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Fenecer y el río

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Laura Lucía Andrade

Universidad Nacional

Llega de sopetón a hundirme en el incómodo balbuceo de mi intrincada naturaleza, a removerme con incertidumbre sobre mi lecho, a cargarme de la responsabilidad de ocultar el cauce de un río naciente entre aquel zaraso, que baja con gracia a través de los juncos de dicha loma y puede descender estrepitosamente en cascada más allá de los bejucos, y entonces arrasar con el pueblo.

 

Confían en mí, en que sabré manejar cada mes con abisal secreto las mareas con olor a óxido que podrían (o no) turbar su cotidianidad. Confían en que guardaré bien para mí la repugnancia de esta muerte lenta, la extrañeza de este invierno, yo estoy cansada; el río brota color escarlata de forma intermitente como a mediados de mes y es mi deber ascender por horas la empinada, cuidando conservar y revisar la vegetación oriunda, y al llegar a la cima sin importar la hora del día deberé revisar el clima e intentar predecir qué pasará. Observó al pueblo desde lo alto, tan pequeño y frágil rodeado de valles y montañas, tan insignificante que me produce risa tener que protegerle.

 

Paso entonces a tomar mi labor enserio, suelo poner mi primera barrera de contención más abajo del punto exacto constando únicamente de una cañada de hierro que desvía el cauce hasta que se represa y entonces debo pasar a un método más manual en donde a baldados escojo las plantas más necesitadas y las tiño de rojo. Como debo bajar a dormir me urge a veces dejar toda suerte de trapos absorbentes para evitar un desborde y al amanecer apenas un presentimiento me susurre "corre", y yo deba embarcarme con el frío de la madrugada hasta el condenado despeñadero y subir a tientas con ritmo constante mientras las piedras se clavan bajo mi piel y me magullan en angustioso frenesí, es toda una proeza en ocasiones llegar en pie para observar aquel desastre y obligar a mi dolor a guardar silencio antes de que la creciente pueda verse desde la falda de esta empinada. 

 

Recuerdo el día en que la naturaleza me hizo llegar el llamado, lloré acompañada de los goterones fríos de la ducha al alba con la esperanza de que nadie fuera a hacer preguntas. En el pueblo es motivo de un orgullo vacuo ser asignada a un pedazo de tierra que labrar y efectivamente los cambios se hacen notar pero en el fondo hombres y niños se regocijan de no ser los responsables de las fuentes malditas, de no cargar sobre sus hombros la condena del pecado original, de no ser ellos quienes encauzan el ciclo de la vida. Muchos incluso sienten asco como el que yo sentí a sabiendas de lo que sería mi suerte por buena parte de mi vida y aquí estoy, de vuelta ya de mi valeroso acto de compasión mensual por la sociedad salvandoles el pellejo a una parvada de indolentes, con el único anhelo de dormir hasta que se me olvide que soy mujer y que al igual que las otras deberé emprender carrera eventualmente en favor de la vida. No sé cómo lo llevarán ellas, ya me hablan con normalidad pero hay una frágil línea que la frustración no me deja comunicarles y es mi desprecio por el mandato divino, más no seré paria o impía a sus ojos nunca más. Hoy arreció el viento junto con una llovizna agolpada que seguro debilitó mis defensas, es menester que apenas escampe emprenda yo ligera huida, me sangra todo el cuerpo pero qué le vamos a hacer.

ISSN: 3028-385X

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