El viacrucis colombiano

Juan José Salazar Villamizar
Universidad Nacional de Colombia
Como buen país católico-apostólico-clientelista, pasó hace unos días, como cada año, la semana de los milagros, las redenciones y las resurrecciones. Aquí también celebramos la pasión por la corrupción, la muerte de la coherencia y la resurrección de figuras políticas.
El domingo de ramos, triunfante entraba nuestro presidente a Tibú, Norte de Santander, en medio de palmas y alabanzas, prometiendo bendiciones y reformas, y demostrando que el mesías ha venido a gobernar con fe, no con leyes. Jesús montó un burro; Petro montó un burro de reforma. Y si por Jerusalén llovía, por las tierras del Ubérrimo no escampaba. El Centro Democrático se rasgaba las vestiduras alegando que el presidente era un autoritario, poniéndose el velo en el rostro y olvidando que su presidente también buscó inmiscuirse en las altas cortes y el legislativo, y que cuando trataron de meterse con alguno de sus cercanos alegó que buscaban quitarle el pesebre de 1500 hectáreas ubicado en Córdoba a la Sagrada Familia.
El lunes, el congreso entró en modo cuaresma: una jornada de espera año tras año que empezó con las cenizas de la anterior legislatura y terminó con la última cena, repartiendo lo producido. El ministerio de Hacienda puso la cifra sobre la mesa: 105 billones. Para la oposición es alarmante una inversión íntegra en salud. Ellos prefieren ser más austeros e invertir en esquemas de seguridad exagerados, campañas políticas y uno que otro contratico.
El martes, según dicen las escrituras, un discípulo traicionó a Jesús. Sin embargo, la sobrepoblación mundial nos ha llevado a que ahora sean decenas. La escritura dice “Uno de ustedes me va a traicionar” y 72 levantaron la mano. En la biblia hubo un Judas, aquí hay varios y vienen con curul incluida.
El miércoles, Judas recibió 30 monedas para entregar a Jesús. En Colombia somos más mesurados, recibimos miles de millones sin entregar a nadie, solo al campo, las comunidades indígenas, la educación y las vías que no se han hecho. Judas tuvo la decencia de colgarse; aquí se cuelgan de esos contratos millonarios y hasta piensan en lanzarse a la presidencia.
El jueves, mientras Jesús repartía el pan y el vino, aquí repartimos embajadas, licitaciones y ministerios como hostias consagradas (de clientelismo). Por temas de salubridad, el lavatorio ya no es de pies, ahora es de títulos, imagen pública en TikTok y antecedentes judiciales, sin dejar de lado, claro está, el lavarse las manos por el orden público.
Finalmente, el viernes crucificamos la salud, la educación y las pensiones. También, el presidente mandó crucificar a toda la oposición por X. El INPEC tiene que devolverle seis hectáreas de la cárcel Tramacúa a Valledupar. ¿La razón? Sale más rentable la crucifixión que el hacinamiento carcelario. Jesús fue crucificado entre dos ladrones; aquí los ladrones crucifican.
El sábado santo fue día de recogimiento y reflexión. El silencio institucional y la espiritualidad se apoderaron de Colombia. El expresidente Uribe, mientras subía un video de una procesión en Mompox, trinó condenando el “socialismo” que se ha tomado Colombia. Queda claro que, aún siendo sábado santo, el que peca y reza, empata. Como el sepulcro quedó vacío, aquí aprovechamos para enterrar el sistema de salud, la reforma agraria y el cambio prometido.
Sin embargo, el domingo fue el día de la resurrección. Resucitaron las mismas fórmulas y mañas. Se espera que Ingrid Betancourt demore un poco más que Jesús —cada cuatrienio, como acostumbra— y retorne de sus vacaciones en Francia para resucitar el centro. Los partidos buscan a quién resucitar para que aparezca como la redención de este país mientras los colombianos nos esforzamos por hacer resucitar la fe de que todo esto va a cambiar algún día. El discípulo Tomás no creyó hasta no ver. Nosotros lo vemos y aún así seguimos creyendo en lo mismo.