"No le sirvo a Petro, ni a Uribe, ni a Santos": Mauricio Lizcano

Foto: Congreso Nacional

Santiago Orozco Uribe
Universidad de los Andes
Mauricio Lizcano Arango (Medellín, 49 años) es abogado de la Universidad del Rosario. Tiene una especialización en Gerencia, Gobierno y Asuntos Públicos de la Universidad Externado, una maestría en Política Pública de la Universidad de Harvard y otra maestría en Administración de Empresas del Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde se graduó como investigador académico. Ha sido secretario de Tránsito de Manizales, secretario general del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, representante a la Cámara, senador, presidente del Congreso, director del Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE) y ministro de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) durante el gobierno de Gustavo Petro. Ahora aspira a ser presidente en 2026, con un discurso que él define como de “sentido común” y “colombianismo”.
Pregunta. Frente a los demás candidatos presidenciales, usted se destaca por su formación profesional, su experiencia política y administrativa y su conocimiento profundo del funcionamiento del Estado. Con esos méritos, ¿cómo se explica que no figure entre los primeros diez lugares de las encuestas?
Respuesta. Ojalá la política fuera racional, pero depende de muchas otras variables. La primera de todas es el reconocimiento. Hay personas que llevan años como candidatos presidenciales y, por tanto, han tenido mayor exposición mediática. Nuestra campaña apenas comienza; somos relativamente desconocidos para la mayoría de los colombianos. A medida que aumente el reconocimiento —es decir, que la gente sepa quién es Mauricio Lizcano— empezaremos a ver resultados en la intención de voto. No puedo compararme con Fajardo en términos de reconocimiento: él lleva tres campañas presidenciales y ha invertido miles de millones de pesos en publicidad a lo largo de doce años. Tampoco con Vicky, que ha dirigido medios de comunicación y ha estado frente a las cámaras durante mucho tiempo. Eso, por supuesto, les da una ventaja enorme. En la medida en que crezca nuestro reconocimiento y la gente conozca mejor nuestras propuestas, también crecerá la intención de voto. Es un proceso. En cualquier momento se puede acortar la distancia con quienes están arriba.
P. Usted ha dicho que la Paz Total ha sido un fracaso. ¿Cuál cree que sería la solución con sentido común al problema de inseguridad que enfrenta el país?
R. Acabar con la llamada Paz Total para dejar de dar incentivos a los grupos al margen de la ley. Hoy el gobierno no puede atacarlos, pero ellos sí pueden seguir cometiendo hostilidades, como reclutar menores, exportar cocaína y extorsionar a la población. La solución es recuperar la iniciativa militar —eliminando el cese al fuego bilateral— y retomar el control de las diferentes zonas de Colombia mediante bloques de búsqueda, cámaras de seguridad, inteligencia y equipos anti-extorsión. Solo cuando el gobierno recupere la iniciativa y sea más fuerte que estos grupos se podrá pensar en un proceso de paz. Mientras tanto, no creo que haya ninguna posibilidad.

Foto: Colprensa
P. ¿Cómo puede desmarcarse de la administración Petro para proponer una alternativa política diferente si ha sido reconocido —dentro y fuera del país— como el mejor ministro que ha tenido este gobierno?
R. Yo nunca he sido petrista ni de izquierda. Acompañé una cartera cuyos resultados el país conoce: conectamos a tres millones de personas, dejamos a Colombia en el primer puesto de transformación digital de la OCDE y educamos a un millón de colombianos. No tengo por qué cargar con el INRI del gobierno. Hice un buen ministerio y no generé ninguna polémica. A medida que avanza la campaña las cosas van quedando claras.
P. El radicalismo de la derecha e izquierda, el uso del insulto y del lenguaje agresivo, la descalificación del sentido común, son actitudes que arrastran simpatías y seguidores. ¿Estamos condenados al triunfo de los extremos?
R. Esa ha sido nuestra lucha en Colombia: evitar que los extremos nos gobiernen. Los colombianos tenemos que pararnos firmes y movilizarnos. Si dejamos que los extremos se adueñen de la agenda política, terminaremos en una campaña en la que tocará escoger entre Daniel Quintero o Abelardo de la Espriella. Creo que eso no es lo que el país quiere, pero hacia allá vamos. Debemos hacer un gran esfuerzo para quitarles la agenda a los extremos y volver a una política de resultados, no de sentimientos. Es difícil, pero por eso estamos entregando la vida.
P. Más allá de sus méritos académicos y su experiencia política, sus contradictores lo califican de simple politiquero e incluso lo han comparado con Benedetti. ¿Hay algo de cierto en esas críticas o se considera víctima de calumnias?
R. Esa es la forma de descalificar al otro: no pueden decir nada diferente. Como no pueden reconocer que uno es un buen funcionario, dicen que uno es un camaleón o cualquier cosa por el estilo. Nada más alejado de la realidad. Me he dedicado a servirle a los colombianos. He trabajado en diferentes gobiernos no porque sea un mal funcionario, sino todo lo contrario: porque he sido un buen funcionario, un buen senador, un buen ministro y un buen representante a la Cámara. Cuando uno es servidor público, sirve a Colombia. Yo no me comprometí a servir a ideologías ni a partidos. He estado donde he creído que podía aportar, donde veía soluciones concretas a problemas concretos. No le sirvo a Petro, ni Uribe, ni a Santos. Le sirvo a los colombianos, donde crea que pueda hacerlo. Por eso he tenido la libertad de trabajar con Uribe, con Santos y con Petro.
P. Usted y la mayoría de los candidatos tienen exactamente la misma propuesta de no confrontación, de diálogo y de unión. ¿Por qué los votantes habrían de votar por usted y no por los otros candidatos?
R. Porque tengo tres condiciones que me diferencian de los demás. La primera: estoy construyendo puentes, no muros. La mayoría de los candidatos quiere gobernar para unos sectores, para unos pocos, y no para todos. La segunda: tengo una formación distinta y un conocimiento del Estado que la mayoría no posee. Y, finalmente, soy un ejecutor: puedo hacer que las cosas pasen.
P. Si los resultados no son favorables, ¿qué le depara el futuro?
R. Van a ser favorables, hermano. No pierda la fe. Esto apenas comienza. Voy a ganar, ya lo verá.