muchos festivales, su lugar ha sido el del homenaje póstumo. Sus autores sobreviven dispersos. Cada nombre que falta es también un agujero más dentro del desierto repleto de tumbas sin lápida. ¿Hubo representación suficiente de sus voces, sus acentos, sus poéticas? ¿Dónde están sus libros? ¿Dónde los manuscritos, los archivos, los testimonios? ¿Habrá algo que los traiga nuevamente a la vida?

El público se ubicaba rodeando la tarima, estaban sentados de a pares e impares, mujeres y ancianos, padres y niños, mientras que el sol caía por la montaña. Se recitaban los últimos poemas. Una bandera palestina se alzó escondida en lo más alto de los silencios, detrás de todas nuestras cabezas, junto con un cartel que velaba las últimas sillas vacías. ¡Lo que Palestina necesita es una revolución! ¡Nada menos! —escrito en letras rojas. Murad Sudani levantó los ojos desde la tarima hasta la bandera, como si la izara, y quizá, pudo extrañar las malas noticias. Con cada nombre pronunciado —de un niño asesinado, de una escuela demolida, de un libro perdido en las llamas—, se tejía una red de palabras que desafiaba la intención de borrarlo todo.

Así fue esa tarde. El cielo cubierto de nubes y el ruido del viento que arrastraba las hojas caídas. Los aplausos aún golpeando los muros del teatro y haciendo temblar las copas de los árboles después de cada ponencia. Con el soliloquio vivo en todos los que asistimos:

¿Dónde están las letras palestinas?

Tal vez escondidas en una bodega bajo tierra. Tal vez en las libretas abandonadas entre las cenizas y el polvo. Tal vez apiladas en una montaña de cuerpos. Tal vez escribiéndose ahora mismo, en medio del humo.

ISSN: 3028-385X

Copyright© 2025 VÍA PÚBLICA

  • Instagram
  • Facebook
  • X
bottom of page