Orgullos, discursos, guerra, más guerra y mandarinas

Foto: Mandarinas (Zaza Urushadze)

Susana Arcila Jiménez
Universidad Pontificia Bolivariana
Soñar con un mundo sin guerra parece tan imposible como tratar de vivir lejos de ella. A lo largo de mi formación académica y personal he escuchado con firmeza cómo está tan normalizado el discurso de la pugna, considerada como algo “inherente” a la humanidad, algo natural. No puedo entonces dejar de pensar en un mundo sin guerra por más que esté frente a mis ojos la cotidianidad que esta posee en nuestro mundo, entre más conozco y siento de ella, menos quiero creer que es algo que nos define, que nos controla o que no podemos evitar.
Mandarinas (Zaza Urushadze, 2013) trae a mi cabeza el pensamiento del “orgullo como motor de guerra” más que un acto naturalizado los conflictos bélicos son una representación del orgullo y el poder, del nacionalismo enfermo y de la indiferencia frente a los contextos ajenos. El orgullo está atravesado por el territorio, haciéndolo motivo principal para defender el mismo. Los discursos colectivizan en tanto representan una idea y a una población que se identifica en un territorio; haría falta acudir a un mapa para observar cómo las fronteras mal dibujadas y tan curiosamente distribuidas entre países simbolizan la ambición y la violencia en los territorios. Francamente, no sabría decir si es cuestión de inequidad, de cualquier forma, no es el tema de este escrito.
Acudiendo a la historia, los conflictos entre países y reinos (en su momento) eran causados en su mayoría por un deseo humano de querer controlar cada vez más lo que habita o lo que le rodea. La competencia y la ambición son elementos claves a la hora de diferenciar oponentes o catalogar enemigxs. Cuando un ser humano se siente en peligro estando en una posición de poder, ¿es natural que reaccione de manera violenta? Desarrollar miedo por cualquier cosa que ponga en riesgo la integridad humana es algo normal, pues este sentimiento ayuda a detectar situaciones de alerta; no obstante, el pánico a perder algo que consideramos nuestro también está vinculado a un proceso social en donde la pérdida representa el fracaso, la debilidad y el poco liderazgo de unx individux.
A partir de ese sentimiento de fracaso acuñado a los valores sociales, el ser humano acude a la culpa como una forma de solventar la pérdida y justificar sus acciones en otras personas u otros factores; he aquí una de las razones por la cual los discursos de culpa manipulan el imaginario colectivo. Es importante aclarar que, el miedo no solo viene de la pérdida de algo a lo que le otorgamos valor, también surge a partir de no identificarse con lo desconocido, con la otredad. A lo largo de los años, se han impartido discursos de odio hacia la diferencia por el simple miedo colectivo que se genera a raíz de no conocer o no identificar aquello que es distinto. Así que, al miedo se le adjudican dos grandes elementos: la pérdida y la diferencia, siendo dos conceptos imposibles en el mundo del orgullo y el control.
Para masificar un miedo proveniente de algunas minorías es importante la comunicación, el ejercicio de persuasión de la comunicación tradicional que menciona Beltrán (1979), en donde esta se limita a ejercer un acto persuasivo para convencer a la masa y, por ende, hacer caso a las élites sociales: al poder. ¿Por qué todo tiene que ver con el poder? ¡Parece el nuevo dicho! “Todos los caminos llevan al poder!”. La historia del mundo parece estar delimitada por un deseo insaciable de este último. Las guerras son justificadas bajo ese lema, aunque no sea tan explícito: “¡Hay que proteger esta nación!”, “¡Debemos recuperar lo que es nuestro!”, “¡Debes ir a luchar por tu tierra!”. Todos estos son ejemplos del lenguaje del poder, del dominio y la vigilancia; quien no se siente partícipe de esta ideología, fácil, traicionó a su país. No sé si seré solo yo, pero a mí estos mensajes no me evocan empatía, me hablan de odio y venganza.
El lenguaje en la guerra es fundamental. Si la causa de la guerra es el orgullo, quien sostiene ese orgullo es el lenguaje. Pocas veces existirá un combatiente al que se le pregunte por qué está donde está y que responda: “no sé”. El discurso en el que cree es el que lo mueve a eliminar el enemigo, desdibujando completamente la humanidad que habita en el contrincante, pero también olvidando la humanidad que existe en él mismo.
Deshumanizar los seres humanos que habitan un espacio el cual está en guerra es uno de los elementos que perpetúa los discursos de violencia en la misma; además de este, está el silencio o el ejercicio de invisibilizar las voces del otro lado del charco, por decirlo de alguna manera. Es incluso reflejado en Mandarinas cuando ambos enemigos habitan la casa de Ivo, ninguno de los dos se escucha ni se reconocen en el otro a pesar de haber pasado por el mismo suceso; a mí parecer, no habían dejado sus roles bélicos y no se veían los rostros, no escuchaban la historia del otro. Encerrarse en un discurso genera este tipo de cosas, lo cual evoca en mí un sentimiento de desesperanza porque la respuesta violenta viene del mismo lugar de donde sale un: “te quiero” o un, “no lo voy a matar hoy, tengo pereza” siendo más específica acudiendo a un diálogo de la película. Este último fragmento demuestra que uno de los personajes ha generado empatía por quien una vez fue su objetivo, su enemigo… A quien intentó asesinar.
Para confirmar mejor mi punto, me parece fundamental hacer énfasis en la diferencia entre conflictos y guerras ya que, considero que son desemejantes. Según Infante, (1998): “[...] el conflicto interpersonal es mayoritariamente definido como un proceso-producto de carácter subjetivo-cognitivo que implica percepciones de metas incompatibles por, al menos, dos individuos” (párr. 1)., mientras que la guerra es definida por Clausewitz, (1832) como: ‘[...] un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad. [...]; su propósito siguiente es abatir al adversario e incapacitarlo para que no pueda proseguir con su resistencia” (p. 7). La guerra, entonces, conlleva actos coercitivos que involucran la fuerza y el sometimiento de una comunidad o de un territorio.
Los efectos de las guerras repercuten profundamente en las comunidades de esos territorios vulnerados, esto es importante porque implícitamente narra un desconocimiento a la otredad y a la convivencia de estas sociedades. Para ejemplificar las repercusiones de la guerra en las comunidades, se trae a colación la transición abrupta en las dinámicas y clases sociales, pues un territorio violentado, colapsa y, por ende, su sistema de atención deja de priorizar a beneficiarixs y solo atiende a la persona que pueda atender. A veces el sistema está en una precarización tan extrema que no hay cómo brindar ayuda a alguien, quien sea. En adición, la guerra no respeta la ética de la salud en tanto no dibuja el límite inquebrantable a las instalaciones médicas en tiempos de batalla; la atención hospitalaria debe ser accesible para cualquier ser humano, independientemente de su procedencia territorial o de su afiliación bélica en el enfrentamiento. En un mundo de guerras, pero “respetuoso”, funcionaría de esta manera.
En contextos actuales como los de Palestina e Israel, ocurren fenómenos como los que he mencionado a lo largo del escrito, desde atentados contra lxs funcionarixs de la salud, hasta desplazamientos forzados a causa de la destrucción de comunidades enteras. No es necesario elegir una versión de la historia para agravar las secuelas de la guerra, debido a que, desde cualquier punto de vista, este conflicto es deshumanizante y cruel. El ejercicio periodístico también es irrespetado en contextos de guerra; poner en riesgo la vida para contar historias es un efecto crucial en la comunicación. ¿Por qué no se entiende la imparcialidad en la guerra? Es como cuando jugaba con las muñecas a los 11 años: había una bomba en la casa de Roxy, pero la narradora omnisciente de la historia y las vecinas de la supuesta enemiga no sufrían ningún daño porque hay reglas narrativas que no pueden violarse. Quizá es un ejemplo alejado de la realidad, pero me parece pertinente mencionarlo en tanto el derecho a la información y a la atención humanitaria debe estar por encima de cualquier atentado o crisis.
Yo, dentro de la ética periodística, no recopilo imágenes de cuerpos y escenarios catastróficos con la intención de favorecer un discurso oponente en un territorio, lo hago porque eso es lo que está pasando; el tratamiento de la información corresponde a una responsabilidad colectiva de lxs comunicadores para limitarse a contar lo que ocurre, en el territorio donde ocurre, cómo ocurre y por qué. A lo mejor es cierto eso de que no existe la completa objetividad, pero no se puede justificar la negligencia y violencia informativa dentro del marco del bien y el mal, porque bien sé que el mundo no es de esos negros y blancos, es más complejo. La construcción de tejidos dentro de las comunidades vulneradas por la guerra son procesos comunicativos que fortalecen las historias y los contextos hostiles, haciendo de una radio comunitaria un espacio de reivindicación de dignidades y resistencia ante la violación de derechos.
Viso, (2012) relata en su texto un ejemplo de la construcción de puentes entre las partes de un conflicto y, dice:
"Uno de sus principales ejes de acción es el fomento de la comunicación entre los movimientos sociales del Norte y del Sur, a través del fortalecimiento de sus
relaciones. [...] crear tejidos sociales solidarios reviste una importancia esencial para que la sociedad de las estructuras y las normas que condicionan sus oportunidades vitales, a partir de la toma de conciencia de la similitud de sus problemas y aspiraciones" (p. 409).
Esta creación de tejidos es un ejercicio poderoso en tanto vincula los procesos que unen a estas sociedades tan contrarias y les enseña por qué tienen tanto en común o, cómo a partir de la apropiación y la dotación de sentido a unos valores y a unos discursos, tienen tanto que construir entre sí. ¿Por qué es tan difícil ver a la otredad como parte de nuestra realidad?
Por consiguiente, se me presentó la inquietud frente al rol de la religión dentro de la película. Pregunto entonces, ¿qué somos los seres humanos ante dios? A pesar de mi postura personal, de que de pronto las religiones radicalizan las sociedades y las alejan unas de otras, estas pueden ser motivo de unión dentro de la guerra y la posguerra. Nika y Ahmed tienen creencias y afiliaciones religiosas distintas; sin embargo, eso no fue impedimento a la hora de desarrollar empatía a lo largo de su estancia en la casa de Ivo. Incluso, entender que el otro no comparte el mismo dios, pero es devoto en tanto en tiempos difíciles acude a una supremacía divina que lo consuela es empatizar con la otredad. La religión puede ser un hilo en la construcción de tejidos entre personas disonantes; puede ser complicado de entender en mi caso, pero el gesto de Nika al esconder su cruz cristiana debajo de su camisa después de ver rezar a su enemigo islamista me pareció un acto profundamente poderoso; ya que, en la otra cara de la moneda, en nombre de dios, se puede eliminar a sociedades enteras, satanizar la diversidad y hasta homogenizar un territorio completo: “la tierra prometida”, ¿les suena?
¿Por qué enterrar a alguien de afiliación opuesta a mi hijo al lado de su propia tumba? Esta fue otra parte que me evocó mucha paz humanitaria en Mandarinas; me expresó por medio del diálogo la perspectiva de Ivo y de alguna forma, mi postura frente a la guerra. ¿Seremos fichas de un discurso manejado por el poder cuando nos encontramos en batalla? Suena muy poco convincente pensar que solo nos manipulan, porque cuando se cree fielmente en un discurso se nubla la realidad de que la adopción del mismo quizá no fue tan voluntaria. El imaginario social que alguna vez se planteó Taylor, (1995) habla incluso de adecuaciones de discurso por medio de la imposición o por medio de las dinámicas territoriales de un espacio en concreto. “Creo en lo que creo porque soy eslovaco”. “Pues yo también creo en lo que creo porque soy georgiano”.
Me parece increíble cómo la influencia del discurso nos aleja del sentido compartido hacia un territorio solo porque hubo dos discursos disonantes alguna vez en ese mismo espacio. Son dos sociedades nacidas y criadas en la misma tierra, pero sólo pueden habitarla quienes poseen la misma ideología instalada, ¿por qué? ¿Por qué el poder es tan violento y excluyente? También me planteo: ¿por qué me sensibilizo con los contextos ajenos a los míos?
“Solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra y maduro para el conflicto merece la paz” Zuleta, (1985, párr. 5),en este pequeño escrito nos habla de la fiesta de la guerra y de cómo esta perpetúa la creencia violenta de que merecemos ganar una guerra a pesar de eliminar la población enemiga; la celebración de la derrota al oponente es más fuerte que el miedo que resulta de haber erradicado a miles de comunidades en un territorio que consideramos nuestro. “Hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar y ocultar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva” (Zuleta, 1985, párr. 3). Es tan conmovedor, pero tan cruel que solo hasta que se escucharon, Nika y Ahmed lograron verse como pares y lograron unirse, sentir empatía por el otro. Conmovedor porque envía un mensaje esperanzador hacia esos contextos de guerra y odio; no obstante, es cruel porque en un principio la empatía no debería desarrollarse así. ¿O sí? Pienso que vivir con la empatía activa te permite darle valor a una cotidianidad tan ajena a la tuya sin siquiera vivir en ella o pasarle por el lado, coloquialmente hablando.
Mandarinas es un claro ejemplo de que el amor sí es algo innato en la humanidad, que el discurso sobre “el salvador” y “el pueblo primitivo” son dinámicas de poder que paternalizan los intercambios entre culturas y, que la guerra es solo producto de aquellas personas que pierden la fe en ellas mismas, pensando que la única forma de vivir en comunidad es eliminando a las que no consideramos comunidad, qué ironía.
“- Ivo, si hubiera sido yo el muerto a diferencia de Nika, ¿me habrías enterrado al lado de tu hijo?”. “- Si. Pero un poco más separado”.
¿Qué somos además de simple materia cuando morimos? La ritualidad no tiene que ver con el valor del cuerpo y lo que alguna vez habitó a este, sino de darle un significado a una acción que representa el amor que alguna vez sentimos por esa otra persona que ahora está bajo tierra. No deberíamos alejarnos de la ritualidad que es practicada de otra manera en otra comunidad, debería ser eso motor para unirnos y vernos como humanos crédulxs e inocentes, enamoradxs y arraigadxs a los principios de nuestra sociedad porque, así es como somos vistxs ante los ojos de esa supremacía metafísica a la que llamamos dios.
Referencias
Beltrán, L. R. (2016). Adiós a Aristóteles: la comunicación “horizontal. Revista latinoamericana de Ciencias de la comunicación, 12(23).
Infante, E. (1998). Sobre la definición del conflicto interpersonal: aplicación del cluster analysis al estudio semántico. International Journal of Social Psychology, 13(3), 485-493. Martín, P. (s. f.). Estanislao Zuleta sobre la guerra. Scribd.
https://es.scribd.com/doc/136112411/Estanislao-Zuleta-Sobre-La-Guerra
Meriles, D. A. (2019). taylor - imaginarios sociales modernos.pdf. Edusallebajio. https://www.academia.edu/38327988/taylor_imaginarios_sociales_modernos_pdf
Viso, A. F. (2012). Las ONG y la construcción de la paz: nuevos actores, espacios y procesos comunicativos de transformación de conflictos. Dialnet.



