top of page

Bajo el mismo cielo: las voces que resisten en los cerros de Ciudad Bolívar

Foto: S.Rich / ACNUR
Samuel Sanabria.jpg

Tatiana Vega

Fundación Universitaria Iberoamericana

En los límites entre Ciudad Bolívar y Altos de Cazucá, donde Bogotá parece desvanecerse entre el polvo y la neblina, se levanta una comunidad invisible para muchos: familias que construyen su hogar con las manos, la esperanza y el miedo constante a ser desalojadas.


Las casas, si pueden llamarse así, están hechas de tablones, latas oxidadas y tejas plásticas que intentan resistir el frío y la lluvia. Al caer la noche, una luz tenue se filtra desde los postes improvisados, y los niños corren entre los callejones de tierra, ajenos a la incertidumbre que acompaña a sus padres.


“Uno no viene aquí por gusto, viene por necesidad”, dice doña Mariela, una madre de tres hijos que llegó desde el Chocó hace cuatro años. Trabaja lavando ropa y vendiendo dulces para poder pagar el agua y la energía que, aunque irregulares, son el único lujo que puede permitirse. Su esposo, que alguna vez soñó con tener una casa en un barrio formal, ahora refuerza con ladrillos lo que algún día espera que sea una vivienda de verdad.


La historia se repite casa tras casa. Jóvenes que huyen del desempleo, madres solteras, familias desplazadas por la violencia o por el costo impagable del arriendo en otras zonas de la ciudad. Todos encuentran refugio en estos cerros, donde cada metro de tierra se gana con lucha y fe.


Sin embargo, la sociedad los señala. Las autoridades llaman “invasores” a quienes lo único que buscan es un pedazo de suelo donde sus hijos no pasen frío. Mientras tanto, los grandes proyectos urbanísticos avanzan sobre territorios verdes, amparados por licencias y promesas de progreso.


Y entonces surge la pregunta que incomoda:


Si los que tienen más pueden apropiarse de la tierra para construir edificios o complejos turísticos, ¿qué impide que los que no tienen nada busquen apenas un techo para sobrevivir?


Las cifras oficiales hablan de urbanización ilegal; las historias humanas, de supervivencia. Allí donde no llegan los buses ni los hospitales, florecen también la solidaridad y la esperanza. Las familias se ayudan entre sí, levantan comedores comunitarios y construyen escaleras con sus propias manos.


En los cerros de Ciudad Bolívar, la vida se sostiene con lo mínimo, pero también con lo más grande: el amor por los hijos y el sueño de un hogar propio.


Porque al final, todos —ricos o pobres— buscan lo mismo: un lugar donde sentirse a salvo bajo el mismo cielo.

ISSN: 3028-385X

Copyright© 2025 VÍA PÚBLICA

  • Instagram
  • Facebook
  • X
bottom of page