Efímero

Natalia Sofia Herreño
Institución U. Bellas Artes y Ciencias de Bolívar
Chiquita
Me llamo Manuela,
Manuelita Cervantes, Cervantes
Almanza.
Cada vez que empiezo a contar una historia,
me presento, revivo al personaje en la laguna
turbia del recuerdo.
Busco el papel en mi almohada,
voy deprisa. Escucho que me llaman:
- ¡Ooooh!, Mamiii Chiquiii,
¿Dónde estás Mamiii Chiquiii?
Pero sigo buscando.
No puedo parar.
Hallo el papel en el bolso,
no me alcanza, corro por
más.
busco el papel en el baño,
y lo anoto.
Me llamo Manuela,
Manuelita Cervantes, Cervantes
Almanza.
Pido mí papel, lo tiendo
en la almohada, hay un
trancón que atasca mi
mente.
Poco a poco termina
en la papelera. Caen
nombres, como caen
caras; Caen y caen,
nublan la historia.
Busco los nombres en medio
de tanta gente, no
los conozco. Dicen que
son mi familia,
pero, solo confío en mi papel,
en mi vacío papel.
Me llamo Manuela,
Manuelita Cervantes, Cervantes
Almanza.
La defectuosa salió bien diseñada
De su banco de espermas,
Él me dice la defectuosa.
Dice que es un macho
Que no permite maricadas de bandera,
Afirma que volteo la arepa —
¿Pero, macho?
Mejor le digo: chista.
El “chista” ha perdido su hombría,
La pequeña nadadora no saca las pistolas,
Porque “chista” saca del clóset
El disparo que niega la sangre,
El apellido,
Y sin pelos en la lengua afirma
Que un orgasmo no engendra un arcoíris.
Sus espermatozoides son blancos de vacío,
Tan blancos que me dice
Grosera de izquierda,
“Estás enferma ¡respeta!”
Yo respeto tanto la diversidad
Que no digo nada
A su pataleta.
Templo Herido
En el templo silenciado, un
eco resquebraja la calma, las
paredes, sumisas y rotas,
gimen bajo el látigo del tiempo.
El golpe se hace ritmo, la
opresión sin tregua.
Cicatrices trazan la piedra,
quiebran la voluntad dormida.
La carne, frágil, se curva,
doblan el dolor a peso.
El pacifista llora en silencio.
La resignación es precio
y condena. Y yo, testigo
y culpable, callo la
palabra que salva. Bebo
el sufrimiento ajeno, sin
gritar, sin romper la cadena.
Cobarde me
ahogo.
Quémame
Quémame en la crecida de tu agua,
hasta que el último aliento reviente y
nuestros gemidos se arrastren,
ahogando el silencio en sal y furia.
Haz que esta noche se quiebre
bajo el ritmo salvaje de su danza.
Arde en mis entrañas, rompe
cada raíz de mi cuerpo.
Toca el caos, la pausa, invade el
inframundo sin pedir nada, baja,
sucio, al temblor.
Sacúdeme. Moldea esta
carne hambrienta, haz
cenizas mis huesos, clávate
hasta lo incierto. Quiero
verte arder en el agua.
El reflejo sumergido
En el lago de cristal, el cisne danza,
blanco y eterno, en un baile sin fin. Su
reflejo, un espejo líquido, lo llama,
buscando equilibrio en su sombra.
Pero en lo hondo, donde el agua calla,
donde el vidrio muestra un secreto oculto,
habita un abismo jamás explorado, un
susurro oscuro en su paz contenida.
¿Qué sucedería si, en un sueño errante, se
atreviera a hundir su grácil silueta? ¿Si
tocara la singularidad de su otra mitad y
viera su propia esencia?
En el juego de espejos, el reflejo murmura:
"Bésame, y descubre tu verdad oculta".
Y con una sonrisa rota, responde: "Me
beso mucho".
Baile bajo correa
El artista asume la tarea de explorarse y encontrarse, valiente,
al negarse a ser polvo disperso.
El cataclismo se revela en la lenta fusión del tiempo, mientras
el segundero avanza, implacable, sin titubear.
La gota gruesa cae sobre el triángulo, lo
evapora solo para regarlo después, en
un ciclo eterno de muerte y germen.
Nos pisan.
Nos toman.
El ente del ser se manifiesta:
lento, suave, con disimulo,
como quien sabe que acechar
es también gobernar.
Bailamos dopados, guiados por
una mano que nos lleva atados a
su correa.
Procesión Silenciosa
Temor a la imagen en
el pozo de selenio,
donde la sombra tiembla
y la recta numérica
siempre regresa a cero.
Los cuervos acechan,
aunque aún respiro.
Sus alas sepulcrales
se entrelazan con el
maldito desfile de
los muertos.
Deja los miedos
Deja los miedos.
Arrástralos.
D–E–B–A–J–O.
Que se hundan bajo la cama,
entre el polvo y las sombras,
donde gimen los cobardes y se
pudren los nombres olvidados.
No los mires.
No los llames.
Que se queden allí,
Devorándose, a sí mismos.



