Sobre un fantasma del cine colombiano

Foto: Alcaldía de Bogotá

Valentino Flórez Ramírez *
Universidad de los Andes
El cine colombiano está en crisis. Esto lo llevamos escuchando hace mucho tiempo. El cine colombiano tiene problemas creativos. El cine colombiano no tiene financiación. La plata que dan es sólo para cierto tipo de historias, para ciertos temas. Bueno, tal vez deberíamos agradecer que ahora hay plata, dicen otros, y es en parte cierto. En cualquier caso, el diagnóstico de esta categoría tan rara que llamamos "cine colombiano" pocas veces ha sido bueno, privilegio reservado a unos pocos optimistas o inversores con cartas en el asunto —y no venimos a decir algo muy distinto. Pero, para evitar ser agotadores, sólo diremos que el cine colombiano, en su gran mayoría, no nos gusta y esto lo achacamos a algo que denominamos un poco genéricamente como el "espíritu" del cine colombiano.
Supongo que para esta parte la gran mayoría de lectores se habrán ido. Sólo quedarán unos cuantos aficionados o gente sin mucho que hacer que suelen estar interesados en estas cuestiones nimias. Podemos entrar en materia.
¿Cuál es este "espíritu" del cine colombiano? ¿Es una entidad abstracta, inmaterial, que permea toda nuestra producción audiovisual? ¿Es, literalmente, un fantasma que nos acecha a los pocos desafortunados que, habiendo nacido en este lugar y gustándonos el cine, nos vemos forzados a encontrar en cada esquina oscura? Un poco sí y un poco no.
Pretender una definición no es nada fácil, pues la producción cinematográfica en este país, por suerte, ha crecido en los últimos años; y hacer una generalización sobre un conjunto tan grande de películas sería una operación algo burda. Algo podemos destacar, los amantes de esta forma nacidos en Colombia, y es que el producto nacional ha crecido como nunca antes en este país y nos podemos dar el lujo de clasificarlo en términos manidos.
Por un lado, la producción más cercana al tipo "industrial" ha tenido un auge tal que se ha convertido en un modelo de producción relativamente estable, sacando películas anualmente que, aunque no muy apreciadas por la crítica, hay que decirlo, logran obtener ciertos réditos económicos —hazaña nunca antes vista en este país—. Y, por otro lado, hemos visto cómo una cierta clase de cine independiente que ya tenía antecesores en las décadas pasadas ha tomado fuerza, aprovechando condiciones materiales contemporáneas, y ha producido una cantidad de películas y, ya para este punto, "autores" con una obra numerosa para nuestros estándares, que se mueven en circuitos alternativos y que en gran parte gozan de una consideración favorable por parte de la crítica.
Aunque en general este conjunto de dos categorías es sumamente interesante, estas observaciones se van a centrar en la segunda parte, aquella que ha gozado de más atención y consideración por parte de la crítica ejercida fuera y dentro de estos lares.
Estos cineastas nuevos han llegado con bastante fuerza a este nuevo panorama del cine colombiano. Aprovechando los recientes modos de financiación auspiciados por el gobierno colombiano y los productores recientes (además de co-producciones internacionales) han puesto a circular en Colombia y en festivales internacionales un cine que, alternativamente, habíamos y no habíamos visto. Este país que hasta hace poco sólo había exportado en términos cinematográficos —no hablemos, por favor, de otros renglones en las exportaciones nacionales— sólo había exportado, decía, La Violencia (así en mayúsculas), unos cuantos vampiros que no daban mucho miedo, punketos y niños llenos de encanto y de gracia que, desafortunadamente, consumían bóxer, estaba exportando algo nuevo.
Lo nuevo, salgamos de ello de una vez, lo pensamos ante todo en las cualidades técnicas. Nunca antes el cine colombiano había tenido tantas posibilidades técnicas como ahora. Puesto de manera más triste, nunca antes el cine colombiano había cumplido de manera general con mínimos de calidad. Esto no es dicho, sin embargo, para restar mérito a las cualidades estéticas de las películas recientes. No obstante, el hecho de que en términos técnicos el cine colombiano cumpla con los requisitos básicos es algo que reconocemos y que celebramos como la más grande de las fiestas. "¡Por fin! ¡Por fin! ¡Por fin!" suena en algunos oscuros y desafortunados sitios que llamamos cineclubes.
Pero, en otro rincón de la habitación, agazapado, todavía vivo y haciéndose fuerte en las sombras, acecha algo viejo y ya rancio de nuestra "tradición fílmica". Delatándose con su olor de viejito, vive en estas películas cierta aproximación a sus historias, cierta perspectiva estética que viene de atrás en el tiempo y desde muy lejos y que parece haber constituido una escuela en la realización fílmica de este país. Cierta perspectiva ética, inquisitoria, se cuela por los bordes o directamente permea este "nuevo" cine colombiano y tiene como consecuencia unas técnicas que ya hemos visto antes y que no parecen agotarse, a pesar de los lamentos del gran público colombiano.
Los actores naturales, la fotografía que por momentos quisiera hacerse un documental y las historias comunes, centradas en personajes marginales que intentan reflejar siempre una realidad que no existe porque de lo que hablamos es cine y todo lo que hay en él es una gran mentira, parece una reanimación del naturalismo del siglo XIX, o de esos maravillosos cuadros de costumbres que los escritores de la independencia latinoamericana realizaron queriendo dar cuenta de una realidad social que se les escapaba y que a nuestros ojos contemporáneos resultan un nido de prejuicios y tipificaciones cuestionables, acercándose más a un extravío cronológico de la literatura fantástica latinoamericana, es una aproximación vieja, que ya conocemos y que tiene nombre y que preferimos no decir, para no aburrirlos. Lo que importa decir de todo esto es que no nos gusta, y que ya la conocemos y que además estamos cansados de ella. Fin. No hay más. Eso es todo. Acá podría acabar mi exposición.
Pero vale la pena aclarar algo. En esta aproximación vieja hay de fondo una preocupación por un estado de la realidad que, a pesar de nuestras quejas en el plano estético, no podemos dejar de compartir. Comulgamos con estos sentimientos, los aceptamos y los vemos con admiración cuando son sostenidos públicamente. Entendemos que frente a una situación causante de tanto desasosiego como la realidad colombiana es difícil no pensar en ello y que los artistas no lo tengan en cuenta es casi pedir lo imposible. Entendemos el dolor y la conmoción que dan lugar a este arte. Sabemos que, muchas veces, esto toca la historia personal y afectiva, que esto toca la memoria y frente a lo que toca a la memoria la expresión artística es muchas veces lo único que puede aliviarla. Es más, mucho del cine representativo de estas técnicas y métodos nos resulta agradable y placentero, nos gusta, sinceramente nos gusta y nos divierte y muchas veces nos conmueve y hasta, quién lo diría, nos lleva a pensar y a discutir a fondo las cuestiones que pone en escena. De hecho, como pinta la cosa, creemos que, en el futuro cercano, lo más probable es que esta aproximación siga viva y dando sus hijitos. Pero algunos creemos que ya ha sido más que suficiente con todo el cuento. Y queremos algo distinto.
Queremos un cine que se atreva a usar unos recursos fílmicos diferentes, de manera audaz, que se atreva a experimentar con las posibilidades formales, que si quiere contar las historias "más alejadas de la realidad", que lo haga, sin ningún tipo de vergüenza o necesidad de rendirle tributo ni pleitesía al pasado. Que nos cuente algo diferente de una manera diferente y, vaya sorpresa, seguramente saldrá algo nuevo. Una película emblemática de esta tendencia tiene una escena maravillosa, divertida y algo camp para nuestra época, en donde parece dinamitar la misma tradición en la que se afirma a lo largo de todo el metraje. En ella, una niña en un puente, una madrugada de diciembre, camina luego de una larga noche buscando su casa, y se encuentra a la Virgensita María, que baja de los cielos y le dice unas cuantas palabras. Es increíble que los cineastas no hayan entendido esto como una invitación a la fantasía en lugar de a la réplica constante de los otros aspectos que esta película trae consigo.
De todos modos, lo más seguro es que seguiremos pensando estos mismos problemas que este "nuevo" cine todavía toca. Si es así, si seguimos pensando en lo mismo, esperamos hacerlo de manera un poco más original, y más divertida. Al menos, no con los mismos métodos.
Ahora sí acaba la exposición.
* Integrante del Cineclub Contrapicado