Observaciones de la violencia desde la
cultura y el arte colombiano

Foto: BADAC

Laura Andrade Avella
Universidad Nacional
Colombia es muchas patrias en una sola, dispuesta entre las ramificaciones de la columna vertebral que atraviesa el continente latinoamericano, su topografía ha derivado en un factor definitorio en la constitución de sus regiones; sumida entre su propia exuberancia, nadie ha sabido imponer de forma irrebatible su deber ser como nación. Pero de forma paralela, nuestra sociedad coexiste con la violencia al punto de haberla somatizado, en medio de la repetición de ciclos de revanchismo y la cultura del odio reforzada por el amarillismo de los medios altamente descriptivos e insensibilizantes que sumen a los territorios en un duelo constante.
En este contexto, el siglo XX se asoma con el afán de un modernismo poco apreciado pues se perdió toda una generación en las guerras; entre esa tensión latente por la búsqueda de orden o libertad, entre la resistencia al cambio y el hambre de progreso, y de ser más europeos a fin de cuentas. La herencia madrileña instó al paisajismo mimético y al retratismo burgués, siempre con tintes de ese dogmatismo que consiguió incrustarse en nuestras venas.
Bajo este panorama, la aparición de las vanguardias promulgó pesquisas en torno a la identidad nacional y a ese discurso patriótico capaz de fundirnos bajo un mismo lente. La intelectualidad burguesa, que podía permitirse soñar con ideales de ultramar, trajo a nuestro territorio, entre premisas de consciencia de clase, el imperativo de darle la espalda a la academia y abrazar la experimentación modernista.
Retozamos entre el comunismo y la revolución, el indigenismo, el deber social, el sentimentalismo, el anacronismo, lo apolítico y el nihilismo. Como bien afirmó George A. Brubaker en su artículo Una minoría excelente: “La historia nos enseña que en cada generación las aspiraciones son siempre demasiado elevadas; las realidades demasiado ominosas” (Brubaker, 2004, pág.79). Resulta inviable persistir a costa del asedio constante de violencia, crisis y desasosiego permeado en nuestra historia, solo puedo comprender las formas de escapismo que ha desarrollado nuestra sociedad ante su propia masacre, sin embargo no puedo calar tal desconexión llevada al terreno de la denominada “alta cultura”.
En 1954 se estrena la televisión nacional en Colombia, traída durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en la que en principio existía un único canal que transmitía de 7 a 9 de la noche, y cuya misión (se decía) era cultural. Marta Traba estuvo presente desde su inicio en medio de una labor de doble filo, la cual consistía en presentar a un país analfabeta una serie de programas alrededor del arte en pro de su democratización, tanto referentes del extranjero como nacionales, fungiendo como educadora y, a la par, como crítica de arte.
Desde mi perspectiva, Traba, en su manera de exponer, asumía una presunción de que la audiencia tenía ya cierta sensibilidad y fundamentación en materia de arte, de modo que sus palabras resultarían enriquecedoras y no como un taimado acercamiento del individuo a lo culto. Es desde este punto que se ejemplifica el velo insondable de la cultura afirmativa, en la complejidad necesaria con la que la educación nos forma sobre la alta cultura para que no pierda su calidad de “superior” sin dejar de posicionarla como un ideal a entender y alcanzar, existiendo una barrera de clase para esto último, dónde la burguesía tiene alcance a los medios requeridos y se encuentra libre de necesidad, en otras palabras como diría Herbert Marcuse (1967) se sublimiza la resignación.
En nuestros días podemos observar cómo el arte que se avala en estos círculos es burgués, quizá haya que preguntarse acerca de lo que dijo Marta Traba en La cultura de la resistencia:
El artista actual sigue siendo burgués y continúa expresando el mundo de la burguesía. Si aparentemente ha cesado de prestarle un servicio, es porque nuevas formas expresivas lo desalojan contra su voluntad, no porque esté situado en un campo opuesto. (Traba, 1973, pag. 138)
Es por ello que también enfrentamos el hecho de que no estamos aislados y un rechazo categórico al sistema no es realista, en muchas medidas dependemos del ojo e inversor extranjero porque no dejamos de ser una cultura que representa algo exótico para ellos.
Esta patria está escindida de razones y repartida entre los caprichos de la escoria. La barbarie se sostiene sobre los intereses políticos y económicos, en nuestro caso, la violencia es un tópico estrella en las galerías de arte. Y que no se me malentienda, es nuestra responsabilidad llevarla allí y a donde sea posible, porque la memoria es frágil y en cualquier momento la desaparecen, pero es menester matizar el cómo hay que hacerlo.
Actualmente, en las instituciones artísticas, por el afán de responder a las exigencias de la alta cultura en ocasiones se hace de la periferia un producto, se acude a los territorios a realizar un trabajo de porno-miseria en un formato más comercial para estos círculos. Se pasa por alto el trabajo con las comunidades, el preguntarnos por la validez o la pertinencia de nuestro enfoque o si en verdad somos constructores de memoria y acervo al tamizar la violencia para sensibilizarnos de nuevo. En medio de esta cultura que parece haberse tragado la contracultura, ser coherentes con nuestra ética es un acto de resistencia y de reivindicación nacional.
Bibliografía
Brubaker, G. A. (2004). Una ’minoría excelente’: la generación del centenario y su impacto en la política colombiana. Universitas Humanística, 26(26). Recuperado a partir de https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/univhumanistica/article/view/10165
Traba, M. (1974). La cultura de la resistencia. En F. Alegría (Comp.), Literatura y praxis en América Latina (pp. 49-80). Caracas: Monte Ávila. Recuperado a partir de Revista de Estudios Sociales (uniandes.edu.co)
Herrera Buitrago, M. M. (2012). Marta Traba y Clemencia Lucena: Dos visiones críticas acerca del arte político en Colombia en la década de los setenta. Memoria y Sociedad, 16(33), 121-134.
Marcuse, H. (1967). Acerca del carácter afirmativo de la cultura. En Cultura y sociedad. Sur. Buenos Aires.
Uribe, M. V. (2015). Representaciones artísticas de la violencia en Colombia. ERRATA#13: Derechos Humanos y Memoria. Recuperado a partir de
Presentación y representación de la violencia en el arte colombiano | revistaerrata.co
Ministerio de Cultura. (2015)Burbujas: Esquirlas de un discurso del Boom1. Programa Nacional de Estímulos 20152. Recuperado a partir de



