Juventud eterna: la obsesión de Hollywood

Foto: The Substance (2024)

Carlos Sánchez Paz
Universidad Javeriana de Cali
El cine, como la vida, está lleno de ironías. En la noche de los Premios Oscar de este año, Mikey Madison sorprendió al ganar el galardón a Mejor Actriz Principal por su interpretación en Anora, desbancando a la gran favorita, Demi Moore. Un triunfo inesperado, sí, pero que, si se observa con detenimiento, trasciende lo meramente cinematográfico.
La victoria de Madison puede leerse como un símbolo del relevo generacional en Hollywood. Curiosamente, su competencia más fuerte, Demi Moore, había sido nominada por interpretar a una legendaria figura de la industria del entretenimiento que, en la historia de su película, es desplazada por una mujer más joven. ¿No es eso, en esencia, lo que ocurrió en la propia gala?
Moore, un ícono del cine de los 90, una actriz con una trayectoria consolidada, se enfrentó a una joven intérprete que, si bien ya tenía un recorrido en la industria, aún no gozaba del reconocimiento masivo. Y, al final, la Academia apostó por la frescura, por lo nuevo, por lo inesperado.
Pero más allá del indiscutible talento individual de ambas actrices, la situación revela una realidad incómoda: Hollywood no perdona el paso del tiempo, especialmente cuando se trata de mujeres. La industria ha convertido el relevo generacional en un proceso despiadado, en el que la juventud no es solo un atributo valioso, sino prácticamente un requisito. Para las actrices, la permanencia en la cúspide es un juego de resistencia donde las reglas están hechas para que pierdan.
No vamos a negar que hay algunos nombres que logran trascender, porque hacerlo sería deshonesto. Es cierto que figuras como Meryl Streep o Frances McDormand han logrado mantenerse vigentes, pero ¿a costa de qué? Generalmente, asumiendo roles específicos, en los que la edad es parte esencial del personaje, dejando atrás los papeles protagónicos que solían encabezar. En contraste, los actores masculinos pueden envejecer sin perder protagonismo, seguir interpretando héroes de acción o intereses románticos de mujeres mucho más jóvenes sin que ello sea un escándalo para la industria.
Demi Moore es solo la más reciente en una larga lista de actrices que, pese a su talento y legado, ven cómo su espacio en Hollywood se reduce conforme pasan los años. Se les alaba en retrospectiva, se celebra sus carreras, pero pocas veces se les concede el lugar que realmente merecen en la actualidad. Y lo más irónico de todo es que su propia nominación estaba sustentada en una historia que expone esta misma realidad.
Hollywood es una industria que vive de contar historias, pero rara vez se detiene a reflexionar sobre las suyas. Se reinventa constantemente, pero lo hace a costa de quienes alguna vez fueron sus protagonistas. Moore encarnó en la pantalla a una estrella en declive, pero su nominación y posterior derrota revelan que la verdadera historia se estaba escribiendo fuera del guion. No se trata solo de quién gana o quién pierde un premio, sino de una maquinaria despiadada que recicla talento con la misma facilidad con la que descarta a quienes ya no encajan en su molde de juventud. La ironía no está solo en la película, ni en la gala de los Oscar. Está en la industria entera, que vende nostalgia mientras se deshace de quienes la construyeron.



