¿Niños en otro cuerpo?

Daniela Muñoz Oza
Universidad Católica de Oriente
Daniela estaba tomando un café. Revisaba sus redes sociales, como de costumbre. Encontró la noticia dolorosa de que una mujer había arrojado el perro de su compañero sentimental desde un duodécimo piso. El motivo le pareció increíble: su pareja la había dejado. Daniela sintió cómo su corazón se estremecía, miró con rabia el teléfono y pensó: ¿cómo alguien sería capaz de hacerle daño a un ser tan inocente? En su mente se amontonaban pensamientos, pero alcanzó a pescar la imagen de un niño sufriendo... Estaba confundida. Los perros no son niños, ni los niños perros. Pero, ¿por qué entonces son maltratados en los entornos familiares que se supone los deben proteger? La crueldad hacia un animal no es más que un eco de la violencia que enfrentan muchos niños en sus hogares.
Por su cabeza recorrió las muchas veces que ha visto cómo un perro se divierte con el agua, corre al son del viento y descansa cuando las estrellas y el azul oscuro del cielo se ponen en su casa. ¿Acaso no son los animales igual de vulnerables que los niños? Se preguntó si su amor por ellos, si bien es genuino, había cruzado la línea hacia la personificación, hasta el punto de que los perros ahora eran también objeto de nuestras neurosis, iras y vacíos.
El amor y el maltrato se entrelazaron, y tuvo angustia: ¿traer acaso a los animales a nuestras vidas familiares no es hundirlos en nuestros propios agujeros negros en los que vivimos perdidos los seres humanos? Y si los animales nos sirven de apoyo emocional, ¿por qué los lanzamos de un duodécimo piso? Quizá estemos irremediablemente dañados por dentro. Sería mejor que los animales no entraran en nuestras casas, pensó. Se imaginó a mamá perra hablando con los cachorros: “Desconfíen de los extraños…”.
Las mujeres y los niños son los que más han sufrido maltrato en sus ambientes familiares. Y de nuevo se preguntó: al traer a los animales al hogar, ¿no los estaremos exponiendo a las mismas dinámicas de maltrato? Cuando los animales entran a nuestras familias, ¿entran a un espacio seguro de protección o más bien a un sitio de maltrato y abuso? ¿Son nuestros hogares para ellos un cielo o un infierno?
Daniela giró el cuerpo y encontró a Simba, que estaba sentado, distraído en el revoloteo de una mariposa blanca. Se sintió reconfortada y le dio un abrazo profundo que le salió del alma. Mientras tanto, las lágrimas recorrían sus mejillas.



