Exposición incompleta

Santiago Orozco
Universidad de los Andes
La Universidad de los Andes presentó el mes pasado la exposición “Virgilio Barco Vargas: una vida dedicada al servicio público”. Afuera de la sala, una inmensa foto del personaje, mirando hacia el infinito de forma heroica, invitó a los curiosos a pasar. Adentro, los asistentes encontraron una amplia colección de fotografías, cartas, frases célebres e información sobre la vida del expresidente colombiano.
La exposición lo reunió todo, o casi todo: desde su más tierna infancia hasta llegar al solio de Bolívar. Con lujo de detalle expusieron las políticas más importantes que implementó durante su extenso recorrido público: la canalización de los ríos y las quebradas en la capital, la creación de parques nacionales y resguardos indígenas, la culminación del proceso de paz con el M-19, los primeros avances para reformar la Constitución del 86, entre otras cosas.
Sin embargo, lo que más llamó la atención no es lo que se mostró sino lo que deliberadamente se omitió.
No hubo una sola línea que hablara del exterminio de la Unión Patriótica. Ni del asesinato de cuatro candidatos presidenciales durante su presidencia. Ni de la infiltración del narcotráfico y el crimen en las altas esferas del Estado. Ni de la matazón impune de miles de ciudadanos inocentes, entre ellos jueces, periodistas, policías y políticos. Nada de eso. La única alusión referente al tema fue que “la presidencia de Virgilio Barco se desarrolló en medio de uno de los períodos de violencia más agudos que se recuerden en la historia nacional”. Como si esas tres escuetas líneas abarcaran toda la complejidad de una de las épocas más funestas en Colombia.
El análisis crítico y riguroso de la historia debe guíar a las universidades en su búsqueda permanente de la verdad. Y esa verdad, por cruel que parezca, debe ser dicha sin ambages ni disfraces, como si se tratara de un grito. Eso era lo que se esperaba en este caso: que la Universidad de los Andes se atreviera a decir lo que, con el pasar de los años, se ha vuelto incontrovertible. Decir, por ejemplo, que Virgilio Barco fue absolutamente incapaz de proteger a los militantes de la Unión Patriótica, cuyos victimarios fueron en gran medida agentes del Estado. Que falló por completo en asegurarles la vida a los candidatos presidenciales. Que no supo brindarle seguridad a periodistas y jueces cuya única defensa eran sus palabras. Que los organismos del Estado fueron corrompidos por los dineros del narcotráfico y el poder de los paramilitares. Que el crimen, por medio de las bombas, las masacres y la degradación moral, puso en jaque al Estado mismo. Y que la única explicación ofrecida por el gobierno era que “fuerzas oscuras no identificadas” cometían esos delitos. Una bofetada más para las víctimas.
Si la institución educativa no quería formular tales juicios de valor, es entendible. Sin embargo, lo mínimo que debía hacer era presentar una exposición imparcial, exhibiendo los hechos tal y como ocurrieron, sin omitir nada, para que fueran los asistentes los que formularan un juicio. Esto tampoco ocurrió. Aparte de que los organizadores del evento prescindieron de todo lo mencionado anteriormente, fue visible a todas luces su carácter indulgente y zalamero. Describieron a Barco como un estadista, visionario, infatigable trabajador, insuperable estudiante y excelente comunicador. El lugar apropiado para esta exposición, entonces, debía ser la casa de alguno de los hijos del mandatario, no una institución que se precia de ser rigurosa.
En entrevista con El Espectador en febrero, Margarita Zuleta, directora de la Escuela de Gobierno de Los Andes, respondió a la pregunta de por qué era importante que las nuevas generaciones conocieran la trayectoria del expresidente: “Porque tenemos que comprender la historia de nuestro país y la única manera de hacerlo es conociendo y aprendiendo sobre ella”. Pues bien, mostrando una visión incompleta de la historia nunca se va a llegar a comprenderla, lo cual sería lamentable. Pero más lamentable aún es que la distorsión de la realidad se produzca en las mismas universidades.
Tal vez lo único rescatable de la exposición fue una frase que dijo Barco durante su exilio en 1950 y que se convirtió en una premonición de lo que iba a suceder durante su gobierno: “Cuando uno tiene un enemigo puede afrontarlo; cuando ellos son muchos uno puede organizar a sus amigos y combatirlos, pero ¿qué puede hacerse contra la fuerza oficial, contra el Estado a su servicio, contra los mismos que debían dar las garantías?”.
Lástima que, 36 años después, se le hubiera olvidado.