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La política se viste de joven, pero piensa como viejo

Foto: Registraduría

Sara Sofía Rojas Barrera *

Universidad del Rosario

Con la llegada de los Consejos de Juventud y otras contiendas electorales, los jóvenes aparecen como los protagonistas del cambio. Sin embargo, la clave está en lo que sucede más allá de los discursos: en la práctica. Y es aquí donde surgen algunas preguntas: ¿seremos realmente la generación que rompa con las viejas prácticas políticas y los salvadores de la democracia, o solo una estrategia más para maquillar la imagen de la política tradicional?

 

La juventud es sinónimo de esperanza y futuro, lo que nos convierte a los jóvenes como la “promesa electoral”, pero, como lo advierten muchas personas y algunos estudios, esto solo se queda en ser una simple fachada. Son factores como el nivel educativo, estrato social y contactos los que siguen influyendo en el camino político de la mayoría de los ciudadanos, generando desigualdades en cuanto a oportunidades de participación. Aun así, en épocas electorales, partidos tradicionales e independientes suelen incorporar jóvenes en sus listas como símbolo de renovación, aunque sin otorgarles un verdadero poder de decisión.

 

La participación juvenil suele reducirse muchas veces a tareas logísticas, lo que no permite un espacio de comunicación real y efectiva entre los aportes, por lo que existe una gran desconexión que abre camino a que muchos jóvenes acudan a otras formas de expresarse como marchas o colectivos. Como se discutió en uno de los conversatorios del CNE, radica una paradoja: mientras la juventud se encarga de dinamizar las protestas, estas rara vez logran un punto en las políticas públicas. 

 

Ser instrumentalizados por la política es una consecuencia directa negativa que no permite promover la importancia de estar inmersos en ella, lo que crea una sensación de que “nada cambia y todo será igual”, por lo que la relación entre ambas partes se ve reflejada por el desinterés, pues los partidos no representan los intereses e ideas de la juventud, lo que solo ocasiona una fragmentación social. Lo que implica el riesgo de dejar atrás una generación que aporta ideas frescas, pero que termina atrapada en un bloque tradicional.

 

Los jóvenes somos el motor de la sociedad, pero para poder cumplir esto, necesitamos ser reconocidos como ciudadanos plenos y no como un accesorio para campañas e ideas tradicionales. Nuestro papel debe tener un enfoque de construcción y transformación para un futuro mejor, que nos permita cuestionar las políticas públicas y condenar a la democracia a una renovación real y tangible. El futuro democrático no puede ser a través de los jóvenes como vitrina. Dependerá de si esta generación transforma la política y demuestra la importancia de la participación.

* Integrante del Semillero AGERE de Derecho Constitucional de la Universidad del Rosario

ISSN: 3028-385X

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