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Dibujo: Ricardo Samper (1924)
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Juan David Bermúdez

Universidad Nacional

Una fría mañana de martes de 1922, un nauseabundo olor llamó la atención de quienes vivían cerca a la Quinta de Bolívar: el cadáver de una joven desmembrada yacía a la orilla del río San Francisco. El horror entraba, así, a los corazones desconcertados del pueblo capitalino. La sangre que tiñó la tierra y aguas de la rivera fue la de Eva Pinzón, mejor conocida como la “Ñapa”. Dicho seudónimo pasó al imaginario colectivo de una sociedad que perdió de vista la suerte de aquella desdichada mujer y, en su lugar, giró la mirada en los muy interesantes alegatos de los abogados defensores de los implicados en el caso. Entre ellos destacó el papel de un joven defensor: el doctor Jorge Eliecer Gaitán Ayala.

 

La Ñapa era una joven de 18 años, oriunda de Boyacá, que se dedicaba a la prostitución; es decir, era una “mujer pública”. Vivía en una pensión en la parroquia de Las Nieves, sobre la calle Décima. Compartía su cuarto con Delfina Martínez, una de las implicadas en el asesinato. Igualmente, en la misma pensión vivía con las demás mujeres involucradas en su muerte. En la noche del domingo 27 de abril de 1922, en la chichería “El Cambio”, ubicada en la parroquia de Las Aguas, la víctima departió con cinco mujeres más, compañeras de ella, y tres hombres. Dicho grupo bebió chicha hasta altas horas de la madrugada y, posteriormente, salió rumbo al Paseo Bolívar, aquel oscuro y escabroso barrio de las alturas de la ciudad. En medio del trayecto, la Ñapa fue golpeada tres veces en la cabeza con una piedra envuelta en una tela; luego fue desmembrada y arrojada a las orillas del río San Francisco, a pocos pasos de la Quinta de Bolívar.

 

Delfina Martínez, una de las mujeres que departió junto a la “Ñapa” aquella noche, la acusó de estar seduciendo a su pareja, Alfredo Orjuela, presente en el encuentro. En medio del estado de embriaguez en que se encontraban, producto del exceso de chicha, Martínez y las demás mujeres acusaron a la desdichada de robarles los clientes y de estar embarazada de Orjuela. Según el doctor Guillermo Uribe Cuellar, médico que realizó la autopsia, después de ser golpeada en la cabeza, fue apuñalada tres veces en el abdomen y abierta en las siete capas de la epidermis, en búsqueda del supuesto feto. Tras no encontrar nada, su abdomen fue llenado de barro y sedimentos y su cadáver abandonado en la madrugada del lunes.

 

Este fue un crimen escabroso, con varios implicados, y la lupa de la opinión pública puesta en el juicio que vendría. Solo hasta marzo de 1924 iniciaron las audiencias, sin embargo, fue hasta mayo que se avanzó en un juicio condenatorio. Las audiencias eran un espectáculo de la tarde: quien quisiera entrar debía llegar con una hora de anticipación, pues la sala se llenaba rápidamente de curiosos, periodistas e interesados en escuchar los alegatos magistrales de los abogados defensores.

 

En medio de todo este caso mediático, un estudiante de derecho realizó sus prácticas profesionales defendiendo a una de las implicadas. Se trató de Jorge Eliecer Gaitán, quien con una férrea defensa logró una considerable rebaja en la condena para su defendida, Paulina Rojas. Es gracias a este caso que el joven abogado se posicionó en la esfera más alta del círculo de penalistas colombianos. En últimas, Eva Pinzón, una desdichada “mujer pública”, es víctima de una sociedad bogotana que está en la dicotomía entre la ciudad diversa y una estática Atenas Suramericana, mientras que sus compañeras, ahora asesinas, son el reflejo de lo duro que pudo ser la vida en la Bogotá de los años 20 y como todo este conglomerado permitió el ascenso de un joven que había nacido en Las Cruces, y que se estaba construyendo a pulso.

ISSN: 3028-385X

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