La lucha por ser el mejor en el caos del mundo multipolar

Foto: EFE/EPA/YURI KOCHETKOV

Hector Iván Parra
Universidad Santo Tomás
Manifestaciones en Asia, tensiones en Medio Oriente, crisis políticas en Suramérica y disputas económicas globales reflejan un mundo multipolar en el que potencias y naciones emergentes compiten por el liderazgo, mientras los países más débiles, acostumbrados al no cambio del orden global, quedan atrapados en medio del desorden.
El mes de agosto y lo que llevamos de septiembre fueron prueba de ello. En Colombia y el mundo una serie de hechos reflejan la fragilidad de nuestro tiempo: un precandidato presidencial y senador asesinado en un acto político, exfuncionarios de un país en guerra acribillados en el exilio, un genocidio en primera plana que parece no conmover a nadie y crisis económicas que responden más a la pugna por el monopolio comercial que al bienestar de los pueblos. Estos sucesos no son aislados: son síntomas de un mundo multipolar que, en esta tercera década del siglo XXI, se parece más al inicio de un mal chiste que a una nueva oportunidad para la humanidad.
Conviene aclarar que la multipolaridad, en sí misma, no es necesariamente negativa. El problema radica en el momento histórico en que se presenta: un escenario de inestabilidad política, tensiones bélicas y crisis económicas que hacen imposible que el nuevo orden mundial se construya sobre bases de cooperación.
Empezamos este año 2025 con varios eventos bastante interesantes dentro de la política y la economía global, entre conflictos tanto bélicos como arancelarios, posibles escalamientos de conflictos entre países con armamento nuclear y una serie de masivas protestas en el “lejano oriente”, específicamente en Indonesia y ahora más reciente en Nepal, que recuerdan un poco a esa mal llamada “Primavera Árabe” del 2011 (mal llamada, porque, uno, no ocurrió en primavera; y, dos, porque el cuento que nos dan sobre lo que fue no pasó como nos lo cuentan).
En el siglo XX las cosas eran mucho más sencillas: o eras de un bando o de otro, y, si tenías suerte de no estar condenado por tu posición geográfica, y tal vez con alguna intervención divina en forma de un dictador (sutil referencia a Tito en Yugoslavia), te dejaban en relativa paz. Ahora las cosas son un poco más difíciles, especialmente para los sudamericanos; y los “sudacas” sí que sabemos de eso.
Y Colombia sí que lo sabe bien. Los colombianos estamos acostumbrados a mirar solo hacia el norte, a tal punto que se nos habían olvidado los demás puntos cardinales, lo que significó, en un mundo que se disputa el poder global, siempre estar atentos a no incomodar al único horizonte que conocíamos: el norte, de quien dependía nuestra luz; pero fue así porque, desde que existimos como nación, solo nos enseñaron a mirar hacia allá. Para el resto del mundo no fue especialmente diferente ocultar las crisis que sucedían dentro de sus naciones. Aquí es donde aparecen las tecnologías que se han convertido en esa arma de doble filo para enterarnos, pero, a la vez, desinformarnos de hechos claves de la política mundial.
El caso de Gaza lo demuestra con crudeza. ¿Acaso todas las imágenes que nos llegan podrían haberse conocido si la CNN hubiera cubierto el conflicto como lo hizo con la guerra de Irak? Sin embargo, sí se conocen, pero la única acción relativamente fuerte que se hizo para detener tan vil hecho es no vender carbón o no permitir que barcos que se dirigen al país agresor atraquen en los puertos de mi nación bajo mi gobierno, haciendo parecer dichas acciones más como actos populistas que como verdaderas sanciones.
Luego aparecen espacios sumamente complejos, como el aumento de tensiones en el continente que se hace llamar “la cuna de la civilización occidental”, que, mientras con su mano derecha legaliza y crea actas de conferencias de paz, con la izquierda firma órdenes y financia armas de exportación para los países en conflicto, bajo la premisa de la disuasión armamentista.
Todos se creen dueños de su propio destino, lo cual no está mal, pero, lastimosamente, no se puede fundir un camino sin pasar por encima de los otros, y más cuando tu misión es ser el mejor. Pero, ¿el mejor contra quién? La paradoja es evidente: no se puede ser “el mejor” sin compararse con otros, y en ese afán por liderar el mundo, lo que hacen es hundirlo en una competencia peligrosa.
Todos los países, o más bien los que se hacen llamar líderes de estos países, quieren que su proyecto sea el mejor. Sin embargo, esto acarrea graves consecuencias, como un mundo multipolar.
Están por un lado los que son los “mejores” y no quieren bajarse del puesto, están los que quieren competir por ese lugar y, por último, están los países que, sin buscarlo, quedan arrastrados por su posición geográfica y que tarde o temprano morirán por geopolítica.
El mundo cambia a pasos acelerados. La era unipolar posterior a la Guerra Fría quedó atrás, y hoy emergen nuevos actores y alianzas. Pero la humanidad no parece preparada para convivir en un orden verdaderamente multipolar: un sistema que, en lugar de equilibrar, amenaza con multiplicar la inestabilidad. O acaso ¿el mundo necesita tener aún un policía que evite que se maten unos a otros? Y si no es así, ¿es mejor un mundo bipolar como en la Guerra Fría o unipolar como veníamos después de que esta acabara?
Tal vez la conclusión puede ser más sencilla: el dilema no es quién manda, sino si la humanidad será capaz de convivir en un orden sin destrucción.