Jugarse cuatro años de gobierno en una consulta popular es, sin lugar a dudas, la apuesta más grande del presidente Gustavo Petro. Con menos de dos años en el poder, decide lanzarse al agua y arriesgar todo su proyecto político y legado en una votación. Su desesperación con el Congreso, que ha rechazado sus reformas en múltiples ocasiones, lo ha llevado a acudir directamente a la ciudadanía para intentar cumplir sus promesas de campaña. Para que la consulta sea vinculante, se requiere la aprobación de la mayoría del Senado y la participación de al menos un tercio de los votantes registrados. Es una prueba contra la institucionalidad y un termómetro para sus seguidores. ¿Vale la pena jugarse todo? La arrogancia y terquedad son la guía de Petro en el poder, y esto es una prueba más de ello. 

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Sin embargo, esta estrategia conlleva riesgos significativos. Una derrota en la consulta podría debilitar su posición y fortalecer a la oposición de derecha de cara a las elecciones de 2026. La polarización existente en el país podría intensificarse, afectando la gobernabilidad y la estabilidad política. Además, la consulta podría convertirse en un "plebiscito" sobre la gestión de Petro, más que en una evaluación seria de las reformas propuestas. Lo que se juega es la percepción pública sobre su liderazgo y capacidad de implementar cambios estructurales, que a mi parecer ha flaqueado en estos años de gobierno, porque Petro es un excelente candidato pero pésimo gobernante. Es poner en juego, por un capricho y terquedad del mandatario, todo su legado político. 

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La pregunta clave es si Petro logrará convertir esta consulta en una herramienta de presión sobre el Congreso o si, por el contrario, le dejará en bandeja de plata a la oposición una oportunidad de cara a los comicios electorales para sacar ventaja. Colombia llega al 2026 con una polarización al alza, un Congreso que ha demostrado ser un freno constante a las apuestas de Petro y un gobierno que no tiene un rumbo claro. El presidente enfrenta una encrucijada política sin precedentes. Para quien escribe esta columna, la consulta es un desgaste innecesario para el gobierno y para el país. Por excelencia, el Congreso es el órgano encargado de hacer la ley y representar la voluntad popular. Recurrir a mecanismos de participación ciudadana contemplados en la Constitución no debe confundirse con la imposición de objetivos políticos personales del mandatario. 

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En este contexto, el papel de la ciudadanía será determinante. Petro apuesta a que la movilización popular incline la balanza a su favor, pero el desgaste político y la falta de resultados concretos podrían jugarle en contra. La consulta, más que un mecanismo de participación, se convierte en un plebiscito sobre su gestión. Es el momento en el que Petro, quizás sin quererlo, va a pasar al tablero y será evaluado por los colombianos. Todo esto se convierte en un debate en torno a los escándalos de corrupción, la baja ejecución presupuestal, la situación de inseguridad en el territorio nacional, la puja política en su gabinete y las promesas incumplidas; no en las modificaciones al sistema de salud y laboral de Colombia.

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Ganar o perder esta apuesta definirá el legado de Petro. Si la consulta fracasa, su gobierno quedará marcado por la incapacidad de concretar sus reformas. Si triunfa, podría reivindicarse y consolidar su liderazgo. No obstante, con una nueva legislatura en el Congreso, donde prevalece la dinámica de asegurar los próximos cuatro años, tanto senadores como representantes ya están en modo electoral. Me temo que, si antes fue una odisea citarlos a debates, ahora lo será aún más, pues están enfocados en su permanencia en el recinto de la democracia. Lo cierto es que esta jugada demuestra que el mandatario está dispuesto a llegar al límite con tal de cambiar el rumbo del país. Ahora, el desenlace depende de la voluntad de los colombianos. 

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Presidente, pase al tablero, ponga en juego su legado y vamos a manifestar nuestro inconformismo con altura.