Space Age Pop: La escapada espacial

Foto: Joss Sarmiento

Joss Sarmiento
Universidad Externado de Colombia
Nunca he creído en rebajar la música adaptándola a lo que algunos consideran el gusto popular. — Les Baxter
Hoy la música ya no sueña. O al menos, no como antes. Cada golpe de sintetizador, cada estribillo diseñado para explotar en TikTok, parece hecho para el momento y no para la memoria. Hay algo robótico en esta obsesión por la funcionalidad: música para trabajar, para correr, para concentrarse, para vender. Música que sirve, pero no que evoca. ¿Dónde quedaron los sonidos que abrían portales? ¿Los discos que nos hacían cerrar los ojos y ver galaxias? En este presente donde todo es inmediato, pragmático y predecible, recordar ciertas músicas del pasado es como redescubrir un lenguaje olvidado.
La utopía espacial siempre ha sido una constante en nuestra sociedad, la emocionalidad que otorga lo que está más allá de nuestro mundo: las estrellas, los planetas y la luz. Desde mitad del siglo XX, la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética trajo innumerables avances en campos como la tecnología, la guerra, el transporte y la percepción del mundo. Esto se extendió incluso hasta el arte, donde las historias de ciencia ficción comenzaron a vivir no solo en libros y películas, sino también —aunque menos recordado— en la música. ¿Cómo logramos llevar algo tan inmenso e incomprensible como el universo al sonido? La respuesta no es técnica, es estética. Es deseo.
En los años 50 y 60, mientras el mundo se sacudía entre la paranoia nuclear y la promesa del espacio exterior, una nueva sensibilidad emergía en los salones de Estados Unidos: el lounge. No era solo un género musical, era un estilo de vida. Jóvenes con trajes bien entallados, cócteles en mano, muebles bajos de líneas limpias y curvas futuristas, luces tenues y un tocadiscos girando con precisión casi mecánica. El sonido que salía de ahí no era jazz, no era clásico, no era tropical —aunque lo tenía todo—. Era una amalgama elegante, onírica y exótica que hoy conocemos como Space Age Pop.
Más que un subgénero, el Space Age Pop fue una visión sonora de un futuro idealizado. Representaba una especie de modernidad domesticada: el espacio exterior convertido en atmósfera de sala. Artistas como Les Baxter, Martin Denny y Esquivel no componían canciones en el sentido tradicional, sino experiencias sónicas. Les Baxter, con sus álbumes como Space Escapade, propuso viajes interplanetarios imaginarios que se escuchaban desde una poltrona. Su música no pretendía imitar el cosmos real, sino uno cinematográfico, incluso kitsch, pero profundamente seductor. Martin Denny, por su parte, aportó esa sensibilidad exótica que hacía sentir que el espacio también podía tener selvas, palmeras y pájaros de neón. Esquivel, tal vez el más excéntrico de todos, convirtió el estéreo en un juguete futurista: voces que se reían desde una bocina y respondían desde la otra, trompetas que explotaban como supernovas en plena sala.
Lo que se escuchaba en los hogares no era una imitación de la realidad, era una promesa de otra. Por eso conectó tanto con la juventud de la época. Aquellos nacidos después de la guerra, criados entre electrodomésticos y autos con aletas, no querían la solemnidad del pasado. Querían la fantasía de un porvenir brillante. Y eso fue el lounge: el soundtrack de una juventud que imaginaba fiestas en Marte, amores interestelares, vacaciones en Saturno. Esta música se convirtió en el fondo sonoro de la arquitectura moderna, del diseño industrial, de las películas de ciencia ficción de serie B, de los comerciales que vendían lavadoras como si fueran naves espaciales.

Foto: Authentic Soundware
No es coincidencia que el auge del Space Age Pop haya coincidido con la revolución del sonido estéreo. Fue en ese momento donde los estudios de grabación se convirtieron en laboratorios de alquimia sonora. Ya no bastaba con grabar instrumentos: había que hacerlos orbitar. El sonido se movía de canal en canal, se multiplicaba, se transformaba. Esto no era música para bailar ni para cantar, era música para flotar. Para imaginar. Para estar. En un mundo sin Spotify, donde un disco se escuchaba entero porque no había prisa, este tipo de composiciones creaban atmósferas tan envolventes como el mobiliario que las acompañaba.
Y si bien el Space Age Pop puede parecer superficial o incluso paródico para algunos oídos contemporáneos, su valor está precisamente en su candidez estética. Porque había en todo esto una especie de ingenuidad valiente: creer que el futuro sería mejor, que el sonido podía abrir portales, que la música podía expandir la conciencia sin necesidad de psicodelia. Era un optimismo sonoro. No el de los himnos ni las arengas, sino el de la sofisticación, el de los detalles, el de una orquesta de veinte músicos tratando de recrear el zumbido de una estrella fugaz. Con la llegada del rock psicodélico, las revoluciones culturales y el desencanto de los 70, el Space Age Pop fue cayendo en el olvido. Las mismas personas que una vez soñaron con ciudades lunares, ahora marchaban contra la guerra de Vietnam o se entregaban al minimalismo crudo del punk. Pero como todo lo que alguna vez tuvo estilo, regresó. En los 90, el lounge tuvo un revival —primero irónico, luego nostálgico— que lo devolvió a las estanterías, esta vez como fetiche de diseño. Bandas como Stereolab lo reimaginaron con loops y electrónica, mientras el cine de Tarantino lo recuperaba como fondo estético de una violencia estilizada. Era como si, al final del siglo, volviéramos a necesitar soñar con el futuro.
Hoy, cuando la inteligencia artificial compone canciones y la música se programa por algoritmos, el Space Age Pop suena más humano que nunca. Porque está hecho de una combinación imposible: tecnología, orquesta, deseo. No hay loops automáticos ni voces planas. Hay vibráfonos, theremines, flautas que simulan meteoros, coros sin palabras, reverbs que imitan la ingravidez. Es música que no se parece a ninguna otra. Y por eso, tal vez, suene cada vez más necesaria.
Volver a escucharla es como abrir una cápsula del tiempo que no nos habla del pasado, sino de un futuro que nunca llegó. Y sin embargo, allí está, flotando entre nosotros. En cada rincón de ese sonido hay una posibilidad de imaginar distinto. Porque a diferencia de muchas músicas contemporáneas que nos dicen cómo sentir, el Space Age Pop sugiere, insinúa, seduce. No grita, no impone. Invita. Y eso, en tiempos de sobreestimulación y ruido, es casi un acto de resistencia.
Tal vez por eso obsesiona tanto. Porque recuerda que hubo un momento donde lo “cool” era tener imaginación. Donde lo elegante era no entender del todo. Donde los jóvenes no necesitaban gritar para ser escuchados. Bastaba con poner un disco, bajar la luz y dejar que la música hiciera lo suyo: viajar sin moverse.
Hoy, más que nunca, eso suena revolucionario.
Bibliografía
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Stereogum. (2017). Space Age Pop: The genre that captured the optimistic spirit of the space race. Stereogum. https://www.stereogum.com/
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Chicago Tribune. (1996, febrero 19). For better or worse, lounge music — yes, that easy-listening dreck — has returned. Chicago Tribune. https://www.chicagotribune.com/
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Baxter, L. (1958). Space Escapade. Capitol Records.
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Denny, M. (1957). Exotic Sounds from the Islands of the South Pacific. Liberty Records.
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Esquivel, J. (1961). Music from a Sparkling Planet. RCA Victor.