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Los jóvenes también se mueren

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Jaime Gil de Biedma. Foto: Bernardo Pérez
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Simón Cortés Bernal

Universidad de los Andes

De la vida nadie se salva, y eso de la juventud es solo una actitud del alma, qué virtud extraña.

Wos.

 

“No es el mío este tiempo”. Con esta frase a manera de epílogo comienza el libro negro Balada en la muerte de la poesía (2018), de Luis García Montero. Debajo de la frase está su autor, Gil de Biedma, otro escritor español que, como Montero, es un referente indiscutible de la poesía española del siglo pasado, y un ejemplo de la escritura elevada y a la vez popular que tanto reconocimiento recibió a finales de los años 90. Al igual que Jaime Gil de Biedma, García Montero descubrió en la escritura sencilla y casi narrativa de sus versos una manera de nombrar y de hallar en la cotidianidad los temas largos y difíciles de la existencia: el amor, el tiempo, la muerte, la poesía. Sus poemas dan muestra de una observación cuidadosa del mundo y de una lucidez que combina el conocimiento académico con la vida común y corriente de los poetas. Sin embargo, si hay un tópico en el que ambos coinciden con añoranza y cariño es el de la juventud. Los dos tienen poemas que exploran la novedad de la adolescencia, los lugares disfrutados y ya casi olvidados, los gestos que alguna vez fueron tiernos pero que el tiempo amargó. Ambos entienden que el tiempo actual, cualquiera que sea, ya no es su tiempo, pues aquel ha pasado hace ya mucho. Ambos entienden que la juventud pasó, que los jóvenes que fueron ya no están. Porque los jóvenes también se mueren.

La poesía de Montero es silenciosa. En su poema Para ser leído muchos años después, la voz poética inicia para hablarnos de un momento pasado, aunque nombrado en presente, como si estuviera estancado en una existencia continua. Es una escena ruidosa que parece observada desde un silencio posterior, que la añora, que la ve a lo lejos: 

 

Existen / llamaradas de lluvia en los faroles / de algún amanecer, mientras corremos, / en una edad cualquiera de la vida / a partir de los veinte [...] (Montero 75)

 

Por otro lado, tenemos a Gil de Biedma, que mira con alegría hacia atrás, con calma, como quien observa el pasado desde un presente, en su poema Amistad a lo largo:

 

Pasan lento los días / y muchas veces estuvimos solos. / Pero luego hay momentos felices / para dejarse ser en amistad. / Mirad: / Somos nosotros (Gil de Biedma 27).

 

A partir de aquí vemos dos voces poéticas que parten de un momento actual que gira la cabeza, que recuerda el pasado y que observa la juventud, pero más que la juventud, la amistad. Y de pronto se vuelve importante preguntarnos: ¿Hay juventud sin amistad? ¿Está la juventud en la comunión? ¿En la complicidad? Gil de Biedma nos responde:

 

Un destino condujo diestramente / las horas, y brotó la compañía. / Llegaban las noches. Al amor de ellas / nosotros encendíamos palabras, / las palabras que luego abandonamos / para subir a más / empezamos a ser los compañeros / que se conocen / por encima de la voz o de la seña. (Gil Biedma 27)

 

De pronto se empieza a ver cómo nace la amistad, así como lo que él entiende por amistad (la compañía, el tiempo compartido, el conocerse por encima de la voz o de la seña), cuya definición luego encontramos en la mezcla entre la paz y la individualidad compartida, el amor de la amistad, en los siguientes versos:

 

A veces, al hablar, alguno olvida / su brazo sobre el mío, / y yo aunque esté callado doy las gracias, / porque hay paz en los cuerpos y en nosotros. / Quiero deciros cómo todos trajimos / nuestras vidas aquí, para contarlas. (Gil de Biedma 28)

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Luis García Montero. Foto: Jeosm

Entre tanto, Montero comienza a ver distintas facetas del amor en la juventud y medita diferentes formas de afrontarla, diferentes imágenes, pues, como es común en la poética de Montero, los objetos de sus poemas reflejan lo que la voz poética quiere decir en el fondo. Esta vez lo hace desde la ciudad, desde París, cuando dice:

 

“[...]Seguramente, / como viejos poetas / descoloridos por la proximidad, / sigamos más que nunca / en los espejos sucios de un café / o recordando el Sena al pie de nuestros besos, / nuestros mejores besos sobre unos labios góticos, / en una primavera demasiado inexperta. / Quizá, después de todo, / nosotros sí vinimos de París.” (Montero 76)

 

Y aquella “primavera demasiado inexperta” de la que nos habla García Montero, tan similar a la que aparece constantemente en el amor de Ana Rossetti por la juventud, también aparece más arriba en el poema, cuando Montero menciona ligeras escenas que reflejan una juventud y una novedad pasada y bella y que se sigue observando desde un presente avanzado:

 

“Conocemos el mar, / siempre vuelto de espaldas / en veranos antiguos ante la despedida, / cuando el sexo no fue sino este bosque / dorado de los cuerpos / o la virtud de ti, / y noches dulcemente / soportadas, / y pestañas abiertas / y ventanas.” (Montero 75-76)

 

De esa manera vemos ya no solo una juventud que se extraña, sino que ve su despedida, que recuerda las épocas en que las despedidas y los mares y el sexo eran novedad y se volverían lapidarios para la juventud. 

 

Todo esto nos lleva a los cierres, ambos agridulces, como el paso del tiempo. En el caso de Gil de Biedma, su voz poética es madura, una que ya ha vivido lo que tenía que vivir, que mira esos tiempos, si bien con añoranza, también con la comprensión plena del paso del tiempo. “Ay el tiempo! Ya todo se comprende”. Mientras tanto, la voz poética de García Montero parece entender el paso del tiempo como una secuencia de victorias y derrotas, que no niega que con el tiempo todo se comprenda, como dice Gil de Biedma, pero que asume con cierta resignación, como agachando la cabeza, el paso inevitable del tiempo. La muerte de la juventud.

 

“volvamos a elegir… / canción o restaurante. / Desde que anochecimos con ojos de bolero / la vida ha sido a veces / asistir dulcemente a un cine de verano / lleno de irrealidad, / pero también a veces pasarse al enemigo. / Vengo, pues, a ofreceros desde entonces, / como un pellizco obsceno debajo de las faldas, / aquellos años nuestros con sabor a champán.” (Montero 77)

 

Así pues, se puede evidenciar el punto en común entre la poesía de Luis García Montero y Jaime Gil de Biedma al referirse al tema de la juventud, a la vez que ambos profundizan en ideas como el amor, la amistad y el paso del tiempo, que inevitablemente la atraviesan. Ambas voces poéticas aprecian el pasado desde el presente, con añoranza y madurez, y ambos reconocen la belleza del pasado, sin reclamarle nada, apenas celebrando cómo el tiempo lo esclarece y deja tras de sí un deje de champán. 

 

Referencias

- García Montero, Luis. Balada en la muerte de la poesía. Bogotá: Visor Libros, 2018. 

Impreso.

- García Montero, Luis. Poemas. Madrid: Visor Libros, 2008. Impreso.

- Gil de Biedma, Jaime. Compañeros de viaje. Digital.

- Wos. “Patada de canguro”. YouTube. YouTube, 8, 

agosto, 2018. Web. 12 de septiembre de 2024. <Patada de canguro>.

ISSN: 3028-385X

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