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¿Cómo convertirse en escritor?

Ernest Hemingway (1953). Foto: Earl Theisen / Look Magazine
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Luis David Cajigas Guevara

Universidad Tecnológica de Pereira

Tratando de imaginar la historia que superiormente rodea el interés por la lectura.


El oficio de escritor, entonces, se transforma en la búsqueda constante de qué será lo que mejor construye la historia. Pero la historia misma, desdibujada entre los atriles de la inconsciencia, o conciencia por lenguaje, no es suficiente. Para escribir también se necesita de técnica, dicen. Y mientras uno va leyendo y recitando, imitando las crudezas del idilio, va generando las fantasías de un buen escrito.


Quizá eso a lo que llamamos una buena historia sólo se ha pensado con la promesa errónea de que llegará muy lejos. Gravísimo eso. Pues como humanos se cree que el fin máximo de los asuntos se relata en la mirada incesante de ser reconocido. Porque resulta que ahora también lo literario no es en sí mismo, sino que existe un grupo que lo determina. Se inspecciona la obra, qué tan íntegra puede llegar a ser esta, que tanto prolijo es vislumbrado. Lo orgánico es leído como un deleite pasajero ante la visión. Todo debe ser cuidado, pero la tácita intención de hacer algo bien hecho no es suficiente, porque como dije, ahora se selecciona qué es lo literario.


Uno va leyendo varios escritores, y se va enriqueciendo con su escritura.


Ay.


Esa pluma tan litigante sobre la blancura de la pálida hoja, o la luz incandescente de la pantalla de un aparato electrónico. Porque también se avanza en cómo se escribe; papel y lápiz son los compañeros de las noches sombrías, pero ahora teclado y pantalla. La luz solitaria del aparato y la soledad eterna desdichada. O tal vez eso sea escribir y percibir con melancolía.


En fin, cruzar las páginas con los ojos entre lo que uno idea en su imaginación, vincularse con la historia de otros, enamorarse de los personajes, soñar con esos espacios soñados, vivir entre el trémulo de lo dionisíaco placentero de la lectura. Porque leer también es dionisíaco en esta cultura de técnica, interés, fugacidad y desamor.


¿Qué será eso que llamamos amor? Postrar la mirada en ese libro romántico, para quizás escribir más sensiblemente. O el amor decimonónico de las obras de Austen. ¿Pero qué pasa con el amor que nos plantea Molano o el arte de amar con el que Froom nos hace teorizar? Mejor seguir escribiendo que seguir amando.


Escribir cartas ahora posiblemente sea lo más sencillo, porque escribir ensayos se ha tornado difícil por la mente perezosa, o la prisa con que la vida recorre. La novela es distinta, esa ya es muy larga, y si uno se aburre a veces leyendo, imagínate ahora cómo será escribiendo. Eso de construir un personaje, o dibujar cada escena, los flujos y los movimientos en los espacios como ya hacía Cortazar con Rayuela. Y pues el cuento, ese al que uno recurre, porque es más fácil, necesita de un golpe genuino, que lo saque a usted de esa visión cegada que tiene, que lo ponga ahí, en el escenario, pero ¿es posible eso? O ahora con la poesía, ¿qué tanto del mundo debe de haber sentido el humano para poetizarse en sí mismo?


Mejor se erotiza a la lectura, que seduzca. Porque eso de andar escribiendo, eso de querer ser escritor, eso ya no va con uno.

ISSN: 3028-385X

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