Mi carta al gobierno colombiano

Isabella Sánchez Bustos
Universidad Externado de Colombia
Detenernos a pensar en lo difícil que es para los jóvenes salir adelante en este país es profundamente inquietante. Desde pequeños escuchamos que "los jóvenes son el futuro de Colombia", pero con el tiempo, esa frase se ha vuelto más un lugar común que una realidad tangible. Ha perdido su peso, su compromiso, y ha quedado atrapada entre generaciones que discuten si somos la esperanza o la perdición de una nación que, en muchos aspectos, ha estado marcada por la desigualdad y la desilusión.
Mientras unos insisten en que somos una generación perdida, otros todavía siembran en nosotros la esperanza de un país mejor. Y quizás ahí nace esta carta: en la necesidad de expresar una inquietud sincera frente a lo que vivimos cada día. Porque pensar que los jóvenes luchamos tanto por alcanzar lo que muchos de nuestros padres no pudieron, debería ser motivo suficiente para repensar el rol del Estado y su compromiso con nosotros.
Cito una frase de Jaime Garzón que resuena con fuerza en este contexto:
“Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselos. ¡Nadie!”.
No se trata de forzar a los jóvenes a participar en política, sino de entender que todo lo que vivimos está atravesado por lo político: el acceso a la educación, a la salud, al trabajo, a una vivienda digna. ¿Cómo no interesarse por aquello que define nuestras posibilidades de crecer, avanzar y vivir con dignidad?
Muchos jóvenes ya somos conscientes de nuestro papel como ciudadanos. Sabemos que tenemos derechos, pero también que muchas veces esos derechos no se garantizan. Sabemos que el gobierno está compuesto por servidores públicos, y como lo establece el Artículo 123 de la Constitución Política de Colombia:
Son servidores públicos los miembros de las corporaciones públicas, los empleados y trabajadores del Estado y de sus entidades descentralizadas territorialmente y por servicios. Los servidores públicos están al servicio del Estado y de la comunidad.
Y, sin embargo, esa relación se ha invertido. A menudo, pareciera que la ciudadanía está al servicio del gobierno y no al revés.
Hoy los jóvenes enfrentamos un panorama complejo: empleos mal remunerados, dificultades para acceder a una educación de calidad, escasas oportunidades de crecimiento y una realidad en la que la independencia económica parece un privilegio inalcanzable. El número de jóvenes que migran en busca de un futuro mejor aumenta cada año. Y es imposible no preguntarse: ¿por qué estudiar debe implicar endeudarse de por vida? ¿Por qué acceder a un trabajo digno es tan difícil? ¿Por qué el desarrollo personal y profesional se convierte en una carga en lugar de ser un camino?
Otra frase de Jaime Garzón nos recuerda una verdad que a veces se olvida:
"Nosotros somos los que le tenemos que enseñar a los políticos cómo se hace patria, no ellos a nosotros".
Como jóvenes, no pedimos soluciones mágicas, ni promesas grandilocuentes. Pedimos que se nos escuche, que se nos tenga en cuenta en las decisiones, que las políticas públicas respondan a nuestras realidades y necesidades. Pedimos que se cumpla lo que ya está escrito, que se respete la Constitución y se asuma el compromiso con la comunidad.
A quienes nos gobiernan les corresponde garantizar condiciones para que podamos crecer con dignidad, participar activamente y aportar a la sociedad desde nuestras capacidades. A quienes somos jóvenes nos queda el desafío de no rendirnos, de mantener viva la esperanza y de seguir buscando caminos para transformar esta realidad.
Colombia necesita de sus jóvenes, no como discurso, sino como prioridad.