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El extenso camino hacia la publicación

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Jorge Esteban Lasso

Universidad del Quindío

¿Quién en su sano juicio se inscribe en una carrera universitaria con el sueño de convertirse en la próxima promesa del arte contemporáneo? Así no lo crean, somos muchos los que decidimos ignorar a nuestros allegados que nos aconsejaron estudiar algo productivo y con alta demanda laboral por encima de lo que en verdad nos apasiona. Nosotros preferimos intentar vivir del arte, abriéndonos paso a codazos entre la multitud que nos ahoga, sin dinero ni contactos suficientes para sobresalir en este círculo. Todos al principio somos alegres y optimistas, y creamos nuestras obras con rigidez y entusiasmo… pero, después de creadas, ¿qué hacemos con ellas? 

 

Una opción podría ser enviar nuestra obra a una revista o editorial, para difundirla y conseguir ser leídos. Pero, si queremos tomar este camino, debemos dejarnos llevar por el estilo y los lineamientos de aquel medio en el que queramos publicar y no ir en contra de sus valores políticos y morales. Debemos presentarnos ante ellos arrodillados, pasando el manuscrito sobre nuestra cabeza agachada y pidiendo disculpas por tomarnos el atrevimiento de querer difundir nuestra obra en su empresa; para después, solo recibir el típico correo de rechazo, que nos invita a participar en la convocatoria siguiente, o, en su defecto, la factura que refleja el costo de publicación de nuestra obra (sobra decir que si nos llegan a publicar, debemos olvidar la posibilidad de cualquier retribución monetaria).

 

Con lo dicho anteriormente, no quiero ser el típico quejumbroso que se jacta de la calidad de su arte, a la vez que reniega de la parcialidad de los medios de publicación donde le han rechazado. Es precisamente a raíz de estos inconvenientes que he querido reflexionar acerca del valor del arte y, sobre todo, del artista actual, dejando fuera de la ecuación a todas aquellas revistas y editoriales que hacen de nuestro proceso de divulgación algo sumamente complejo y cansino. Lo anterior no quiere decir que esté en contra de la publicación de textos en medios reconocidos, pues soy consciente de la satisfacción que produce ser publicado. Pero, incluso así, es cierto que una obra, siendo de calidad, puede ser rechazada por una o varias editoriales múltiples veces, por distintos factores. Reitero, esto no quiere decir que sea una mala obra, sin embargo, su calidad siempre será un misterio si esta nunca es leída y llevada ante los juzgados de la crítica.

 

Aquí es donde los artistas nos debemos preguntar, ¿qué es lo que nos importa realmente? ¿Queremos que nuestra obra sea leída y difundida al público? ¿Queremos publicar nuestro texto en una revista de renombre para satisfacer nuestros deseos personales y sumar un punto a nuestro caché de artista? ¿Queremos ser reconocidos por aquello que hacemos y amamos a veces y, cuando no, lo hacemos igualmente? ¿Queremos ser parte del sistema productivo y social, para dejar de ser unos desadaptados?

 

El camino hacia el reconocimiento artístico no solo implica el esfuerzo creativo del artista, sino, también, la participación de terceros, para que aquella obra sea legitimada y pueda navegar en las dinámicas del mercado actual. En una sociedad que consume constantemente, el arte, que alguna vez fue visto como un acto puro y espiritual, ahora se enfrenta a una inevitable comercialización. 

 

Como explica Jean Baudrillard en su obra La sociedad de consumo, el arte se deja llevar por los signos económicos que predominan en nuestra sociedad capitalista:

 

Los hechos sociales de la cultura de consumo burguesa se pueden entender como una mitología, como un sistema de valores que sin ser una narración en sentido estricto también circunscriben un lenguaje que naturaliza, saca de la historia y convierte en mágicos —como cualquier mito— a los consumibles característicos de la opulenta iconografía de la representación cotidiana moderna. 

1970, p.29

 

Todos queremos ser artistas, pero nadie quiere ser el artista de medio pelo, que nunca ha logrado ser publicado en alguna revista o editorial, y, por ello, su obra no es considerada más que un hobby. De ahí que muchos creen sus obras y las traten como a un hijo apestado, apartándolas del resto del mundo, por temor a que estas sean destrozadas por una crítica venenosa, o, peor aún, sean liquidadas por el fantasma de la indiferencia. 

 

Viéndolo así, somos aquellas personas que tienen mucho que contar, e infinita energía artística para crear, pero muy pocas opciones para mostrar nuestras obras… Solo nos queda rezar la oración del artista resignado:

Sal a la selva de cemento, vete al palo que más te dé sombra. 

Publica en El Espectador o en Semana y véndele tu alma al diablo. 

Publica en tu editorial favorita, si tienes el dinero suficiente para pagar. 

Dirígete a las oficinas de tu revista universitaria si tienes amigos en el comité. 

Escribe para el periódico de tu departamento, si te gusta la política. 

Autopublícate, sé libre, y quédate en quiebra. 

Saca un préstamo en el banco y vende a cuotas tu obra a tus amigos y familiares, 

para después verla en su casa como tope para la puerta, y orinada por el perro. 

O mejor, no publiques nada.

Referencias

 

  • Baudrillard, J. (1970). La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras. Siglo XXI Editores.

ISSN: 3028-385X

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