El día en que el tropel cedió ante el carnaval

Foto: Comunicaciones Universidad Pedagógica Nacional

Dilan Bocanegra Avellaneda
Universidad Pedagógica Nacional
Revolución es tener el derecho a imaginar un mundo distinto y danzar sobre sus ruinas.
— Raúl Zibechi, “Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías” (2017)
La educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo.
— Paulo Freire, “Pedagogía del oprimido”
Comenzó el jueves como cualquiera de los otros días. Varias actividades se llevarían a cabo durante la jornada, algunas de ellas (por no decir que la gran mayoría) programadas desde unos meses atrás; otras surgidas en el hervor de la necesidad de una discusión frente a violencias basadas en género (como el feminicidio ocurrido días atrás en Univalle). Día lluvioso y frío, con los cerros ocultos tras las nubes y con la sorpresa de encontrar a los capuchos por los pasillos de la universidad. Era el “día del caos” en sus accionares de memoria.
La universidad estaba viva (o al menos así la sentía yo). Había llamados a la palabra, a la escucha, a la memoria: una asamblea convocada por grupos feministas para hablar de estas violencias que duelen y quebrantan nuestras realidades (y de un sinfín de problemáticas más), un conversatorio sobre el consumo consciente —en un espacio que se ha tornado más de farreadero que de discusión política y académica—, un homenaje al maestro matemático en la Facultad de Ciencia y Tecnología y, como cierre del día, un encuentro con Fals Borda, con su legado, con la necesidad de volver a mirar el país desde sus márgenes. Algo tan necesario para estos días.
Sin contar con que, más allá de todos estos ejercicios movilizadores, en la universidad se llevaban a cabo clases, laboratorios, parciales… las actividades del común hacer en la Pedagógica.
Todo eso sucedía.
Todo eso era también lucha.
Y en medio de esa trama, apareció el tropel: una acción con historia, con símbolos, con fuerza, pero que esta vez no venía en son de escucha, no preguntó (como en muchas y tantas ocasiones donde, aún increpados, han salido a su accionar) y logró, como en muchas otras ocasiones, irrumpir en los espacios cuidados con amor, pensados entre muchas voces, espacios ganados y planeados con tiempo, con preguntas, con manos abiertas y corazones dispuestos.
Entonces no fue el tropel el que se impuso,
Fue el carnaval el que salió.
Los tambores de la batucada, las risas acompañadas de máscaras y carteles de la licenciatura a la que pertenezco, los cuerpos que bailan no por evasión, sino por defensa. La alegría y la decisión de habitar como decisión política. El espacio tomado no por el miedo, sino por el deseo de estar juntos, de decir: también así se lucha. Por la posibilidad de habitar una plaza “como muchas veces me la había querido tomar: bailando sin miedo”, como mencionó una compañera en el micrófono.

Foto: Comunicaciones Universidad Pedagógica Nacional
Porque sí, la capucha tiene historia y sí, también ha sido necesaria. Reconozco su importancia, su vitalidad y su utilidad en distintas coyunturas. Pero esta vez, entre todas las voces, cuerpos y acciones, logramos llegar a lo verdaderamente importante: el encuentro, la palabra, el cuidado, la ternura que también es lucha. Porque los tiempos cambian, las coyunturas nos exigen otras formas, y no siempre se puede irrumpir como si el dolor y la acción solo tuvieran una cara.
Ese día, la Darío se llenó de vida, de palabras de digna rabia entretejidas entre todos, de miradas que se encontraron después de tiempos; esta vez desde la ternura de dos o varios que sin recelo se observan y construyen —sin olvidar que por fin contábamos con la presencia de la actual administración de la universidad en la plaza pública y no solo en eventos y fotografías—.
De memoria (como la de Nico Neira y Dylan Cruz) que no quema, sino abraza.
Y tal vez por eso, ahora más que nunca, nos hace falta un espacio para hablar, para pensarnos los medios y los fines, para cuidar lo que construimos (y reconstruir lo que sea necesario), para entender que las luchas no se pisan entre sí, sino que hay un momento para cada fuego, y que también vale detenerse y preguntar: ¿cómo seguimos sin rompernos? ¿Cómo construimos esto que llamamos universidad? ¿Cómo, desde el ser maestros/as en formación, movilizamos más que los discursos, las acciones? ¿Cómo logramos espacios de deliberación? ¿A qué prestamos atención? ¿Qué es lo urgente? ¿A qué/quién estamos dando legitimidad?
Mientras escribía estas líneas, el recuerdo del maestro Darío Betancourt Echeverri vuelve a mí con su texto de 1999: “El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer: entre el mariachi, la capucha y la rosa en la Universidad Pedagógica Nacional”, y parece decirnos, desde allá, que la universidad, cuando se defiende con alegría y con escucha, cuando se llena de arte, argumentos y de razones, también se vuelve trinchera. Una trinchera construida desde el amor por ser maestros y maestras, y por querer construir una realidad mejor.