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Medellín: ciudad de flores y de plomo en los años ochenta

Foto: Santiago Mesa / EL PAÍS
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Mariana Fernández Pérez

Universidad Pontificia Bolivariana

Las personas que vivieron en la ciudad de la eterna primavera entre 1980 y 1999 se despertaban con miedo y terror. Presenciaban fronteras invisibles a medio día, limpieza social en las tardes —tanto soleadas como lluviosas— y toque de queda para todos, excepto para la luna y las estrellas al anochecer.

“La primera vez que escuché de Pablo Escobar fue cuando estaba en quinto de primaria, alrededor de 1981. Yo estudiaba en la UPB de Medellín y recuerdo que el bus pasaba por el lado de la Universidad Nacional, el barrio Carlos E. Restrepo y ya llegaba hasta la Macarena. Por ese lado del río se veían puros tugurios. Entonces ya para ese mismo año publicaron en las noticias que un señor Pablo Escobar iba a hacer un barrio que se llamaba Medellín Sin Tugurios. Para 1984 ya no había tugurios y la ciudad estaba bien”, relata Carlos Felipe Fernández, quien vivía en Medellín en aquella época.
 

Y es que el jefe del conocido “Cartel de Medellín” no quería quedarse en el anonimato: al mismo tiempo que realizaba obras benéficas en la ciudad y la adecuación de 60 canchas de fútbol en los barrios menos favorecidos, tenía en marcha su negocio de tráfico de droga desde 1974, la mayor organización delictiva que le dio a Escobar una gran fortuna, con la capacidad de pagar incluso la deuda externa de Colombia.

En 1983 ya había sido fichado por la revista Semana, que le dedicó un artículo bajo el título de “Un Robin Hood paisa”. Un alias que el mismo Escobar no contempló, pero que “le resultaba bastante interesante”, según cita el periódico El Tiempo.

“Recuerdo, por ejemplo, que la cancha de La López en Manrique la iluminó y la enmalló él. Yo mismo subí a la cancha el día de la inauguración y vi como a unas cien personas juntas y él estaba hablando con micrófono; hasta los mismos policías lo cuidaban para ese entonces. No podría asegurar que lo vi, pero sí lo escuché y sé que estuvo ahí. Amigos míos como Juan Carlos y uno al que le decíamos Loco lo vieron”.

De esta manera el capo quería adentrarse en el mundo de la política, llegando a ser elegido como suplente de Jairo Ortega Ramírez en la Cámara de Representantes por el movimiento Alternativa Liberal a finales de los años setenta, principios de los ochenta.

“Pablo se empezó a ver en la política, pero también se empezó a regar por el barrio Manrique y por todo Medellín el cuento de la mafia, tanto así que dos amigas de mi tía se metieron en la mafia, porque una de ellas, Luz, se casó con un mafioso muy famoso de Manrique que le decían Lito. Éramos hasta vecinos. Supuestamente era el dueño de una taberna y un edificio y de ahí salía la plata, pero comenzaron los rumores de que trabajaban para Pablo Escobar, él y el marido de Estela, la otra amiga de mi tía. Entonces los cuatro se vieron involucrados en la mafia, y a los mismos cuatro los mataron”.

En esa época asesinaban a las personas que traicionaban a la mafia, o se mataban entre las mismas bandas por dominio de territorios o por enemistades. Eran los mismos mafiosos o sus familiares los que resultaban muertos en el alto de las Palmas. Sin embargo, no existía guerra alguna entre los políticos o la fuerza pública y la mafia, que cada vez tomaba más fuerza tanto económica como social.

El término de “mafia” fue creciendo sin control y en 1983 llegó al ministerio de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, miembro del Nuevo Liberalismo, quien empezó a luchar contra los carteles de la droga, específicamente el Cartel de Medellín. El gobierno comenzó a desarrollar la idea de extraditar a los narcotraficantes a los Estados Unidos y a buscar la caída de Pablo Escobar a toda costa. Junto con el coronel de la policía Jairo Ramírez Gómez empezó a probar el vínculo entre el capo y los negocios ilícitos, a la vez que el director y dueño del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza, publicaba editoriales revelando lo que realmente se ocultaba detrás de las actividades delictivas de Pablo, generando escándalo entre la gente.

Viéndolo como única alternativa para quitarse esa piedra del zapato, Escobar se convirtió en el autor intelectual del asesinato del ministro de Justicia la noche del 30 de abril de 1984. Así mismo, fue el autor intelectual del director de El Espectador y del jefe de la Unidad Antinarcóticos, Jairo Ramírez Gómez, en 1986.

En medio de esta declaración de guerra hacia el gobierno, el candidato a la presidencia de la república, Luis Carlos Galán Sarmiento, estaba detrás del rastro de Pablo Escobar, buscando su extradición y el fin de la mafia en el país, por lo cual también fue asesinado por órdenes de Escobar el 18 de agosto de 1989 durante una manifestación en Soacha, Cundinamarca.

Desde ese momento se declaró la guerra entre el narcotráfico y el gobierno, dejando una serie de crímenes atroces alrededor del país y ubicando a  Medellín como la cabeza de las ciudades más peligrosas del mundo.

“En los 90 me tocó conocer las pandillas que armó la mafia. Entonces ya habían permeado todo ese montón de jóvenes más vulnerables de Medellín; los armó, los entrenó y les empezó a dar bastante plata por matar policías y de todo, entonces armó los famosos combos de menores de edad, que se convirtieron en sicarios”.

Según explica Carlos Felipe, la idea de esos combos armados y delictivos era “matar policías y ladrones a la vez”, protegían los barrios de donde eran, pero tampoco dejaban actuar a la fuerza pública, convirtiéndose esto en un problema de seguridad.

Recuerda que, durante su estadía en el ejército en 1988, mientras prestaba servicio militar, hubo un atentado contra el general Samudio Molina, que era el comandante de las fuerzas militares del país. “Ese día, por alguna razón rara, nos hicieron acostar obligados a las 8:30 de la noche. Generalmente, de las 360 noches que pasé allá, nos obligaron a dormirnos por ahí cinco noches. Y de esas, esa fue una. Yo no sé si fue casualidad o qué.


“Se tiene que acostar ya”. Eran las ocho y media, “y no puedo ver a nadie despierto”. Nos fuimos a acostar y apagaron las luces y todo. Estábamos en acuartelamiento de primer grado, que quiere decir que hay que estar alerta. No logró coger al carro del general, pero sí a los escoltas”.

Rosalba Villa, madre de Carlos Felipe, narra el escalofriante momento cuando su hijo mayor fue reclutado y llevado a la Brigada de Bogotá. Dice que aquel 5 de enero de 1988 comenzó con un fuerte dolor de cabeza, vomitó, lloró sin parar y tuvo poco apetito durante dos o tres días. En 1990, el realismo mágico tomó vida en el país: mientras que el gobierno, en cabeza de Cesar Gaviria, daba una recompensa de cinco mil millones de pesos por Pablo Escobar, el narcotraficante pagaba diez mil dólares a quien matara un policía, y trescientos mil dólares por cada agente de la DEA, dejando así una cifra de 435 uniformados y cientos de civiles asesinados.

El 2 de diciembre de 1993, mientras Pablo hablaba por teléfono con su hijo, el grupo paramilitar llamado “Los Pepes” (Perseguidos por Pablo Escobar) quienes eran exsocios del capo, en compañía del Bloque de Búsqueda ubicaron la casa donde se escondía en Medellín y le dieron de baja mientras intentaba huir por el tejado.

Esto no fue el fin del narcotráfico y mucho menos de la violencia, pero sí un respiro para que la ciudad volviera a florecer. El edificio Mónaco, símbolo del poder de Escobar, fue demolido en febrero de 2019 y, en su lugar, se construyó el parque conmemorativo Inflexión, el cual rinde homenaje a las 46.612 víctimas del narcotráfico en Colombia. La Comuna 13, uno de los viveros de sicarios del patrón, atrae a miles de turistas cada año. El basurero de Moravia se ha convertido en uno de los grandes parques de la ciudad.

Medellín es una ciudad que ha sabido renacer, perdonar y seguir adelante con la determinación que caracteriza a los antioqueños. Es una ciudad que vivió su momento más oscuro, pero que poco a poco ha sido recuperada y convertida en un destino turístico de talla internacional. Sin duda alguna, un claro ejemplo de que los colombianos estamos dispuestos a hacer la paz, no la guerra.

ISSN: 3028-385X

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