¿Nos educamos para ser felices?

Jacobo Castelblanco
Universidad Católica de Colombia
¿Qué tan lejos estamos de una educación que nos forme en la felicidad y no solo en la supervivencia? En un mundo donde el conocimiento avanza de forma inesperada, la educación debería ser mucho más que un proceso de adaptación. Sin embargo, la esencia de cómo aprendemos y lo que se nos enseña parece haber quedado en la historia en una fórmula que, aunque funcional, resulta obsoleta. ¿Por qué nuestro sistema educativo parece reducirse a esquivar la dificultad y evitar cualquier búsqueda auténtica de felicidad?
La educación actual parece estar enfocada en una especie de "felicidad cómoda" que huye del esfuerzo y de la superación personal. Nos enseñan que la felicidad está en la acumulación de placeres simples y fáciles, pero ¿qué ocurre cuando esta falsa promesa se estrella con la realidad? Mientras en algunas sociedades se inculca la idea de que la felicidad se basa en el esfuerzo y en superar obstáculos, en otras se promueve el derecho a evitar el trabajo y a priorizar el ocio. Esto no es más que una forma de convertirnos en espectadores pasivos de nuestras propias vidas. La educación se adapta, sí, pero no a nuestra necesidad humana de propósito y sentido, sino al contexto tecnológico y a los deseos de inmediatez. ¿Estamos siendo educados para una vida que nos haga sentir útiles, o simplemente para una existencia cómoda?
Aquí es donde quiero resaltar el mensaje de Estanislao Zuleta en su Elogio de la dificultad, cuando escribe: “El que no sufre no crece; el que no tiene problemas no se transforma; el que no siente el dolor de su imperfección, no puede construir nada”. Este fragmento nos hace ser conscientes de que una vida sin esfuerzo y sin dificultad es también una vida sin profundidad ni logros reales.
Vivimos en una sociedad que define la felicidad como la comodidad y el éxito como la acumulación. Pero, ¿es ese realmente el propósito de educarnos? Si educamos a las personas para evitar la dificultad, ¿cómo esperamos que enfrenten los verdaderos desafíos de la vida? Nos enseñan a soñar, pero rara vez a luchar por lo que soñamos. No hay mayor pobreza que educarnos para evitar la dificultad y creer que la felicidad está en evitar cualquier esfuerzo. Esta idea de la felicidad como algo sin esfuerzo ha creado una generación que se siente vacía y sin propósito. Nos dan las herramientas, sí, pero nos quitan el propósito, la esencia misma de lo que significa aprender y crecer.
La educación debería aspirar a ser más que un medio para la comodidad; debería inspirar grandeza y valentía, darnos razones para querer más que una vida a medias. ¿Podremos algún día mirar atrás y sentir que hemos vivido, no solo existido? Si la respuesta es “sí”, entonces nuestra educación debe ser mucho más que fórmulas y herramientas: debe ser el impulso hacia una vida con sentido, capaz de resistir el peso de nuestros propios sueños.