top of page
pixelcut-export (8)_edited.jpg
pixelcut-export (21).jpeg

Mariana Álvarez

Universidad del Rosario

-Mentir es mucho más divertido y creativo que decir la verdad. Por eso, a veces confío más en la mentira – era lo que solía decir mi padre cuando era apenas una niña colmada de inocencia, que decía mentiritas para que no se enteraran que era yo quien rompía los platos (curiosamente esos pequeños engaños serían mi entrenamiento para lo que estaba por llegar). 

Ese hombre era amante de lo intrigante y extraño de mis días. Siempre me mostraba la realidad y el verdadero sentido de las lágrimas que yo derramaba cada noche en mi habitación por el miedo a la oscuridad. Amaba su imitación del Sombrerero Loco cada vez que me leía Alicia en el País de las Maravillas, pues era él quien que me transportaba a mundos imaginarios llenos de destellos y colores; mundos que jamás existirán en mí; mundos por los que nunca podré caminar con mi papito.

-Esto es inolvidablemente hermoso – era lo que solía decir mi mami cuando yo tocaba diminutas serenatas desafinadas en aquel primer violín rojizo; me hacía sentir como si fuera la mejor violinista en el escenario más prestigioso del mundo (este instrumento, se convirtió en mi único refugio cuando todo se derrumbó).

Esa mujer era la culminación de todos los placeres de esta vida. Me conocía tanto que cada vez que yo bajaba las escaleras del kindergarten con mis grandes cejas arrugadas, me regalaba un conito de chocolate y me recordaba que a veces no es necesario encajar en el rompecabezas descompuesto de la vida: simplemente puedo ser la ficha única y especial que rompe todos los moldes. Amaba sus grandes ojos irritados, pues era muy fácil hacerla enfadar. Soy lo que soy, gracias a ella. Nos vemos en el mágico Camelot junto a nuestro amigo Arturito: allá nos encontraremos, mamita.

Definitivamente, el miedo es el mejor amigo de la memoria. Mis recuerdos de la infancia eran salidos de un cuento de hadas en el que yo era la princesa con larga cabellera que portaba una espada y una armadura para derrotar a los dragones y a todos esos monstruos que dormían plácidamente bajo mi cama. Desafortunadamente, la adolescencia llegó; fue ella quien le arrebató la luz de los ojos a esa bebé con rulitos despeinados y sin la mitad de sus dientes. Maldita adolescencia.

Era 15 de mayo de 2017 y cursaba décimo grado en un colegio chiquito de la Candelaria. En esos tiempos, la sonrisa todavía iluminaba mi rostro la mayor parte del tiempo. Lastimosamente, ese día me tocaba jardinera y me había maquillado y arreglado un poquito más de lo normal porque después de la escuela tenía una presentación.

….

  • 6:30 a.m: Matemáticas: Mi profesor llegó con un olor no tan agradable y con unas bolsas oscuras bajo sus ojos azules (seguramente las cervezas debieron estar muy buenas como para que no recordara que tenía trabajo el día siguiente). Eso no le quitaba el huequito que tenía en mi corazón, pues me encantaba su clase. En esta sesión habíamos visto funciones trigonométricas y el viernes 9 de junio, a las doce del mediodía, teníamos examen sobre este nuevo tema.

  • 8:00 a.m: Artes: La profe Carmen consolidó en esa clase mi gran debilidad con las manualidades; en definitiva, la motricidad no es lo mío (son males buscados por no aprender a gatear cuando era bebé)

  • 9:00 a.m: Descanso: Desde aquí, mi mundo empezó a debilitarse y comenzaron los problemas. Maldito seas, Ismael. 

  • 9:50 a.m: Física: Llegué 20 minutos tarde a clase. El dolor de cabeza y las ganas de vomitar fueron más intensas luego de lo que pasó en el recreo. Recuerdo que Ismael solo me ofreció un jugo de naranja para las onces, me acompañó al baño de niñas porque le dije que me sentía un poco mareada y, desde ahí, mi última reminiscencia fue estar sentada en el piso del baño con mi jardinera desarreglada y mi camisa desabotonada. Me arreglé rápidamente porque lo único que me preocupaba en ese momento era no llegar tan tarde a Física, sin embargo, el dolor en todo mi cuerpo era inminente y, próximamente, el dolor inquebrantable en mi ser también lo sería.

  • 11:00 a.m: Emprendimiento: Juanita, mi mejor amiga, estaba pálida porque sentía la urgencia de brindarme ayuda. Lo que ella no sabía es que lo que estaba roto dentro de mí no se va a poder unir nuevamente. Nos conocíamos desde que teníamos cinco años y sabía que algo no estaba bien conmigo, pero lo único que pude contarle fue lo poco que recordaba (sin extenderme en detalles, pues no quería preocuparla más de lo que estaba). Estoy segura de que hice todo lo posible para no darle pistas de lo que en realidad me había pasado. Yo también estaba en un momento de negación, pero en el fondo lo sabía. Además, los sonidos victoriosos del culpable de mi situación, que provenían de una conversación con sus amigos, reafirmaban mi sensación. Ismael Castañeda había abusado de mí 

  • 1:00 p.m: Salida: Logré salir del establecimiento y salir corriendo a mi presentación, pero aún me temblaban las piernas y los pensamientos.

Intenté pasar esas semanas con normalidad. Mis padres no sabían nada al respecto porque tampoco quería arruinar la esencia que les pertenecía. Dedicaba horas y horas a mi violín para olvidar el daño y, a veces, funcionaba, pero eran momentos efímeros de felicidad pura y silenciosa que no volvería a sentir jamás.

Nunca había sentido ese golpe palpitante que retumbaba todos los días dentro de mí. Era un miedo constante encontrarme de nuevo a Ismael. Era una pena por no poder ver a la cara a mis papás y era una sensación de culpa por haberme ido así a la escuela (lo siento, no debí haberme puesto bonita). Les juro que era un dolor que por más que lo intentara, siempre me atormentaba y no iba a curarse.

 

Pero ya había llegado un viernes, el fin de la semana escolar, y el final de algo más…

“Hoy, en las noticias de última hora, presentamos el reciente comunicado de una estudiante de una institución educativa en La Candelaria que decidió acabar con su vida dentro de las instalaciones del colegio. Actualmente, las causas son desconocidas, sin embargo, se abrió un proceso de investigación para averiguar las razones por las que la víctima tomó esta decisión. Además, se asegura que los padres de la niña van a presentar cargos por una posible negligencia en el acompañamiento y atención por parte de la institución”.

Así es: era viernes 9 de junio de 2017, me encantaba la música, amaba ir al colegio, adoraba encontrarme con mis amigos cada miércoles para comernos uno de esos algodones de azúcar que vendían en la salida de la jornada escolar. Aquí va lo último que me queda por decirles:

 

Lo siento por haberme retocado un poquito ese día.

Lo siento, Juanita, por no ser completamente sincera contigo.

Lo siento, amor mío, fui débil y no pude contarte lo que ese monstruo me hizo, seguramente tú también me hubieses ayudado a curar ese vacío que creó Ismael.

Perdón, mami, no luché lo suficiente, esta vez la princesa no pudo derrotar este dragón.

Perdón, papá, mi mentira no fue lo suficientemente creativa como para que pudieras confiar en mí.

Lo siento a ambos, mamá y papá, por guardar silencio.

Lo siento, hermanito, yo sé que te dije que algún día te iba a ver graduándote del colegio, pero no te preocupes, aún estás en segundo de primaria y te estaré acompañando siempre.

Lo siento por haber sido egoísta y tomar esta decisión. Intenté superarlo, pero no lo logré.

Perdón, profe Pedro, por no poder presentar ese examen de funciones trigonométricas.

ISSN: 3028-385X

Copyright© 2025 VÍA PÚBLICA

  • Instagram
  • Facebook
  • X
bottom of page