El renacer de la vida

Faudi Martínez España
Universidad Popular del Cesar
Una tarde de lluvia, viendo por la ventana, noté que en mi puerta se acurrucaba algo. La intriga me impulsó a abrir y ver qué era aquello que se acogía en la puerta de mi casa. Para mi sorpresa, no era más que una pobre paloma, mostrando rasgos de maltrato y rasguños, además de lo empapada que se encontraba. Sin pensarlo, la acogí en mi hogar. Mientras trataba de ayudarla, proporcionándole solución a aquellas pequeñas heridas que parecían desencadenar un enorme dolor, esta pequeña criatura desistía de ello. Miedo, tristeza y frustración eran lo que en aquel umbral se encontraban.
Sus ojos desprendían dos sensaciones a la vez: una de esperanza y otra de miedo, lo que desencadenó en mí una serie de pensamientos. ¿Qué ser humano es capaz de herir de tal manera a un ser tan indefenso? Tras varios días de recuperación, llegaría la hora de ser libre. En un intento de volar por los cielos, algo falló en él, cayendo desde una altura significativa y ocasionándole tales daños.
¿Por qué la vida es tan cruel con algunos seres? Estas eran algunas de las preguntas que emergían en mí mientras esta pequeña criatura luchaba en aquellos días de sufrimiento, intentando obtener una oportunidad más.
El pasar de los días desencadenó en aquella pobre criatura una batalla por la vida. Sus pequeñas alas escondían cicatrices, testigos de un pasado doloroso. Con el transcurrir de los días, sus patas, aunque lentamente, comenzaron a recuperarse. Poco a poco, aquella pequeña criatura empezó a dar pasos inseguros, pues el miedo y las experiencias de todas aquellas vivencias habían dejado una huella imborrable en ella.
Verla caminar, dando pasos pequeños pero significativos, reflejaba un brillo de esperanza que, pese al miedo que aún la envolvía, resplandecía a los ojos de cualquier espectador. Con el paso del tiempo, aquel animal comenzó a desplegar sus alas, mostrando otro rasgo de progreso. Ese bosquejo de inseguridad que al principio caracterizaba su andar, poco a poco fue cediendo.
Llegó entonces el momento de esparcir sus hermosas alas, en un intento de ser libre, de escapar del sufrimiento que aún la perseguía. Sin embargo, aunque ya se dignaba a abrirlas, estas susurraban un eco de lo que algún día fueron: de los cielos que en algún momento exploraron, de las alegrías que alguna vez experimentaron. A pesar de ello, la inseguridad, que antes residía en su andar, ahora se había trasladado al abrirse al mundo, a esa nueva oportunidad que la vida le otorgaba.
En cada intento de abrir sus alas, símbolo de abrirse al mundo, emanaban rastros de dolor, evidencia de que el proceso aún no estaba completo. No obstante, ver su progreso y su avance me llenaba de una gran satisfacción. Con caricias, con felicidad, me encomendaba a sanar aquellas heridas que todavía no habían cicatrizado del todo.
Es increíble cómo aquel ser indefenso comenzó a contagiarse de la energía que trataba de transmitirle. Su confianza se fue reconstruyendo poco a poco, hasta que un día, desplegó sus alas de tal manera que mostró el esplendor de lo que alguna vez fue. Se abrió de nuevo al mundo, y aquellas inseguridades que en otro tiempo la atormentaban, ahora estaban sanadas.
Pero aún faltaba el momento más difícil de su vida: el reto que validaría todas las sensaciones que comenzaba a experimentar. Volver a volar. Sin duda, ese momento llegaría.
Una tarde, su tarde, llegó el instante de volver a ser libre. Extendió sus alas con fuerza y se alzó en el aire, vislumbrando su espléndido plumaje. Finalmente, volvió a volar. Ese logro llenó de alegría mi corazón. Fui testigo de la felicidad de un pequeño ser. Y aunque aquella felicidad no nacía directamente de mí, me alegraba profundamente haber sido parte del proceso, protagonista de la historia de la paloma que logró escapar de las oscuras garras de las desdichas de la vida.



