Caeremos luchando

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Helen Natalia García
Universidad Francisco José de Caldas
Con la masificación de la sociedad a inicios del siglo XX y la monstruosa fuerza de la propaganda que fue impulsada por las Guerras Mundiales ocurridas en este siglo, el debate sobre opinión pública y multitud se expandía y encerraba la pregunta: ¿cómo individuos que en principio se les supone civilizados pueden transformarse en multitudes alborotadoras e irracionales? Es decir, paradójicamente, el concepto de multitud que denota inmensidad de personas empieza a relacionarse con una masa única y despersonalizada.
Bolívar Hoyos (2011), en su artículo Concepto y valor de la opinión pública en la modernidad, explica que Robert E. Park fue uno de los primeros sociólogos en entender a la multitud y al público como formas sociales transitorias y cambiantes, diferenciándolas conceptualmente: la multitud se une por emociones compartidas —basta con sentir lo mismo para formar parte de ella—, mientras que el público se articula más en torno a la oposición y el discurso racional.
Así, a principios del siglo pasado el enfoque comenzó a cambiar: en una sociedad de masas empezó a reconocerse el poder de la opinión pública, con un énfasis en la psicología social y en el análisis de la propaganda difundida libremente a través de distintos canales.
Ya no se percibe la realidad de forma directa: los medios fabrican representaciones colectivas socialmente aceptadas a partir de estereotipos, símbolos y metáforas compartidas. Como afirma Walter Lippmann (2018): “No vemos primero y luego definimos, sino que definimos primero y luego vemos... solemos percibir lo que hemos escogido en la forma estereotipada por nuestra cultura” (p. 39).
De esta manera, se simplifica un mundo complejo. Sin embargo, estas narrativas creadas a partir del periodismo también pueden derivar en la manipulación de las masas a través de la propaganda, pues crean consensos en torno a determinados relatos y significados. Cabe recordar que el Partido Nacionalsocialista logró llegar al poder por vía democrática, apoyado en un andamiaje propagandístico que sostuvo todo su ascenso.
Es así como surge la pregunta de si el periodismo es realmente una herramienta de veeduría y si, a través de este medio, es posible ejercer algún tipo de control dentro de estructuras donde impera un mismo sistema, en el que las narrativas refuerzan las ideologías dominantes y la televisión termina funcionando como un vehículo de esta desinformación. ¿En qué momento la burocracia permite que los individuos abandonen su racionalidad en nombre de un objetivo mayor dictado por una autoridad superior?
La filósofa Hannah Arendt realiza una crítica de esto, englobando el término “banalidad del mal” donde permite ver que el daño estructural no siempre procede de un individuo perverso, sino de la ausencia de pensamiento crítico y la obediencia sin juicio propio. En Eichmann en Jerusalén, Arendt señala que este hombre “no era estúpido, sino que tenía una extraordinaria superficialidad. No era por estupidez, sino por una curiosa y auténtica incapacidad de pensar” (Arendt, 1963, p. 64). Esta concepción se relaciona con la lógica de la manipulación mediática: cuando los medios dependen y están subordinados a intereses económicos o de poder, es más propenso que periodistas y audiencias actúen acríticamente, reproduciendo y consumiendo discursos sin cuestionarlos.
De esta forma, los medios de comunicación reproducen la dinámica de la banalidad del mal al presentar la información como mercancía, priorizando la rentabilidad sobre el rigor. Como señala Ignacio Ramonet: “la información se considera antes que nada como una mercancía, sometida a las leyes del mercado, donde lo esencial no es la veracidad, sino la rentabilidad” (Ramonet, 1998, p. 47). Al normalizar el carácter comercial del periodismo, se desdibuja la responsabilidad ética del emisor y se posibilita que el público acepte pasivamente narrativas manipuladas. En consecuencia, la tesis de Arendt se modifica con el contexto actual: el mal no siempre viene de actos excepcionales, sino de la reproducción rutinaria e irresponsable de mensajes que legitiman desigualdades e injusticias sin una resistencia intelectual o racional.
En la película Good Night and Good Luck (2005), el periodista Edward Murrow decide investigar junto a su equipo un tema altamente controversial. El contexto era complejo: 1953, Estados Unidos atravesaba la Guerra Fría y la propaganda anticomunista estaba en su punto más álgido. Defender a un militar acusado de comunista era, en ese momento, casi un acto suicida. Por eso, tras la primera emisión, el señor Bailey —jefe del canal— reprendió a Murrow por presentar conclusiones como hechos, recordándole la importancia de que el periodismo proteja siempre la presunción de inocencia y no lance veredictos anticipados.
Sin embargo, como medio de comunicación, la cadena también estaba atada a intereses comerciales. La pauta publicitaria, que sostenía la programación, se veía amenazada al tratar temas tan controversiales en horario golden. Así, aunque se reconocía la relevancia de buscar y difundir la verdad, esa búsqueda tenía un límite: llegaba solo hasta donde los intereses económicos lo permitieran.
Bordieu teoriza el sistema televisivo bajo una lógica capitalista en su escrito de 1996 Sobre la Televisión, ya que sostiene que los medios de comunicación, al depender de la lógica del mercado y de la competencia por la audiencia, tienden a someterse a intereses económicos que condicionan la calidad y la independencia del periodismo. “La televisión está sometida a imperativos comerciales que imponen criterios de rentabilidad en lugar de criterios propiamente informativos” (Bourdieu, 1996, p. 23).
Es ahí donde la censura en el periodismo adquiere un papel central, pues la agenda del canal y los temas considerados “relevantes” terminan delimitando voces, opiniones y puntos de vista. Este control no solo empobrece el debate público, sino que también atenta contra la democracia, ya que la pluralidad se reduce o, en el peor de los casos, se vuelve selectiva, moldeando la opinión pública, ya que aquello “público” se convierte no en algo fijo sino configurado, según los intereses solicitados.
Hannah Arendt en su texto La condición humana (1958) sostiene que la acción de censurar agrede la vida política al limitar la diversidad de voces y experiencias que sostienen la democracia. Para ella, la libertad de expresión es inseparable de la capacidad de acción y pensamiento en común. “La pluralidad es la condición de la acción humana porque todos somos lo mismo, es decir, humanos, y sin embargo nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá” (Arendt, 1958/1993, p. 15).
Por otra parte, para otros teóricos como John Stuart Mill la libertad de pensamiento y expresión, además de un derecho individual inalienable, es una fuerza indispensable para el progreso social. Para Mill, nadie es acreedor de la verdad absoluta, por lo cual, no escuchar o eliminar una opinión mediante la censura, implica negar la posibilidad de que esa idea, aun siendo minoritaria o impopular, contenga elementos de verdad.
“Si la opinión es correcta, se priva a los hombres de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; si es equivocada, pierden un beneficio casi tan grande: la comprensión más clara y la impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error” (Mill, 1859/2001, p. 76).
Es así como, cuando algo se considera “verdad”, también debe ser confrontado con el fin de enriquecer el conocimiento colectivo. Al final, una idea que no se debate termina convirtiéndose en un dogma, en un prejuicio sin sustento racional, pues toda “verdad” que no se somete al diálogo se debilita y pierde fuerza frente al error. De ahí que Mill defienda que la libertad de expresión no es únicamente un derecho individual, sino una necesidad colectiva para mantener vivo el proceso de deliberación y de corrección de errores.
En la película mencionada anteriormente, el señor Bailey y Murrow sostienen una conversación en la que el primero le informa que cambiará el horario de su programa. El periodista sabe que esta decisión responde a un acto de censura por los temas que allí se abordan. Sin embargo, Bailey lo confronta señalando que todo el mundo censura, incluso él mismo. De ahí que sea importante aclarar que, más allá de un sistema que legitima la censura según intereses particulares, también existe un tipo de autocontrol ejercido por cada individuo, una medida íntima de lo que se dice y lo que se calla.
Bourdieu, en El sentido práctico (1980), explica que los individuos muchas veces no necesitan de una estructura externa que limite su comportamiento, pues el propio habitus —esas disposiciones sociales interiorizadas— funciona como un censor que selecciona entre lo decible y lo indecible: “La censura se ejerce por la obligación tácita de entrar en un juego cuyo sentido se desconoce, pero en el que se está comprometido” (Bourdieu, 1980/2007, p. 152). En otras palabras, el lenguaje actúa también como mediador: el individuo adapta su discurso de manera automática, casi imperceptible, de acuerdo con los códigos legítimos de un grupo social. La autocensura, entonces, no es consciente, sino el resultado de haber interiorizado las normas de lo que es apropiado decir, cómo decirlo y ante quién. Así, el sujeto no calla porque alguien lo vigile, sino porque ya lleva inscritas dentro de sí las condiciones mismas de lo que puede decirse.
La pregunta inicial nos llevaba a pensar cómo individuos racionales, que se suponen civilizados, pueden transformarse en multitudes alborotadas o en masas sin criterio propio dentro de un sistema burocrático. Muchas veces, basta con una orden respaldada por una organización y sostenida por narrativas sesgadas, sin espacio para el debate, para arrastrar a un conjunto de personas que no objetan, que se limitan a cumplir funciones y seguir instrucciones. Fue el caso de muchos trabajadores en el régimen nazi: hombres y mujeres que abandonaban sus principios y su capacidad de raciocinio para cometer actos inimaginables, como asesinatos, no desde una maldad pura, sino desde la obediencia a un sistema que legitimaba esas acciones y les permitía justificarse bajo la frase “solo cumplía órdenes”.
Frente a esto, quienes desafían esos dogmas intocables y esas verdades a medias son los que realmente contribuyen a pensar, a refutar y a mantener un criterio propio, aunque muchas veces el precio sea alto y el reconocimiento inexistente. Murrow lo expresó en su célebre discurso: “¿Este instrumento sólo sirve para entretener, divertir y aislar? La televisión puede enseñar, arrojar luz y hasta inspirar, pero solo lo hará en la medida en que nosotros la usemos para estos fines”. Al final, él y su equipo usaron ese mismo medio que servía supuestamente para “entretener” como un canal para informar y denunciar, aún dentro del mismo sistema en el que estaban inmersos. No es la herramienta lo que define el resultado, sino el uso, el fin y el objetivo que se le dé como medio para algo más.
“Caeremos luchando”, le dijo Friendly a Murrow en pleno huracán de críticas. Y sí, cayeron. Pero aquí estamos, 72 años después, hablando de su hazaña periodística en un ensayo que tiene como centro una profesión que sigue viva, palpitante y necesaria a pesar del paso del tiempo.
REFERENCIAS
Arendt, H. (1963). Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (C. Ribalta, Trad.). Editorial Lumen. Recuperado de https://eltalondeaquiles.pucp.edu.pe/wp content/uploads/2015/09/Eichman-en-Jerusalem.pdf
Arendt, H. (1993). La condición humana (R. Gil Novales, Trad.). Paidós. (Trabajo original publicado en 1958). Recuperado de https://www.academia.edu/44773658/Hannah_Arendt_La_condici%C3%B3n_humana
Bolívar Hoyos, D. J. (2011). Concepto y valor de la opinión pública en la modernidad. Revista Ratio Juris, 6(12), 43–64. https://revistas.udem.edu.co/index.php/ratiojuris/article/view/257
Bourdieu, P. (1996). Sobre la televisión (T. Kauf, Trad.). Editorial Anagrama. Recuperado de https://sociologiaycultura.files.wordpress.com/2014/02/p-bourdieu-sobre-la-television.pdf
Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico (1.ª ed.; Taurus). Recuperado de https://sociologiaycultura.files.wordpress.com/2014/02/bourdieu-el-sentido-prc3a1ctico.pdf
Lippman, W. (2018). Public Opinion. France: Adansonia Publishing. (Original work published 1922)
Lombardinilo, A. (2020). La transformación de las noticias: Walter Lippmann y la opinión pública. Revista Luciérnaga - Comunicación, 12(23), 227–241. https://doi.org/10.33571/revistaluciernaga.v12n23a12
Mill, J. S. (2001). Sobre la libertad (P. de Azcárate, Trad.). Alianza Editorial. (Trabajo original publicado en 1859). Recuperado de https://www.philosophia.cl/biblioteca/Mill/Sobre%20la%20libertad.pdf
Ramonet, I. (1998). La tiranía de la comunicación. Editorial Debate. Recuperado de https://fundamentosperiodismo.files.wordpress.com/2013/04/ramonet-la-tirania-de-la comunicacion.pdf fundamentosperiodismo.files.wordpress.com



