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No voy a aplaudirle a Trump

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David Novoa Orjuela

Universidad Nacional

Cuando escucho que alguien va a aplaudir el reciente pacto entre Trump, Israel y Hamás como si se tratara de una victoria moral, algo dentro de mí se estremece. No es que sea impermeable al alivio de que una guerra —cualquiera que sea— baje su intensidad. Pero me niego rotundamente a felicitar lo que de hecho no es más que un tratado comercial con cadáveres de fondo, un alto al fuego de papel que ignora la raíz del genocidio y silencia al pueblo palestino.


¿De qué acuerdo hablamos? Se anuncia como un logro diplomático, con liberación de rehenes, retirada de tropas y un gesto de paz. Pero, analicemos: Estados Unidos reconoce dicho pacto, lo firma, lo promueve, lo celebra. Pero no reconoce el Estado palestino como legítimo; no reconoce la masacre, ni el horror sistemático al que se ha sometido a la población civil. En resumen: acepta que alguien muera, siempre que haya un intercambio comercial, un trato geopolítico rentable.


Aquí me permito una afirmación fuerte: el pacto —llámese como se llame— no es un acuerdo de justicia, sino un negocio. ¿Por qué Estados Unidos lo firma ahora? Porque ya no le es rentable sostener una guerra en Gaza con pérdidas políticas, morales y sociales. No le sirve invertir tanto capital diplomático y militar donde no hay retorno visible. Pero en Ucrania la historia toma otra forma: allí sí hay recursos energéticos, rutas estratégicas de hidrocarburos, minerales que llaman la atención de potencias, empresas y fondos. En Ucrania gana quien controla el cruce energético, la ruta de gas, el abastecimiento de materias primas. Pero en Gaza, ¿qué valor económico real veía EE. UU. que justificara una guerra incesante?

Me niego a aplaudir porque ese tratado no reivindica Palestina. No reivindica vidas apagadas, ni entrega siquiera una disculpa. No dice “jamás permitiremos que los muertos cuenten como un tropiezo diplomático”. No reconoce que una de cada pocas personas era un civil —los datos lo avalan. El convenio convierte la muerte en moneda de cambio. Y eso es intolerable para mí.


Algunos dirán que es pragmatismo: “mejor un alto al fuego que mil bombardeos”. No estoy tan seguro. Un cese temporal que no cambia la estructura de opresión no es paz, es tregua impuesta. Eso lo sabe la opinión pública estadounidense: ha ido alejándose de Israel y criticando la postura de su propio gobierno. Muchos allí ya no aceptan que la ayuda militar indefinida sea virtud. Y aún así, firmar ese pacto sin reconocer genocidio ni responsabilizarse por la matanza convierte la diplomacia en hipocresía.


Porque sí: hay crecientes consensos entre organismos internacionales y expertos que califican lo que sucede en Gaza como genocidio. Negar esa condición es hacerse cómplice. Que Trump celebre el pacto como un triunfo sin nombrar la palabra “genocidio” es anunciar que la narrativa seguirá siendo controlada, que los muertos seguirán siendo fábulas estadísticas.


Aplaudir ahora implicaría silenciar la exigencia de reconocimiento pleno para el Estado palestino, renunciar al reclamo de justicia internacional que acuse en tribunales a los responsables. Firmar el pacto sin justicia es legitimación de la impunidad. Quien firma eso sabe que no lo hará retroceder tal complicidad.


Y algo que me indigna: si el precio a pagar para que EE. UU. acepte un acuerdo es que se hable de liberación de rehenes, de intercambio, de fases, de condiciones tan restrictivas que condicionan la soberanía palestina… pues que asuman que su “gran diplomacia” es comercio con vidas. No revolución, no reparación; permuta. Eso no toca las raíces del conflicto: el despojo territorial, la ocupación, los asentamientos ilegales, el control del agua, la restricción de bienes básicos, el cerco que convierte Gaza en cárceles flotantes. Ningún memorando de Wye River, ningún pacto diplomático menor alivió esa brutalidad antes.


Estoy aquí, con palabra y convicción, para decir que ese pacto no merece aplauso. Porque no repara, sino que congela una estructura injusta. Porque no reconoce, sino que oscurece crímenes. Porque no transforma, sino que perpetúa la lógica del fuerte sobre el débil.


Y en ese sentido cierro con total claridad: no voy a aplaudir el pacto de Trump. Lo condeno. Lo rechazo. No es logro, ni paz, ni victoria moral. Es tratado comercial con muertos. Y no estoy dispuesto a fingir lo contrario.

ISSN: 3028-385X

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