Agosto 2025
Edición N°11
ISSN: 3028-385X
San Pedro: tan cerca del carnaval, tan lejos de la cultura

Foto: Edgar Mora Cuéllar

Jorge Luis Rodríguez
Universidad Nacional
Vi esta imagen en mi Facebook, en medio de la desgracia del foráneo, un viaje Garzón-Bogotá cuando hacíamos la parada obligatoria en la deprimente ciudad de Neiva. Fue una imagen que me llegó bastante, propició en mí una larga reflexión que me mantuvo despierto por un rato antes de quedarme dormido hasta llegar a Bogotá.
Las fiestas de San Juan y San Pedro ya son una tradición de larga data. Sin embargo, se encuentran en esa fina línea entre ser una tradición cultural o simplemente un negocio que capitaliza sobre la necesidad de la carnavalización banal del pueblo.
Con esto último me refiero a los trabajos sobre el carnaval y la cultura popular de la edad media de Mijail Bajtin, en los que expone la necesidad del pueblo llano de carnavalizar la vida. Tres días donde el gobernante de turno permite la liberación de los deseos y las frustraciones a través de música, danzas, ritos y desfiles. Es una necesidad humana, no se puede reprimir todo el tiempo, pues desemboca en algo peor, y al mismo tiempo, esto permite al gobernante mantener bajo control las exigencias de sus subordinados. Es banal en sí mismo, pues no permite realmente un cuestionamiento a largo plazo de las dinámicas que en primer lugar propician la necesidad de libertad dada en el carnaval y que más bien funcionan como una olla a presión que, en ciertos momentos, debe liberar un poco de vapor.
Las fiestas que el Huila comparte con Tolima y parte de Caquetá han funcionado como epicentro de una cultura andina que se formó en la zona rural del alto Magdalena. El mito de origen del San Pedro nos dice que fue una fiesta que se dio en las haciendas para la celebración de las cosechas que se recogían en esta época, atribuidas a la gracia de San Juan y San Pedro, a quienes los españoles les brindaban culto por estas fechas. Es una historia que se puede relacionar a lo ya expuesto por Bajtin. Sin embargo, en estas confluían expresiones culturales como la “rajaleñas”, un canto en coplas llenos de sátira, picardía y doble sentido contra diversos temas, que permitieron a los campesinos descargar sus reclamos a la patronal.
Así, las fiestas siguieron evolucionando, institucionalizándose alrededor de los años sesenta en los diferentes municipios del Huila y Tolima. Durante la última semana de junio, las presentaciones en tarima de músicas campesinas, las comparsas, las reinas y sus carrozas pasarían por los pequeños pueblos del departamento, volviéndose una tradición para todos los años.
Como huilense, uno siente esta fiesta como una tradición a la que siempre se vuelve. A pesar de todo, cuando uno está lejos, se le recuerda aún con más nostalgia. Sin embargo, ese sentimiento choca con la realidad de las cabalgatas llenas de crueldad animal, los desfiles de gente alcoholizada o la nula importancia que se le da a los artistas locales de músicas campesinas, que todos los años intentan, al menos, ganar un espacio en disputa con los artistas de música popular, merengue y vallenato que vienen desde afuera. Y no es que quiera que dejen de traer estos artistas, me van y vienen realmente, pero no es justo que por traerlos y darles un recibimiento de bombos y platillos le den migajas a los pequeños artistas que realmente preparan una puesta en escena para estos días. Teniendo en cuenta la poca calidad y variedad de espectáculos que ofrece a los habitantes los que vienen de afuera.
No se puede pretender que con el simple hecho de salir a las calles a que la gente se emborrache hasta perder el conocimiento en medio de música y comparsas que bailan sin compromiso y en igual estado de alicoramiento, se haga una fiesta que realmente represente el folclore del que tanto se llenan la boca hablando las administraciones locales y organizadoras del festival. Ya es un hecho la censura que los grupos de rajaleñas sufren al no poder utilizar nada relacionado a la política en sus coplas, al ser sus letras revisadas con anterioridad al encuentro, cortando la base de la interpretación que es la sátira social en medio de la improvisación. Dos fueron los casos ampliamente conocidos en el Huila en el año 2023, cuando un grupo de rajaleñas en Neiva y otro en Garzón hicieron críticas mediante sus canciones a las administraciones departamental y municipal, respectivamente. En el primer caso, teniendo como consecuencia mayor restricciones en la participación de este año, y en el segundo caso, directamente se censuró al grupo por medio del apagón total del sonido.
San Pedro, así con el carnaval medieval de Bajtin, nació alrededor de una fiesta religiosa, y como Raúl García analiza, el carnaval tiene el potencial de ir más allá del control de una sociedad. Mediante la parodia a lo normativo, base fundamental de las rajaleñas por ejemplo, se puede proponer subversión e integración de la diversidad, el rescate de la esencia campesina, que se deja como mero objeto decorativo. El llamado es a repensar y cuestionar la poca seriedad de la organización de esta fiesta, que acontece en una falta de respeto para su público y sus artistas. Es no caer en el juego del poder y el capital que quieren mantener al pueblo intoxicado en el consumo de alcohol, mientras disfrutan carrozas bonitas, que el alcalde manda a construir para hacer creer que el municipio va bien.
Bibliogrfía
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Bajtin, Mijail. La cultura popular en la edad media y en el renacimiento. Madrid: Alianza, 2005.
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García, Raúl Ernesto. La carnavalización del mundo como crítica: Risa, acción política y subjetividad en la vida social y en el hablar. En Athenea Digital 13(2), 2013. Pp 221-230.
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Gobernación del Huila. Reseña Histórica. 2013. https://www.huila.gov.co/publicaciones/5177/festival-folclorico-reinado-nacional-del-bambuco -y-muestra-internacional-del-folclor-37869/
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Mancuso, Hugo. Lapalabraviva: Teoríaverbal ydiscursivadeMichail Bachtin. Buenos Aires: Paidós, 2005.