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Salva a Colombia, ten criterio

Foto: María Fernanda Puentes
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María Fernanda Puentes

Universidad Minuto de Dios

Hace unas semanas, una campaña “pro-vida” sacudió el país con la sutileza de un sermón moral: “Salva a Colombia, ten hijos.” Una frase que parecía salida de un panfleto de repoblación nacional, impulsada por la bancada cristiana, influencers sonrientes y políticos nostálgicos, que todavía creen que la maternidad es un deber patriótico. Como si la salvación del país dependiera de los úteros disponibles y no de las políticas públicas que garanticen una vida digna.


Pero los datos no son tan inspiradores como los salmos. En 2024, unas cifras del Dane sacudieron; y no en ese buen sentido de sacudir la conciencia, sino en ese de “¿qué diablos está pasando?” Solo nacieron 445.011 bebés, la cifra más baja en una década. Eso representa una caída del 13,7 % respecto al año anterior: 70.538 nacimientos menos. En otras palabras, las personas gestantes del país están pariendo menos, y no por capricho, sino por cansancio. Por miedo. Por pura lógica. Tener un hijo en Colombia es un lujo que pocos pueden pagar y que muchos evitan por supervivencia.


El costo de la vida, los arriendos, los alimentos, la educación, la salud: todo se vuelve un obstáculo. La maternidad, lejos de ser una promesa, es un campo de batalla. Mientras algunos piden más nacimientos, otros (la mayoría) luchan por criar en medio del abandono estatal. Porque sí, se pide que tengamos hijos, pero no se ofrecen condiciones reales para sostenerlos.


Y sin embargo, las niñas del país siguen pariendo. En 2024, 3.159 niñas entre 10 y 14 años fueron madres. Niñas. No adolescentes, no jóvenes. NIÑAS. A esa edad, deberían estar aprendiendo a multiplicar, no a parir. Una niña de 10 años no tendría por qué tener vida sexual. Y si la tiene, no es por elección: es por violencia. Es por violación. Es porque el Estado, la escuela, la familia o la comunidad fallaron en protegerla.


A eso se suman los 63.527 nacimientos de madres entre 15 y 19 años, adolescentes que también fueron empujadas a una maternidad precoz, muchas veces por abuso, por coerción, o por pura falta de educación sexual. Un número altísimo, aunque haya bajado algo, sigue siendo brutal si pensamos que muchas de ellas no estaban listas, si pensamos que muchas veces el “padre” real no está, no aporta, no cuida.


Si miramos más atrás, las cifras no son solo números: son infancias robadas. En 2015 habían 3,1 nacimientos por cada 1.000 niñas entre 10 y 14 años; en 2024 esa cifra fue de 1,6. Algunos dirán que es progreso. Pero, ¿desde cuándo consideramos un “avance” que aún existan NIÑAS embarazadas en el siglo XXI? Cada una de esas cifras es una historia de abuso, una historia de silencio, una historia de impunidad.


Según la ONU, las violaciones graves contra menores en Colombia aumentaron un 61 % entre los años 2019-2023. Actos sexuales abusivos, matrimonios arreglados e infancias profanadas, son una realidad que muchos callan y se invisibiliza en cifras estatales fragmentadas. La violencia sexual infantil crece mientras el país mira hacia otro lado, ocupado en pedir más hijos para salvar la patria. Es irónico: se exige maternidad mientras se ignora la violencia que la impone.


Hace poco escuché una frase que me persigue desde entonces: “Si las mujeres menstruáramos desde pequeñas, habría mamás que aún no aprenden a hablar.” Qué imagen tan dolorosa, pero tan cierta. Y eso, que parece una hipérbole, es una realidad que viven miles de bebés y niñas en las zonas rurales, en los barrios pobres, en los rincones olvidados de un país que normaliza lo inaceptable.


Una niña de 10 años no tendría por qué tener vida sexual. Tenerla es tener un derecho vulnerado, es ignorancia institucional, es ausencia de protección, es violencia. Pero en el discurso, lo que se pide es justamente lo contrario: demandan maternidad sin consentimiento real, maternidad sin garantías, maternidad como deber patriótico.


Y no, no es simple. No lo es cuando no hay guarderías, cuando la salud pública falla, cuando el abuso sexual no se denuncia o no se sanciona, cuando los padres no están, cuando la escuela deja de ser refugio. No lo es cuando los salarios compran poco, la vivienda decae, los servicios básicos cuestan. La campaña “Salva a Colombia, ten hijos” es un insulto a la inteligencia y a la realidad. No se trata de tener hijos para salvar al país, sino de salvar al país para que valga la pena tener hijos.


Mientras los discursos oficiales romantizan la natalidad, las madres enfrentan hospitales colapsados, abandono de los padres, desempleo, estigma social y políticas públicas que no garantizan ni lo mínimo. La maternidad en Colombia sigue siendo un privilegio para unas y una condena para otras. Un mandato para las pobres, una elección para las ricas. Un deber moral impuesto por los mismos que se niegan a hablar de anticonceptivos en las escuelas.


No es que las mujeres no quieran tener hijos. Es que no quieren tenerlos solas. No quieren parir para el hambre, ni criar para la guerra, ni sostener un país que sigue midiendo su valor en úteros.


Así que no, Colombia no se salva con más cunas ni más campañas vacías. Se salva con educación sexual, con justicia para las víctimas de abuso, con equidad laboral, con políticas que protejan a las madres y a los hijos que ya existen.


Salva a Colombia: no seas idiota, ten criterio. Porque más hijos sin condiciones dignas no es salvación: es perpetuar la injusticia, reproducir la violencia y prolongar la ausencia.

ISSN: 3028-385X

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