top of page

"La Colombia que sueño"

IMG_1554_edited.jpg

Santiago Orozco Uribe

Universidad de los Andes

“Respetar la vida y la convivencia pacífica”. Esa es la base del acuerdo nacional, dice Juan Fernando Cristo. Sin quererlo, el señor ministro del Interior confirmó lo que se sabía desde hace rato: Colombia es un país incivilizado. Incivilizado en el sentido de que sus habitantes no saben vivir en sociedad, pues lo primero que se necesita para vivir en sociedad es no matar al prójimo. Y en Colombia, como se sabe, eso no pasa, ni ha pasado nunca, ni pasará jamás, según como van las cosas. “Respetar la vida y la convivencia pacífica”. Carajo, qué nivel de atraso. 

 

Si no hemos conseguido todavía el “honorífico” título de ser hombres, debemos permanecer entonces en el primitivo mundo de la animalidad. Pero no. Ni siquiera eso. Los animales, para ser animales, deben satisfacer unas mínimas condiciones de supervivencia, empezando por tener alimento y bebida. Y en Colombia, habiendo tierra de sobra para cultivar, nunca ha alcanzado la comida. Más del 30% de la población sufre de inseguridad alimentaria. Además, siendo uno de los países del mundo con mayores reservas de agua dulce, 3,2 millones de personas carecen de acceso a agua potable. 

 

En conclusión, no somos una patria de hombres ni tampoco de animales. Para ponerlo en términos religiosos -porque, eso sí, religión tenemos hasta los tuétanos- aún no hemos disfrutado de las mieles del infierno ni de la sobriedad del purgatorio. Ni se diga de las virtudes del paraíso. Pertenecemos a lo más bajo, a lo despreciable, a lo abyecto. Nos hemos pasado los últimos cincuenta años dándonos bala, convencidos de que así se logrará frenar el río tormentoso y salvaje de la sangre derramada. ¡Ilusos! ¡Ciegos! Mientras las barrigas se retuerzan de hambre será muy jodido alcanzar la paz. Hay que llegar primero a ser animales y, después de eso, convertirnos en hombres. 

 

Todas las propuestas políticas de los últimos cincuenta años han estado dirigidas en acabar la guerra. Ese ha sido el mayor anhelo, la razón de ser de la nación. Cuando aquello se cumpla, el ideal supremo se habrá alcanzado. Estaremos satisfechos. Y, satisfechos, viviremos tranquilamente aprobándonos a toda hora. Pasaremos del horror de las llamas infernales al tomentoso y monótono idilio del purgatorio, donde nada pasa, donde todo es gris y soso. Porque ninguno de nuestros líderes se ha atrevido a soñar algo más grande que una Colombia en paz. Su visión, su espíritu y sus ideas han estado secuestradas por lo urgente, dejando a un lado lo importante. La misma forma de presentar el acuerdo nacional demuestra nuestra falta de grandeza: “lleguemos a un acuerdo para dejar de matarnos”. Qué mediocridad, qué pequeñez, qué falta de esplendor. Debería ser todo lo contrario: dejemos de matarnos para llegar a un acuerdo. 

 

¿Y cuál sería ese acuerdo? Pues bien, estimados lectores: el gran acuerdo nacional debe ser entrar en el camino de la historia. Es decir, cultivar nuestra trascendencia. Todo se resume en una sola pregunta: ¿cuál va a ser el aporte de Colombia para el mundo? Si no nos preguntamos eso, estaremos eternamente condenados a vivir en un estado de profunda mediocridad. Seremos una nación marginal y secundaria, como temía Luis Carlos Galán. Tenemos la responsabilidad histórica de encontrarnos un propósito, un sentido de identidad.

 

Los códigos, los sistemas y las leyes servirán de poco para tal empeño. Serán los hombres virtuosos y patriotas, seres iluminados por la luz del conocimiento y la cultura los que constituirán a Colombia como una verdadera república universal. Su primera y más importante virtud tendrá que ser el desprecio por nuestra situación actual. Deberán aborrecer nuestro presente para pensar en un futuro mejor. Deberán sentir vergüenza por lo que somos para conducirnos poco a poco a nuestro objeto. Así, serán hombres destinados a brillar para alumbrar la oscuridad de nuestros tiempos. Nadie sino el Brujo de Otraparte, el maestro Fernando González, pudo expresarlo de una mejor manera: “Y así como me odio a mí mismo, odio a la Colombia actual; y así como amo al santo que podría ser, amo a la Colombia que sueño”. Ay Colombia, qué bella serás entonces.

ISSN: 3028-385X

Copyright© 2025 VÍA PÚBLICA

  • Instagram
  • Facebook
  • X
bottom of page