Papaya puesta, papaya partida

Bibian Marcela Riveros
Universidad Jorge Tadeo Lozano
Una de las expresiones más usadas en Colombia a la hora de hablar de robos es la de “dar papaya”. Es bastante común escucharla en Bogotá, que, además de ser conocida por ser la capital, destaca por la inseguridad que experimentan a diario sus habitantes.
Cuando llegan personas a la ciudad es normal decirles que “no se puede dar papaya”, pero, ¿qué significa exactamente? La frase hace referencia a no exponerse y evitar ser un blanco fácil para las personas que no tienen las mejores intenciones con uno. Implica no sacar el celular en la calle, tener cuidado en el transporte público, aferrarse muy bien al bolso, llevar la maleta colgada hacia delante, evitar ciertos lugares y siempre mirar hacia atrás.
Si bien la frase la decimos con la finalidad de advertir a nuestros seres queridos, el uso de esta plantea un problema más serio: ¿por qué asumimos que la responsabilidad es de la víctima?
Es preocupante que tengamos tan normalizados los robos, al punto de que es común ver todos los días en las noticias o redes sociales que se robaron un carro, un celular, que allanaron y robaron un establecimiento comercial, etcétera. Lo más triste es que ya no es algo raro, ya es costumbre sentir indiferencia ante estas situaciones, se ha vuelto algo banal. “No dar papaya” se volvió un método de supervivencia en la ciudad.
¿Qué dicen cuando se meten a robar en una casa? “¿Para qué dio papaya? Tuvo que echar llave”.
¿Y si le rapan el celular a una persona en el transporte público? “Debiste tener más cuidado. Diste papaya”.
¿Cómo reaccionan cuando le sacan la billetera a alguien del bolsillo? “No debiste guardarla ahí. Papaya puesta, papaya partida”.
¿Y qué pasa si asesinan a una persona por resistirse a un robo? “Es que no debió enfrentarse. Dio papaya”.
¿Por qué la culpa siempre recae en la víctima, que no estaba haciendo nada malo, y no en el ladrón? La responsabilidad se traslada y el robo no se percibe como algo punible, sino como consecuencia de la imprudencia de la víctima. Esto no solo revictimiza, sino que normaliza aún más la violencia. ¿Es acaso justo?
Esta mentalidad genera una sensación de inseguridad constante. La ciudad se convierte en un espacio donde debemos acostumbrarnos al peligro, que se volvió algo cotidiano con el pasar del tiempo. Esto es muy desalentador. Nadie debería vivir con el temor constante de que sus pertenencias e integridad están en riesgo cada vez que sale de su hogar. ¿Es que no tenemos derecho a usar nuestros celulares, joyas y carros libremente sin temor a que nos los arrebaten injustamente?
Urge un cambio. Es necesario atender las causas estructurales que, si bien no justifican para nada los delitos que se cometen a diario, muchas veces son una motivación. Si se disminuye la desigualdad social, se trabaja en conjunto con las comunidades y barrios de toda la ciudad, se fortalece la presencia de la policía y se reduce la impunidad de los delitos relacionados con el hurto es probable que se logre una mejora.
Necesitamos una ciudad que proteja a sus habitantes. Necesitamos ciudadanos que dejen de perpetuar la mentalidad de justificar delitos e injusticias.
Porque la seguridad debe ser una garantía, no un privilegio.