En Changua-York

Juliana Serrano
Universidad Externado
No me creería si le digo que cada despedida duele mucho más que la anterior. Es el llanto el testigo permanente de mis pensamientos. Es el último abrazo el más desolador. Son los dedos entrelazados que cada vez se distancian más, hasta que dejarán de encontrarse. Serán los recuerdos en la casa, en el barrio, con los abuelos y los hermanos, los que te embriagarán de amargura. Tal vez sea la voz de mi mamá disiparse en el sonido de las turbinas de un avión, o del motor de un bus. Son los mil pesos que me dio mi papá para comprarme un pandebono si me llega a dar hambre. Pero lo que papá no sabe es que para donde voy, no hay pandebonos; y si los hay, no son tan ricos; y si lo fueran, con mil pesos no me alcanzaría ni para medio.
Con lo chévere que es bailar salsa, fuera del rancho se experimentan sensaciones extrañas. Escuchar la música que hace vibrar para no encarnar la tristeza. Acordarse del jugo de borojó con chontaduro que se te revuelve a lo largo y ancho del cuerpo. Como cosa rara, pegándole al romance de la vida que ya no vivo. Apostarle a una ciudad insegura de sí misma, peligrosa, intranquila, es la parte maluca. Estudiar en la capital no suele garantizar el éxito. Qué vuelta. Después de un par de añitos, ese éxito se mira desde otras aspiraciones: ¿volverse a encontrar con los abuelos?, ¿reírse en el filo de un andén tomando lulada otra vez?, ¿caminar en la calle sin sentir el morbo ajeno? Son placeres calidosos, las cositas de nuestra tierra.
Cómo sería de diferente una infraestructura de ciudad con alma de pueblo. Quién quita que luego te saluden en la calle, o que se reúnan a jugar ‘lleva congelada’ en el parque. Cada región de Colombia tiene la gente, las hectáreas y las ganas para que sus jóvenes se realicen ahí. Con ese ideal de metrópoli, desdibujo el poquito conocimiento ancestral que alcanza a rasguñar la actualidad, pero eso es otra cosa que en parte se pierde, cuando uno viaja hasta un peladero de cemento. Soñarse un futuro entre los sinsabores de su ironía. Genuino detrimento de la calidad de vida.
Esa es la otra vuelta maluca, con lo rico que es subirse al monte y respirar algo diferente al smog y al humito del cigarrillo que uno se desayuna a cualquier hora. Ya sea caminándose ese monte o los huecos de las calles, los segundos del reloj no han dejado de pasar, gracias por existir querido espacio-tiempo. Pronto serán vacaciones y cogeré un bus o un avión para volver a gritar “¡Vé, mirá!”. Más antojada que tres antojados, de un raspao’ y un pandebono sin relleno de bocadillo, espero.
Y espero.
Y pasa otro día.
Y pasa otra semana.
Y pasa el tiempo, pero no suficiente.
En medio del estudio, timbró el celular. Preciso el mío que nunca contesto, pero era mi mamá.
-Hola ma, ¿qué más?
-Hola. Se murió el abuelo. ¿Vas a viajar acá?
-No mami. Mañana tengo parcial.



