Tusas literarias: Borges y Cortázar

Foto: Clarín

Sergio Andrés Silva
Escuela Colombiana de Ingeniería
Transcurridos los días de los múltiples anuncios mediáticos de la Academia Sueca, resulta inevitable la expectativa de la revelación final de los galardonados, a pesar de, en paralelo, rememorar a los que no lograron ser.
En cuanto al Nobel de Literatura, parece estrictamente confuso comprobar cuál es más o menos merecedor que el otro. La literatura nace primordialmente de lo subjetivo. Es algo similar a calificar una perspectiva. Nunca será una mejor que otra. Es esto, espalda a ideales políticos, tal vez lo que impacta negativamente a la reputación del galardón. La credibilidad de este aminora de manera sorpresiva en algunos años, y se recupera en otros. Esas “tusas literarias” de los que debían ganarlo y simplemente no les fue concedido.
En el presente de la línea histórica de la literatura, habría demasiados, posiblemente infinitos casos que describan esta tesis del que pudo ser y no fue. Joyce, Tolstoi, Rulfo, Fuentes, Sábato, Vallejo, y demás figuras relucen en la lista. Verdaderos pioneros de la literatura. Para mí, un tanto más contemporáneo, resalta el binomio de la genialidad argentina materializada en las letras: Borges y Cortázar.
El escenario mismo de Borges recibiendo el premio Nobel me resulta inverosímil. Probablemente haría un “Sartre”, rechazando con elegancia la distinción de los suecos. O actuando en el escenario con lucidez recta, aceptaba. Jorge Luis Borges no constituyó simplemente parte de la explosión de la narrativa del siglo XX en América Latina. Diría incluso que fue el fundamento de la base que hizo posible la existencia de la literatura latinoamericana.
La escritura de Borges es de las letras prolíficas. Es una lógica pulcra, de un intelectual de primera. Borges parece nacido para la literatura. O tal vez, la literatura y Borges son par sustantivo que siempre debió ser intrínseco. En múltiples cuentos y poemas, un buen lector concibe un enorme vuelo intelectual, no precisamente por una cuestión meramente estética, sino por los temas en los que la obra de Borges ahonda: el tiempo, el infinito, los tigres, los espirales y la simplificada complejidad de la vida hacen de sus textos una guía indudable del panorama literario del siglo XX, y de ahí, el de la actualidad.
A su vez, el argentino del Boom, el de la “erre” mal pronunciada, el genio de particular talento Julio Cortázar no queda atrás en la historia de la literatura latinoamericana. Con Cortázar me pasa algo distinto, algo más cercano y terrenal. Borges me parece casi una deidad, Cortázar es un genio más humano, pero no por ello menos impecable. Concibo en Cortázar una de las facetas —para mí— más interesantes de la literatura: la experimentación.
Considero que cuando el lenguaje se somete a lo que Cortázar lo ha sometido en su obra, es ahí donde el dialecto crece y vive; se mueve, respira y grita que sigue vivo. Es como si jugara. Es brillante, juega al científico de las letras, con prueba y error experimenta manipulando las letras a su favor para concluir así con manuscritos prolíficos. Tal sería el caso de múltiples cuentos de su autoría. Son un juego bien ejecutado, un juego maestro que gracias al destino nos fue revelado a tiempo.
No es que sueñe obligado el Nobel para dos genios de portentoso talento al momento de contar historias, pues su reconocimiento en vida no resultó ausente, pero sí una confirmación moral e intelectual de que se ha hecho algo positivo por lo que más se amó: la literatura.
¿Por qué leerlos? ¿Por qué leer? Para ratificar a Flaubert, en que la única forma de soportar la existencia es aturdirse en la literatura, como en una orgía perpetua.



