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Efímero

Samuel Sanabria.jpg

Natalia Sofia Herreño

Institución U. Bellas Artes y Ciencias de Bolívar

Chiquita


Me llamo Manuela,

Manuelita Cervantes, Cervantes

Almanza.


Cada vez que empiezo a contar una historia,

me presento, revivo al personaje en la laguna

turbia del recuerdo.


Busco el papel en mi almohada,

voy deprisa. Escucho que me llaman:


- ¡Ooooh!, Mamiii Chiquiii,

¿Dónde estás Mamiii Chiquiii?


Pero sigo buscando.

No puedo parar.


Hallo el papel en el bolso,

no me alcanza, corro por

más.

busco el papel en el baño,

y lo anoto.


Me llamo Manuela,

Manuelita Cervantes, Cervantes

Almanza.


Pido mí papel, lo tiendo

en la almohada, hay un

trancón que atasca mi

mente.


Poco a poco termina

en la papelera. Caen

nombres, como caen

caras; Caen y caen,

nublan la historia.


Busco los nombres en medio

de tanta gente, no

los conozco. Dicen que

son mi familia,

pero, solo confío en mi papel, 

 en mi vacío papel.


Me llamo Manuela,

Manuelita Cervantes, Cervantes

Almanza.



La defectuosa salió bien diseñada


De su banco de espermas,

Él me dice la defectuosa.


Dice que es un macho

Que no permite maricadas de bandera,

Afirma que volteo la arepa —

¿Pero, macho?

Mejor le digo: chista.


El “chista” ha perdido su hombría,

La pequeña nadadora no saca las pistolas,

Porque “chista” saca del clóset

El disparo que niega la sangre,

El apellido,

Y sin pelos en la lengua afirma

Que un orgasmo no engendra un arcoíris.


Sus espermatozoides son blancos de vacío,

Tan blancos que me dice

Grosera de izquierda,

“Estás enferma ¡respeta!”


Yo respeto tanto la diversidad

Que no digo nada

A su pataleta.



Templo Herido


En el templo silenciado, un

eco resquebraja la calma, las

paredes, sumisas y rotas, 

gimen bajo el látigo del tiempo.


El golpe se hace ritmo, la 

opresión sin tregua. 

Cicatrices trazan la piedra, 

quiebran la voluntad dormida.


La carne, frágil, se curva, 

doblan el dolor a peso. 

El pacifista llora en silencio.


La resignación es precio 

y condena. Y yo, testigo

 y culpable, callo la

palabra que salva. Bebo 

el sufrimiento ajeno, sin 

gritar, sin romper la cadena.


Cobarde me 

ahogo.



Quémame


Quémame en la crecida de tu agua, 

hasta que el último aliento reviente y 

nuestros gemidos se arrastren, 

ahogando el silencio en sal y furia.


Haz que esta noche se quiebre 

bajo el ritmo salvaje de su danza. 

Arde en mis entrañas, rompe 

cada raíz de mi cuerpo.


Toca el caos, la pausa, invade el 

inframundo sin pedir nada, baja, 

sucio, al temblor.


Sacúdeme. Moldea esta 

carne hambrienta, haz 

cenizas mis huesos, clávate 

hasta lo incierto. Quiero 

verte arder en el agua.



El reflejo sumergido


En el lago de cristal, el cisne danza, 

blanco y eterno, en un baile sin fin. Su 

reflejo, un espejo líquido, lo llama, 

buscando equilibrio en su sombra.


Pero en lo hondo, donde el agua calla, 

donde el vidrio muestra un secreto oculto, 

habita un abismo jamás explorado, un 

susurro oscuro en su paz contenida.


¿Qué sucedería si, en un sueño errante, se 

atreviera a hundir su grácil silueta? ¿Si 

tocara la singularidad de su otra mitad y 

viera su propia esencia?


En el juego de espejos, el reflejo murmura:

"Bésame, y descubre tu verdad oculta". 

Y con una sonrisa rota, responde: "Me 

beso mucho".



Baile bajo correa


El artista asume la tarea de explorarse y encontrarse, valiente, 

al negarse a ser polvo disperso.


El cataclismo se revela en la lenta fusión del tiempo, mientras 

el segundero avanza, implacable, sin titubear.


La gota gruesa cae sobre el triángulo, lo 

evapora solo para regarlo después, en

un ciclo eterno de muerte y germen.


Nos pisan.

Nos toman.


El ente del ser se manifiesta: 

lento, suave, con disimulo, 

como quien sabe que acechar 

es también gobernar.


Bailamos dopados, guiados por 

una mano que nos lleva atados a 

su correa.



Procesión Silenciosa


Temor a la imagen en

el pozo de selenio, 

donde la sombra tiembla 

y la recta numérica 

siempre regresa a cero.


Los cuervos acechan, 

aunque aún respiro. 

Sus alas sepulcrales 

se entrelazan con el 

maldito desfile de 

los muertos.



Deja los miedos


Deja los miedos.


Arrástralos.


D–E–B–A–J–O.


Que se hundan bajo la cama, 

entre el polvo y las sombras, 

donde gimen los cobardes y se 

pudren los nombres olvidados.


No los mires.

No los llames.


Que se queden allí,

Devorándose, a sí mismos.

ISSN: 3028-385X

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