Humedales: una esperanza que se seca

Foto: Mongabay

Hanna Sharon Beltrán
Universidad Javeriana
Durante el siglo pasado, en los años 50 aproximadamente, se estima que existían 50.000 hectáreas de cuerpos hídricos y humedales en Bogotá. Actualmente, el Distrito Capital solo registra 800 hectáreas de humedal. Esto quiere decir que con el pasar de los años hemos acabado brutalmente con nuestros ecosistemas hídricos: un 98% para ser exactos. Este tipo de sucesos históricamente nos ha permitido construir, avanzar y, a grandes rasgos, establecer una ciudad a la vanguardia que siempre le apunta al futuro, la idea del desarrollo y el crecimiento. En medio del constante movimiento, hemos dejado atrás la preservación y convivencia con el entorno.
Bogotá está construida en su mayoría sobre lo que fue un gran cuerpo de agua —el lago Humboldt— y pasamos por encima de él. Aunque aún tenemos espacios de preservación ecosistémica, el humedal Juan Amarillo, por ejemplo, hoy cuenta con 222 hectáreas aproximadamente. En los años 50 recibió un golpe de concreto brutal, pues cuando fue anexado a Bogotá, la urbanización hizo de las suyas y, a causa de esta expansión, en 1969 el cauce del río Juan Amarillo fue desviado, lo que fue secando lentamente el humedal. Según el Observatorio Ambiental de Bogotá, se redujo en un 65% del cuerpo de agua.
Hoy vemos cómo la crisis climática se debe en gran parte a la pérdida de cuerpos hídricos. Eventos como el del 6 de noviembre de 2024, cuando el río Torca se desbordó, pusieron en debate los planes de manejo de la ciudad en torno a una verdadera sostenibilidad ambiental. Por un lado, algunos piensan que las inundaciones por la Autopista Norte se deben solucionar mediante su ampliación entre las calles 191 y 245. Pero, por otro lado, expertos ambientales han señalado que son precisamente las construcciones las que han generado un desborde en el ecosistema.
La importancia de los humedales
Los humedales son un ecosistema entre el medio acuático y el terrestre, con porciones húmedas y secas, caracterizadas por la presencia de flora y fauna muy singular. En la capital tenemos 17 humedales reconocidos por la Secretaría de Ambiente, en los que aún habita la flor de cardo, el sauce llorón y la acacia. Por sus suelos se escabullen también las ranas habanera, ardillas y aves como la tingua azul y la garza blanca.
11 de esos 17 humedales cuentan con el Certificado Internacional Ramsar —tratado que establece un marco para la cooperación, conservación y uso racional de los recursos de humedal—. Desde 2007, Bogotá cuenta con la política de humedales, un documento con las directrices necesarias para regular las acciones en estos ecosistemas. Sin embargo, los que han resistido el paso del tiempo cuentan una historia que da claves para entender el presente.
El caso Jaboque
El humedal Jaboque hoy cuenta con 148 hectáreas (el Gaco y el Cacique, que solían hacer parte de su ecosistema, sumaban 690 hectáreas). A pesar de ello, ocupa el quinto lugar de los humedales más grandes de la ciudad y se encuentra en la localidad de Engativá, siendo la parte final de la cuenca Salitre que desemboca en el río Bogotá. En la década de los 90 comenzaron a verse zonas de invasión en la parte oriental del humedal. Gran parte desapareció en medio de desechos y viviendas precarias. Hablamos de los barrios Unir, que fueron legalizados en 2019 durante el mandato del entonces alcalde Enrique Peñalosa.
Según El Tiempo y Semana, este territorio nace por la necesidad de ciudadanos sin recursos suficientes para obtener una casa propia. En aquel entonces, el exconcejal Mariano Porras estafó a más de 5.000 personas con un proceso de urbanización precaria. Esto lo condenó a siete años de cárcel, pero son aún más graves las consecuencias ambientales.
Andrea Obando, que hace parte del equipo de tratamiento de humedales de la Secretaría de Ambiente, explica las amenazas actuales al ecosistema: "Una de las principales tensiones en los humedales es la disposición inadecuada de residuos, tanto sólidos como voluminosos, especiales y de construcción. Cuando hay propuestas de separación de residuos, los habitantes de calle, recicladores y carreteros no lo hacen y prefieren dejar eso en el humedal, toda vez que no lo consideran un ecosistema, sino un potrero donde botar residuos".
Tensiones políticas
Las decisiones políticas y administrativas también juegan un papel crucial en la preservación de estos ecosistemas. José Cuesta Novoa, concejal de Bogotá, advierte sobre las tensiones entre el desarrollo urbano y la conservación: "Al final, la suerte de todo este proyecto ambiental estratégico para la ciudad pasa por el poder político, y este no es un buen momento para los ambientalistas. Hay muchos que hacen todo tipo de concesiones al capital inmobiliario".
Estas declaraciones hacen referencia a episodios recientes como cuando, en enero de 2024, el alcalde Carlos Galán sugirió que el páramo de Las Moyas tenía potencial para desarrollar actividades de "turismo ambiental" e infraestructura comercial. El concejal Cuesta se refiere a ello: "14.000 hectáreas de las cuales, aproximadamente, 1.000 fueron dispuestas para la adecuación de la franja de evacuación. Este señor sube al páramo Las Moyas a hacer senderismo ecológico y allá no tuvo ningún reparo en decir que él está de acuerdo con que se pudiese construir, por ejemplo, una pista para deportes".
Frente a estas situaciones, la Secretaría de Ambiente tiene protocolos específicos. Andrea Obando explica: "Nosotros, como subdirección, lo que hacemos son las alertas: identificamos y se avisa a la Dirección de Control Ambiental, y ellos son quienes se encargan de los procesos y las investigaciones judiciales. También en puntos críticos, nos articulamos en las mesas de preservación de humedales para coordinar con otras entidades la recuperación".
Juan Amarillo y el dilema del desarrollo
El humedal Juan Amarillo es el más grande de la ciudad y el único que aún cuenta con musgo de pantano, vital para la supervivencia de especies acuáticas y la conservación de una temperatura ideal. Sin embargo, este espacio ha querido ser aprovechado de otras formas, a pesar de que los humedales son considerados a nivel internacional como los ecosistemas más útiles del mundo y pieza clave para combatir la crisis climática.
Una de las intervenciones más relevantes son los senderos peatonales y las ciclorrutas que vienen desde la segunda alcaldía de Peñalosa. La propuesta ha causado revuelo desde hace años; sin embargo, la obra, incluso estando atascada con líos jurídicos, sanciones y multas, ha logrado avanzar hasta un 70 %.
Frente a estas intervenciones, la concejal María Clara Name, del Partido Verde, ofrece otra perspectiva: "Que hablemos de nuevas vías, que hablemos de construcciones, no quiere decir que netamente estemos hablando de acabar con un ecosistema. Claro, con Enrique Peñalosa apoyé la mayoría de sus proyectos, pero un ejemplo también es la construcción del Hospital de Usme. Tal vez, si tuviéramos una buena demarcación en el territorio, una buena concientización y un buen plan para compensar después, pues ahí podemos hacer la compensación que exige la ley".
Van der Hammen y el desbordamiento
Entre ese frágil balance hemos construido zonas de la ciudad que, con las lluvias, terminan desbordándose, como ocurrió en noviembre de 2024 al norte de Bogotá. Esto está relacionado con la Reserva Thomas Van der Hammen, un ecosistema vital de 1.395 hectáreas que conecta los Cerros Orientales con el río Bogotá, y abarca ecosistemas como los humedales Torca-Guaymaral y La Conejera.
La relación entre la reserva y el Humedal Torca-Guaymaral es crucial, ya que constituye un corredor ecológico que facilita la movilidad de especies y regula los flujos hídricos hacia la reserva. Sin embargo, también enfrenta serias amenazas por la expansión urbana. La Autopista Norte ya representaba un obstáculo para la conexión de los ecosistemas, lo que contribuyó al reciente desbordamiento. Además, proyectos como la ampliación de esta vía podrían agravar la situación si no se garantiza su viabilidad ambiental.
Sobre la licencia ambiental de esta obra, Ivon Fernández, evaluadora de proyectos de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), explica: "Cuando se archivó la licencia, fue porque no se contó con la información suficiente para tomar una decisión. Una de las mayores incertidumbres era si el proyecto era susceptible de inundación. Los modelos presentados eran insuficientes. Entonces, las inundaciones cerca de los humedales le terminaron dando la razón a la ANLA".
Balance y perspectivas
Una mirada más amplia sobre la situación de los cuerpos de agua en Bogotá la ofrece Jorge Manuel Escobar, director de la Fundación Humedales de Bogotá: "Si hacemos una retrospectiva desde los años 90 hasta acá, sin duda ha mejorado mucho porque antes estaban a punto de desaparecer. Lo que pasa es que hemos tenido avances significativos, pero también llegan alcaldías que representan retrocesos. Puede llegar cualquier alcalde que ha cambiado esto a su antojo y ha construido encima de los humedales".
Sin embargo, Escobar también afirma que hoy son más los que se preocupan y se esfuerzan por remediar las grietas que ha dejado el progreso desorganizado. La Fundación Humedales de Bogotá ha sido invitada a otros países a hablar sobre la experiencia de Bogotá: "Afuera ven que somos un caso de éxito a nivel mundial solo por ese pequeño porcentaje de personas, y a pesar de que fallen a veces los mecanismos de defensa en la ciudad, en la recuperación se ha hecho un trabajo enorme".
Los ejemplos expuestos revelan una realidad crítica: los humedales de Bogotá son mucho más que simples espacios verdes. Son infraestructuras naturales fundamentales para mitigar los desastres ambientales, como lo demostraron las inundaciones de noviembre de 2024 al norte de la ciudad. La pérdida del 98% de estos ecosistemas no es solo un dato estadístico, es una amenaza real para la vida en la capital. Los testimonios de funcionarios, concejales y ambientalistas coinciden en un punto: la conservación de los humedales requiere un compromiso político y ciudadano que va más allá de las administraciones momentáneas. Son corredores ecológicos, reguladores hídricos y refugios de biodiversidad que pueden marcar la diferencia entre una ciudad sostenible y una vulnerable a los embates del cambio climático.



