"El entretenimiento no está pensado para incomodar": Dago García

Foto: Juliana Lopera

Isabella Sánchez Bustos
Universidad Externado de Colombia
Nacido en Bogotá en 1962, Darío Armando García Granados, más conocido como Dago García, es uno de los referentes más destacados del cine y la televisión colombiana. Comunicador social egresado de la Universidad Externado de Colombia, ha dedicado más de 30 años a escribir, dirigir y producir historias que han marcado el entretenimiento nacional. Desde comedias populares hasta adaptaciones literarias y relatos históricos, su firma está presente en más de 40 largometrajes y múltiples producciones televisivas.
Entre sus películas más reconocidas se encuentran La pena máxima (2001), Muertos del susto (2007), El paseo (2010) y El último aliento (2016), muchas de ellas convertidas en éxitos de taquilla. Además, es el creador de Dago García Producciones y se desempeña actualmente como vicepresidente de producción de Caracol Televisión, cargo desde el cual ha influido significativamente en la construcción de narrativas que llegan a millones de colombianos.
Su trabajo ha sido clave en la consolidación de una identidad audiovisual popular, accesible y comercial, sin abandonar del todo las tensiones sociales que atraviesan al país. Con un enfoque cercano y directo, García ha logrado conectar con públicos diversos y mantenerse vigente en una industria altamente cambiante.
Pregunta. ¿Cómo se refleja el clasismo en el cine colombiano?
Respuesta. Es difícil hacer una evaluación general. El cine colombiano tiene muchas expresiones, pero una gran parte se ha enfocado en personajes y realidades marginales. Por ejemplo, el cine de Víctor Gaviria retrata la Medellín popular; Ciro Guerra ha abordado comunidades indígenas.
También hay muchas comedias populares que representan ciertos sectores, pero no hay muchas películas que hablen directamente del clasismo. No lo identifico con facilidad como un tema central, aunque pueda estar presente de fondo.
P. ¿Qué papel juegan el cine y la televisión en la forma de representar las distintas clases sociales?
R. Hay una relación dialéctica entre la realidad y las narrativas. Los guionistas trabajan con lo que conocen y eso, al ser representado, también influye en la percepción de la realidad. En televisión, especialmente en las telenovelas, suele haber un código ético: el buen comportamiento se premia y el malo se castiga. Eso está en casi todos los productos, incluso en las narconovelas. Pero si ese discurso influyera directamente, tendríamos una sociedad más justa, y no es así. Es muy difícil medir el impacto real de lo que se ve en pantalla sobre el comportamiento social.
P. ¿Qué piensa de los estereotipos como el rico arrogante o el “ñero” que aparecen frecuentemente en la televisión?
R. Eso viene del melodrama, un género que trabaja con personajes arquetípicos. Hay una clase alta representada como antipática y una clase popular como víctima. Pero con el tiempo eso ha ido cambiando. En novelas como Betty la fea o Nuevo rico, nuevo pobre, vemos contradicciones: personajes ricos con valores y personajes pobres con comportamientos cuestionables. Aunque todavía hay estereotipos, se han ido matizando. El género también influye: la comedia y el melodrama tienden a estereotipar más que el drama o la tragedia, donde hay más matices.

Foto: Colprensa
P. ¿Cómo se puede narrar la pobreza y la desigualdad sin romantizar?
R. Desde una mirada realista, sin idealizar. En los años 80 y 90 hubo series como Amar y vivir o Los Victorinos que mostraban realidades duras. Pero la televisión es entretenimiento, y eso implica una función de escape. Muchas personas no quieren ver en pantalla lo mismo que ya viven. Eso no significa que no haya espacio para el cine de denuncia, pero es más difícil que conecte con el público masivo. El entretenimiento no está pensado para incomodar, y la televisión es principalmente entretenimiento, no arte.
P. ¿Considera que el cine colombiano ha sido equitativo en la representación de las distintas realidades sociales?
R. Depende de qué se entiende por equitativo. La mayoría del cine refleja sectores populares o marginales. Muy pocas películas muestran la clase alta, y las de la clase media también son escasas. Hay excepciones como Franco Lolli, que ha trabajado bien la mirada de la clase media. Pero en general, el cine colombiano se ha enfocado más en la marginalidad, o en la comedia ligera sobre la clase trabajadora.
P. ¿Cómo ve el cine frente a desafíos como la desigualdad, la migración o la violencia estructural?
R. Siempre habrá un cine que señale esas problemáticas, y otro que busque entretener. Lo mejor para una cinematografía es el equilibrio entre ambos. Un cine solo de denuncia puede volverse denso; uno solo de entretenimiento, superficial. El problema es que hacer cine cuesta, y se necesita público. Convencer al público de ver una película que les recuerda su situación de desigualdad no es fácil. Por eso existen estímulos del Estado, como el FDC, que apoyan el cine comprometido que difícilmente es rentable en taquilla.
P. ¿Ha recibido críticas por humanizar demasiado a personajes de clase baja?
R. Sí, pero el entretenimiento no ha desarrollado una teoría estética, porque no le interesa. Las críticas suelen venir desde el arte, y juzgan al entretenimiento con criterios que no le corresponden. Se critican los estereotipos, la repetición de tramas, la falta de profundidad... pero el entretenimiento tiene otra lógica. Aun así, es parte del paisaje: siempre hay críticas.
P. ¿Qué experiencias personales han influido en su forma de representar las clases sociales?
R. Todas. Uno escribe desde lo que ha vivido, desde el colegio, la universidad, la vida afectiva. No todo es autobiográfico, pero sí está atravesado por la experiencia. Uno no escribe sobre lo que no conoce. Y esa experiencia condiciona la manera en que uno construye personajes y situaciones.
P. ¿Qué opina del auge de creadores de contenido de barrios populares en redes sociales? ¿Pueden romper con el clasismo mediático?
R. Eso ya está pasando. Hay jóvenes en sectores populares haciendo cine con sus celulares. En festivales como SmartFilms hemos visto miles de piezas audiovisuales hechas en comunas. Lo que falta saber es si esos contenidos van a dejar una huella cultural. También estamos en un hacinamiento de contenido: todos producen, pero no todo trasciende. Aún es temprano para saber si ese movimiento cambiará la percepción sobre las clases populares.
P. ¿Qué Bogotá le gustaría que el cine mostrara en los próximos años?
R. Cualquier Bogotá. Entre más miradas haya, mejor. En Nueva York, por ejemplo, están Woody Allen y Scorsese, con visiones totalmente distintas de la misma ciudad. Eso alimenta el imaginario colectivo. Me gustaría que se mostraran todas las dimensiones de Bogotá, desde el norte hasta el sur. No hay nada más enriquecedor que la diversidad.