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Encaletado
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Juliana Serrano

Universidad Externado

Admitir que fue una violación es un acto violento en sí mismo. Es ser consciente de que dije “no” y ni eso alcanzó para sentirme protegida. Pero, ¿desde cuándo las palabras sueltas en la atmósfera protegen a la gente? La tuve que haber combinado con un golpe o una huída, o no sé. Con un grito tal vez hubiese bastado porque ahí también estaba mi abuela. Pero un grito bien hecho: más fuerte que sus brazos presionantes, más duro que sus dedos secos y untados de moco, más profundo que su mirada perdida, podrida y retorcida entre lo más oscuro del mundo de las barbaridades.

Claro que no conté el tiempo, pero estábamos en la sala de mi casa, altísima visibilidad de un cuerpo en un sofá que poco a poco se iba acercando a otro cuerpo, vestido con una blusa naranja feísima y un short blanco con una sencillez de cierre que esos dedos bajaban en una risita de “tranquila, te va a gustar”.

Sin más testigos que el baúl en frente del sofá y el candelabro adornado con lacitos rojos encima de él, se consumió todo sinónimo de plenitud.

Veintitrés años después, las pesadillas aún escarban en esa herida que sangra lágrimas cada que quiere. Lo que fastidia no es precisamente eso, sino el recuerdo póstumo al dolor de piernas de esa noche.

Fui a rogarle a mi abuela que me abrazara, pero me quedó grande pararme del sofá e ir y rogarle a mi abuela que me abrazara.

ISSN: 3028-385X

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