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Instrucciones para vivir en Colombia

Foto: Diego Cuevas
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Carlos Sánchez Paz

Universidad Javeriana de Cali

Si su apellido es Londoño, Botero, Aristizábal, Caicedo, Uribe o Restrepo, siéntase libre de hacer caso omiso a las siguientes instrucciones. De no ser así, agradecemos su especial atención. 

 

No cruce en rojo, no pinte, no se atreva, no bese a nadie. No mire el sol directamente, no coma dulce, no frunza el ceño. Lleve siempre una sonrisa de mentiras pegada a la cara como quien lleva un carnet en la boca: obligatorio, asfixiante. No hable mal de las películas de superhéroes, ni diga en voz alta que todos quieren ser algo distinto a lo que son.

 

No tome cervezas un lunes al mediodía ni un martes en la tarde. No escupa al cielo, que acá todo cae más rápido. No desee a la mujer del prójimo, ni al prójimo, ni se mida a trompadas con el prójimo: lo importante no es el deseo, sino disimularlo. No escupa hijueputazos en poesías, ni raye paredes con consignas de libertad: aquí la rabia tiene horario, y la libertad, censura previa.

 

No lleve la falda tan alta porque aparecen desubicados de “buenas intenciones” y malas maneras. No hable con la boca llena, no hable con la boca vacía, no hable nunca. Siga las instrucciones. No cante en la calle, ni en el transporte público, ni en la ducha. Y si canta, que sea bajito, con letra censurada. No sienta hambre, y si la siente, no lo diga. Y si lo dice, que sea pasito, y si no es pasito, que no sea en las calles.

 

No maldiga, no estudie filosofía, ni literatura, ni arte, ni cine, ni historia: materias que en Colombia son de la derrota. Y si las estudia, sepa que le dirán hasta el cansancio que va a morirse de hambre, y morirse de hambre no está bien visto, a menos que sea lejos, callado, sin molestar a nadie. 

 

Lo está haciendo muy bien, continúe siguiendo las instrucciones.

 

Si ve o se cruza con personas de blanco, ondeando la bandera nacional, no se las robe, aunque ellos ya lo hayan hecho, y mucho menos intente agredirlos, porque ellos tienen más experiencia que usted en eso.

 

Aquí vivimos en el país de las mariposas amarillas, donde las aves gozan al cantar. O eso decía el folleto que recogió aquel habitante de calle. Uno ve que todo se maltrecha: las flores se marchitan y a los pájaros se les va acabando el agua y de pronto ya no quieren cantar.

 

Es el país donde el mayor número de feminicidios se dan en el día de la madre, y en los días siguientes aparecen los desubicados que preguntan por la falda, por la hora, por la risa. Aquí se nos cae el pelo del estrés y la desesperanza, y terminamos pareciéndonos a un gato intoxicado: con los ojos grandes, queriendo trepar por las paredes del país para escapar.

 

Aquí abundan los silencios graves. Algunos se parecen al miedo, otros al olvido. Los que creían en la igualdad y la defendían con palabras, hoy están bajo tierra, o bajo la cama de un hospital psiquiátrico. A veces se escuchan. Pero bajito. Como canciones prohibidas.

 

Ya casi terminamos.

 

Debe aprender a obedecer para no desaparecer. A callar para no incomodar. A dejar de sentir para no llorar. Es un país que se traga a los sensibles, a los raros, a los locos lúcidos, a los que dudan. Que los revuelca, los asfixia, los usa, los devuelve rotos, y luego los culpa.

 

Hemos terminado, gracias por su atención, y recuerde, gire a la derecha y siga las instrucciones.

ISSN: 3028-385X

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