¿Dónde estás, papá?

Foto: IA

Valentina Orozco López
Universidad Javeriana de Cali
¿Alguna vez has sentido que las afiladas garras de la parca se clavan en tu piel? Tus pasos son cada vez más livianos, pero tu mente, gradualmente, te pesa más; ahora eres un alma condenada al infierno en vida. Así me siento cada día; he dejado de preocuparme por mí, por mi aspecto, ya no me importa… Sé que soy desagradable y que lo único que posee la pluma de mi historia es la soledad inmensa que me invade. Juro que he tratado, me esfuerzo frenéticamente por darle un sentido a mi existencia, pero tu ausencia me está destrozando, papá.
Abandoné a mamá, viajé de ciudad en ciudad buscando algo o a alguien que llenara el vacío que dejaste en mi corazón, pero es inútil.
Te odio papá,
te amo papá,
te extraño papá,
¿por qué me has abandonado?,
déjame encontrarte…
Me encuentro atrapada en un laberinto de viviendas tan raro como fantástico. Sus habitantes parecen perdidos en el limbo, casi tocando el inframundo, pero manteniendo la estética etérea de un guardián de los cielos; las apariencias ante todo, ¿no? Este pequeño vecindario lejano a la urbe esconde un aura lóbrega debajo de un conjunto de casitas rebosantes de elegancia arcaica.
Las dos plantas encumbradas cubiertas de ladrillo y pizarra correspondientes a mi nueva residencia son un enigma para mí. ¿Cómo es posible que la prestigiosa casa 23 sea tan asequible para los pocos billetes que me gano en ese bar? Poco a poco he estado descubriendo el porqué.
Al apoyar levemente mi pie sobre el umbral de la entrada la escena más absurda inicia su rodaje. De las oscuras paredes emerge un frío exasperante que toma el protagonismo, recorre mi columna vértebra por vértebra y se asegura de endurecer mis tejidos. Dos óvalos rojos e intensos se asoman desde el corredor principal, me acechan inquietantes; un rostro deforme se dibuja con la poca luz que entra por el ventanal y me sonríe. La figura inhumana no se mueve, pero cada vez la siento más cerca, más grande, más siniestra, más sonriente… La adrenalina en mis venas gana la guerra contra el pánico y me apresuro a encender las luces.
¿Qué acaba de ocurrir?
Llevo varios minutos asimilando todo, esas cuencas sangrientas están encerradas en mi mente. Mientras calmo mi respiración observo mejor mis alrededores. Antes de concluir y dudar sobre mi cordura, la casa, reconocible por su decoración antigua, pero refinada, despierta de la quietud convencional de un hogar y responde violentamente a mis sospechas de locura: las cortinas de vicuña aíslan y exponen el interior del recinto por su cuenta; los cuadros colgados caen rítmicamente; los espejos con marco de plata revelan de a pocos la silueta negra sonriente; y la enorme lámpara de lágrimas de la sala, bañada en oro blanco, titila con una intensidad salvaje. Definitivamente no estoy alucinando.
Han pasado varios días desde aquel suceso, el patrón de peripecias se repite constantemente y aún no le encuentro explicación. La llegada de cada ocaso anuncia la visita del ente, el cual no parece para nada contento a pesar de su mueca alargada de mejilla a mejilla, creo que quiere matarme de un infarto.
Admito que al principio me aterraba su presencia, sus ojos penetrantes y su sonrisa diabólica, sin embargo, actualmente, la protagonista de mis sentimientos es una chispa de curiosidad que se propaga por mis entrañas. Desde la muerte de mi padre, hace cuatro años, he buscado en vano una forma de contactar con su espíritu, de alcanzar ese más allá que nos separa. Tras la carencia de una contestación llegué a convertirme en una escéptica frente a otros planos terrenales antinaturales y los supuestos seres que los habitan. No obstante, estas nuevas señales, este ser o ente que controla mi casa actual, me hace sentir a mi padre más cerca que nunca. No miento cuando digo que no he podido descansar desde el momento en que partió. Cada noche representa una lucha entre la nostalgia y mi mente; el reflejo de mi soledad se convierte en el monstruo de mis pesadillas. Me asusta, me consume, me hace desear desaparecer y reunirme con él, allí donde las almas encuentran paz. Lo extraño tanto… Ya no puedo soportarlo, necesito respuestas, quiero verlo de nuevo, aunque sea en la penumbra de mis desesperados susurros, aunque me pierda en el intento.
Después de una noche de tormentos y recuerdos, me dispongo a conseguir una herramienta de mensajería entre nuestro plano y el plano espectral: la tabla Ouija.
***
La mujer de negro y guadaña me ha encadenado a estas cuatro paredes, metros cuadrados de muros tapizados que paulatinamente se hacen más estrechos e insoportables. Nadie se imagina lo deprimente que es pasar 50 años sin ver el sol, porque, para mi desgracia, me han maldecido y no puedo merodear mi propia casa hasta que el crepúsculo vespertino delinee la tierra. ¿Quién se imaginaría que de la cumbre del éxito haya caído en picada a una tumba de dos pisos que hoy muchos inquilinos llaman hogar?
Cuando estaba vivo todo era perfecto, bueno, casi todo. Era bien conocido como un hombre admirable, o eso quiero creer, porque nada me faltaba; tenía dinero por montones, dinero con el que le di vida a estos hermosos aposentos a las afueras de la ciudad; yo era la personificación del éxito, tenía una familia…
Ay hija, no sé si tú piensas en mí, no sé si me sigues odiando o si ya me perdonaste, pero aunque no lo creas, mi mayor deseo, antes de poder escapar o tener de nuevo mi vida de lujos, es sentirte en mis brazos y no soltarte nunca más.
Asustar a las personas que se hospedan en mi casa es mi único pasatiempo, no es como si tuviera muchas opciones. En general, me gusta llevarlos al límite y ponerlos a prueba. ¿Qué tanto son capaces de aguantar antes de perder sus tornillos? Es hilarante como se esconden de un alma que no puede hacer más que atormentarlos mentalmente. Pero, esta cotidianidad maliciosa me comienza a aburrir.
Fuego, nubes, o tierra, pero no me castigues encerrándome aquí, Dios…
Esta última semana no ha sido la excepción, otra persona llega a morar en mi tumba, la molesto y pasada una semana de insomnio se va. Espera… ¿No se ha ido aún? ¡Imposible! Juro haber visto su piel pálida mimetizarse con las paredes, y sus ojos verdes derramar un sufrimiento palpable con cada una de mis apariciones. No sé si es que no me teme, pero esta noche haré lo que sea necesario para que se marche y no vuelva a molestarme, aunque para ello deba helar su corazón.
***
El cielo llora y ruge mientras regreso al vecindario Lirios. Hoy no ha sido un buen día, en la universidad nadie me dirige la palabra, y en el trabajo solo me hablan para darme órdenes. Me siento invisible, como un espanto. Mi última parada fue en una tienda de antigüedades local, famosa por sus objetos vetados, reliquias de siglos pasados. Allí encontré lo que buscaba. Un tablero de letras y números descansaba en un estante al fondo de la tienda. Su puntero, con una inclinación sutil, apuntaba a una letra en particular: la D, mi inicial. Puede que sea solo una coincidencia, pero creo que el vestigio de madera me llama… ¿Eres tú, papá?
Giro la perilla y una brisa gélida me da la bienvenida. Hogar dulce hogar… Antes de iniciar con los preparativos del ritual reviso unas advertencias en la red: “Lo mejor para comunicarse con espíritus es conocer su nombre y apariencia, saber acerca del alma crea un vínculo fuerte entre el plano espiritual y el terrenal, facilitando la conexión”. ¿Y ahora cómo voy a conseguir esa información?
Investigo un poco por la casa. No encuentro nada en las estanterías ni en los cajones de roble. Subo a la segunda planta para continuar la búsqueda. De repente, un estruendo similar al de un rayo retumba desde abajo. Un cuadro se había caído al suelo. Al acercarme, veo la fotografía enmarcada de una familia. La madre, una mujer caucásica de ojos azules y cabello rubio; el padre, un hombre alto, extremadamente delgado, con cabello castaño; y la hija, compartía casi los mismos rasgos de su madre. Sin embargo, hay algo en la foto que llama mi atención… La risa del padre me resulta extrañamente familiar, alargada y perturbadora. Mientras más miro su sonrisa más viento se abalanza a mi cuerpo, estoy temblando. Atrás del cuadro hay un texto: “Para Arturo”. Arturo… No sé si este hombre sea quien estoy buscando, pero no pierdo nada intentándolo.
Ha comenzado la hora del demonio. Mi alarma resuena como la campana de una iglesia, marcando las 3:33 a.m. La madrugada está helada, y, de alguna forma, la casa parece más grande y vacía de lo habitual. El silencio se funde con el crujir de las velas consumiéndose; es el momento. A mis lados, dos velas rojas titilan, y frente a mí, la fotografía de él. Mi mano se acerca con delicadeza al puntero de gota. Más que visualizar al hombre, mi mente solo puede evocar la imagen de mi padre; es inevitable. Siento miedo, pero mi tristeza lo ahoga. Ya no quiero estar sola, quiero a mi papá.
Tras calmar mis nervios, me dispongo a hablar y encontrar respuestas. Una melodía temblorosa brota de mi pecho:
—Arturo, ¿estás aquí?
Las luces se apagan de golpe, y el puntero traza una respuesta:
—Sí.
Una fuerza brutal controla mi mano, y la llave entre dos mundos se pronuncia de nuevo:
—DANIELA.
Mi cuerpo comienza a perder peso, como si el suelo se desvaneciera debajo de mí. El limbo me está saludando, me envuelve. Quiero preguntarle sobre mi padre, pero me detengo. Tal vez sería una falta de respeto, o quizás ni siquiera sabe cómo localizarlo. Tendré que hacerle otras preguntas.
—¿Cuándo falleciste?
—1975.
—¿Cómo?
—MAFIA
—¿Y tu familia, dónde está?
El puntero permanece inmóvil. Intento preguntar de nuevo, pero parece que lo he molestado. La lámpara de gotas titila con fuerza, y los cuadros en la primera planta caen uno tras otro. Me giro y, en el cristal reflejante, encuentro su oscuro ser. Ya no sonríe. No entiendo qué pasa, pero debo seguir investigando.
—¿Qué te ocurre?
—LUISA.
—¿Quién es Luisa?
—HIJA.
—¿Qué pasó con tu hija?
Arturo no me quiere contestar. Sé que si continuo puedo hacerlo enfurecer y eso puede costarme la vida, tampoco sé si preguntarle sobre cómo contactar a mi viejo. Creo que solo me queda ser honesta.
—Arturo, hace cuatro años perdí a mi padre, él se suicidó y nunca supe sus razones. Los días de duelo no han pasado, y despertar representa una tortura para mí, pues significa que voy a pasar un día más sin él, en completa soledad. Estos últimos años los he pasado sin nadie, sin mamá, sin amigos, sin pareja, sin la voz reconfortante de mi padre. Ahora camino sin rumbo alguno, suplicándole al destino que me reúna de nuevo con él.
—YO TAMBIÉN LA EXTRAÑO.
El ente parece comprenderme, aunque cuando le pregunté si tenía familia no me respondió y casi destruye media casa, ahora que le desvelo lo que suelo ocultar tras las cortinas de mi alma parece querer cruzar palabras.
***
Hace décadas que no sostengo una conversación con alguien, menos con una joven. Es curioso, sé que mi orquídea ya debe estar marchitándose, han pasado muchas primaveras desde que la dejé, pero, la última vez que pude verla estaba germinando, tal como esta chica que me contacta. No sé bien lo que quiere de mí, solo sé que nuestros mundos se han unido ante un sentimiento tan fuerte como la colisión de dos galaxias, el amor de un padre y de una hija.
—¿POR QUÉ ME CONTACTAS?
Emociones líquidas empiezan a desbordarse de los ojos de Daniela.
—Mira, necesito tu ayuda para encontrar a mi papá, donde sea que esté, cueste lo que cueste. Ya no resisto un día más sintiéndome así, miserable, inútil, culpable. Diariamente, me arrastro como si el peso del mundo descansara sobre mis hombros, como si yo fuera la causante de su partida. El reflejo en el espejo ya no es mío, es el rostro de alguien que se ha cansado de luchar. La soledad está extinguiendo la poca esperanza que me queda para reencontrar la plenitud que él me robó. Te ruego que me ayudes, por favor.
Sus desgarradoras palabras tocan las fibras más profundas de mi ser, y aunque me queman, hay algo en mí que desearía que ella fuera mi hija. Luisa jamás me diría un “te quiero”, aunque le diera todo lo que cualquier adolescente podría soñar; aunque me arriesgara cada día, envolviéndome en negocios sucios solo para cumplir con sus caprichos, para darle todo lo que el dinero puede comprar. Sin embargo, a pesar de su rechazo, ella es la única razón por la que soy capaz de dejarlo todo atrás: mi ego, mi dinero, mi casa. Todo. Porque, aunque no lo diga, ella es lo único que realmente me importa, y, al igual que Daniela, estoy dispuesto a hacer lo que sea por ver a mi hija, aunque eso signifique arruinarle los sueños a una jovencita.
***
El puntero se mueve rápidamente, y aunque me cuesta logro leer todo lo que la figura etérea quiere decirme:
—PUEDO AYUDARTE, PERO PARA ELLO TENEMOS QUE HACER UN INTERCAMBIO. TÚ ME DAS TU CUERPO PARA PODER BUSCAR A LUISA Y YO COMUNICO TU ALMA CON LA DE TU PADRE. RECIÉN ENCUENTRE A MI HIJA TE DEVUELVO TU CARNE Y TUS HUESOS.
¿Se puede cambiar el alma de un mismo cuerpo? No sabía que ese tipo de cosas podían hacerse. No estoy muy segura de esto…
—¿Cómo vas a comunicarme con mi papá?
—CONFÍA.
—Explícame.
—¡CONFÍA! SI NO LO HACES AHORA YA NO TENDRÁS OTRA OPORTUNIDAD, NO VOLVERÉ A CONTESTAR TUS LLAMADOS.
Quedan diez minutos para que el alba se asome por las montañas. Siempre el espíritu me deja de molestar cuando amanece por lo que supongo que debo tomar una decisión antes de que se esfume y no me responda más. Es mi única oportunidad… ¿Verdad papá?
—Está bien, mi cuerpo es tu cuerpo ahora.
—PERFECTO.
De repente, los recuerdos de toda mi vida comienzan a desbordarse, repitiéndose en mi mente a una velocidad imposible de medir, como un torrente que no puedo detener. La sensación es vertiginosa, como si el tiempo mismo se hubiera descompuesto y cada imagen del pasado se agolpara en un caos interminable. Entonces, un jalonazo brusco me arranca del trance y, aunque mi cuerpo sigue ahí, inmóvil, siento que mi alma se desprende lentamente, como una pluma siendo llevada por el viento. Mi ser se eleva, flotando, distante de la piel que ya no me corresponde. Me siento liviana, ajena, observando desde lo alto como una espectadora.
El puntero de gota ahora pasa a mi control.
—ARTURO, LO LOGRÉ. ¿CÓMO ME COMUNICO CON MI PADRE? ¿ARTURO? ¡¿ARTURO?!
Él ahora posee mi carne, pero, ¿por qué me ignora? Sonríe y lee la tabla, pero no me dirige la palabra, no entiendo.
—¡ARTURO CONTÉSTAME!
La bola roja de fuego se alza en el cielo, alcanzando su cima con una intensidad cegadora. El reloj marca las 6 a.m. Mis manos tiemblan, incapaces de controlar los objetos a mí alrededor, ni el puntero. El aire se espesa, y el peso de la desesperación me aplasta. Con la última chispa de energía, muevo la gota una vez más.
—¿DÓNDE ESTÁS, PAPÁ?
La casa se congela. El puntero cae al suelo. Y en la penumbra, solo queda el vacío, apoderándose de mí por completo.
—Adiós Daniela, disfruta tu nueva prisión.



