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Vejez ambulante: entre la dignidad y el abandono

Foto: Julio C. Herrera / El Colombiano
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Isabella Hoyos Zúñiga

Universidad del Valle

Ya es medio día y en Buga el sol brilla con intensidad. La carrera 16 es concurrida, tiene huecos por donde se le mire y está sucia. El polvo que levantan los vehículos se mete por la nariz y cualquier tipo de basurita que entra a los ojos deja a los transeúntes incapaces de ver por un momento. Acaba de pasar un camión y un “uuuuuf” se escucha proveniente de un grupo de señoras que conversan en la acera mientras reciben aliviadas la sombra de un pequeño árbol. Cuando la nube de polvo se dispersa, veo a lo lejos a don Miguel. Es la 1:40 pm y está haciendo su ruta, empujando su carrito de helados, tocando la campanita por inercia, avisando que por ahí va, que le compren, que lo noten. Va por las calles con el dorso apoyado en aquel carrito rojo, que parece más su andador, y con la mirada en el suelo. 

 

—¡Buenas! —grito.

El hombre se detiene y levanta su rostro. Sin duda tiene más de 60 años. Se dirige hacia mí con paso lento, el carrito golpea los huecos que hay en estas calles abandonadas por las distintas alcaldías. Don Miguel me mira con unos ojos que lucen claros por las cataratas y que son rodeados por unas ojeras teñidas de rojo. 

 

—A la orden, mi niña —su voz es clara y habla con fuerza.

Le pido un helado y mientras lo busca me cuenta la variedad de productos que tiene. La nevera del carrito está casi llena. Hace poco salió de su casa, según me contó. Prefiere este horario, porque en la mañana casi nadie le compra. Cada día, don Miguel recorre toda la carrera 16 —más de tres kilómetros— y otras calles del municipio, bajo el sol o la lluvia y pasando en medio de todo tipo de vehículos, buscando clientes para esa gran empresa para la que trabaja y que solo le deja —cuando tiene un buen día— alrededor de quince mil pesos.

Según el DANE (2021) la población de adultos mayores de 60 años en Colombia es de 6.808.641. El Valle del Cauca hace parte de los 6 departamentos con más alto porcentaje, un 15,4% para ser precisos. Y esta cifra va en aumento. La esperanza de vida en el país actualmente es de 76 años y la tasa de natalidad ha disminuido, pues en 2022 se registraron un poco más de 570.000 nacimientos, la cifra más baja desde 2012.

El aumento de la población de ancianos en Colombia conlleva también distintas problemáticas para las cuales no se tiene una solución completamente efectiva en el panorama. Una de ellas es que, para 2022, tan solo dos de cada diez personas tenían acceso a una pensión. Lo anterior deja a un gran porcentaje desprovistos de algún tipo de auxilio para intentar suplir, al menos, sus necesidades básicas, por lo que terminan sometidos a trabajos que no cumplen las condiciones mínimas de bienestar necesarias en una de las etapas más sensibles de la vida humana.

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Foto: Julio C. Herrera / El Colombiano

César Andrés Hurtado es psicólogo y trabaja en la Secretaría de Bienestar Social de Buga desde hace poco más de cuatro años. Él hace parte del programa que atiende a las personas en situación de calle y vulnerabilidad, categoría en la que clasifican los abuelos que ejercen la informalidad. Por la situación social del país, en las que distintos grupos poblacionales son excluidos del sector laboral, es común ver personas de 60 años trabajando en las calles. Mientras camino por Buga los veo con regularidad, enfrentándose a cambios climáticos y desgaste físico y emocional.

 

—Lo primero que nosotros hacemos es abordar al adulto mayor y solicitarle el número de documento, que casi nunca lo tienen, y como trabajamos en conjunto con entidades como la Registraduría expedimos la carta de habitabilidad de calle o vulnerabilidad y se puede hacer el trámite sin ningún costo.

En Buga, cerca de 132 hombres y 30 mujeres, entre los 40 y 70 años, se dedican al trabajo ambulante. A pesar de que los programas de la Secretaría ofrecen distintos beneficios a la población vulnerable, no todos los candidatos deciden acceder a estos y rechazan todo tipo de ofertas para seguir laborando. Según Hurtado, en Colombia existe una cultura de trabajo que es desesperanzadora, pues una persona de, incluso, 40 años, con mucha dificultad recibe oportunidades de trabajo; además, al colombiano de hace unas cuantas décadas se le hacía inconcebible no trabajar.

—Esa es una situación que nos afecta a todos. Ver a alguien con dificultades de movilidad, en estado de vulnerabilidad, es algo que toca el corazón. Y la gente viene y nos reclama, pero nosotros tenemos casos de hasta 12 solicitudes que en eso se quedan. No atienden los llamados porque quieren seguir sintiéndose útiles. Como Marx dijo: “el trabajo dignifica al hombre”.

Esa frase hace eco en mi mente. Recuerdo que don Miguel, en una charla esporádica, confesó que él quiere ayudar en su casa y no ser un estorbo para su familia.

— Yo estoy acostumbrado a trabajar. Uno viejo y todo, pero trabajo.

¿Cómo puede un ser humano acostumbrarse a trabajar en esas condiciones?

Actualmente en Buga se está llevando a cabo el programa Gestores de Vida con Adulto Mayor, y hace más de tres años se viene realizando un mapeo social en lugares como el centro o la galería, con el fin de identificar a la población de adultos mayores vulnerables y conocer sus condiciones para restablecer sus derechos, como afiliación al servicio de salud, Sisbén y cédula. César Hurtado pronostica que en unos 20 años Colombia será un país vulnerable, pues muy pocos —por no decir que ninguno— de los trabajadores informales o independientes cotizan pensión o salud.

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Foto: Julio C. Herrera / El Colombiano

Crem Helado y BonIce son dos de las empresas que más vendedores ambulantes tienen en sus filas. Aun así, no cumplen con ningún tipo de regulación ordenada por el ministerio de Trabajo: no están afiliados a la seguridad social, no reciben salarios ni prestaciones legales y los elementos de protección personal ante el inclemente clima son un traje impermeable y una gorra. Lo indignante de esta situación es que los conglomerados Nutresa y Quala —propietarios de estas empresas— cuentan con los recursos necesarios para hacer contrataciones legales que cumplan con las condiciones laborales establecidas en el país. Entonces, ¿por qué no lo hacen?

—A uno como vendedor solo le dan un seguro por si de pronto tiene algún accidente mientras trabaja —dice Samir, un hombre que lleva más de 10 años vendiendo productos de distintas marcas. 

El negocio funciona así: en la mañana, los vendedores preparan los carritos o neveras, las llenan con pilas de hielo y se dirigen a la bodega —que no pertenece a la marca— donde los espera una persona encargada. La mercancía se las dan como fiada y al final de la jornada deben pagar lo que vendieron. Aquello que no se vendió se guarda para el día siguiente y si algún producto se daña, los trabajadores deben asumirlo. 

La ganancia depende de lo que vendan: en Crem Helado, varía entre $300 y $600 pesos por cada producto. Para los vendedores de bebidas como Vive 100 la ganancia es de $500 pesos por botella grande. El año pasado, en su reporte integrado de 2022, Crem Helado reportó ganancias de más de $100.000.000 de pesos, sin tener en cuenta a los vendedores ambulantes que día a día lucen uniformes con sus logos y que representan sus negocios en las calles del país.

Según Samir, la mayoría de las personas que trabajan con él tienen más de 45 años y, aunque asegura que le gusta su trabajo, sabe que las condiciones no son las apropiadas.

—Lo de pagar pensión y eso, por ejemplo, pues no pagamos. Es muy difícil. Solo el seguro y pues las ventas dependen de todo, del clima, de la gente, hasta de uno mismo.

El hombre no sabe de qué trata el seguro que le dieron en la bodega, no sabe qué cubre y tampoco sabe dónde lo tiene. No considera que sea necesario llevarlo consigo porque nunca le pasa nada. Ni él ni sus compañeros tienen un contrato firmado con nadie. El día que deseen trabajar van por la indumentaria, venden y vuelven.

—Hoy no fui porque me dio sueño, pero yo trabajo de 9:30 am a 6:00 pm.

Pero no solo en estas gigantes empresas los adultos mayores trabajan de maneras cuestionables. Don Jesús es un hombre que desde hace unos años recorre el centro de Buga vendiendo lotería. Siempre lleva una camisa perfectamente planchada, pantalón de lino y zapatillas bien lustradas. Cada que me lo encuentro, está sentado en una banquita en la calle 7, ofreciendo sus boletas a las diferentes personas que pasan a su lado y que actúan como si él no estuviera ahí.

Normalmente se le ve solo, con el ceño levemente fruncido, los labios perfectamente alineados y la mirada perdida en el cemento que lo rodea. Cada cierto tiempo se pasa una mano por la cabeza, se estira y cambia de posición, pero no de gesto. 

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Foto: Julio C. Herrera / El Colombiano

En Colombia, los vendedores de lotería ganan el 20% de lo que venden en el día. Para ganarse $20.000 diarios, don Jesús debe vender $100.000, lo cual con el paso del tiempo es más difícil y sus ingresos rara vez pasan de $12.000 al día. Según el reporte de la Lotería del Valle en 2021, las ventas disminuyeron 50%, afectando a los más de 1.600 loteros que hay en el departamento.

—Ahora esto se está poniendo difícil. Por eso me he alejado mucho de este punto. También es que hay mucha chancera, en dos cuadras nomás hay como cuatro y de las grandes. La gente prefiere ir a la chancera que a donde el lotero.

Actualmente, según el salario mínimo mensual legal vigente, un día de trabajo vale $54.000 pesos. Siendo así, ni don Miguel, ni don Jesús ni ningún abuelo que ejerce el trabajo informal recibe siquiera el 50% de lo establecido por la ley en este año. Además, la mayoría de los vendedores ambulantes trabajan sábados y domingos, pues son los días en los que las posibilidades de encontrar clientes son más altas. Por trabajar un fin de semana, el precio de la hora laborada aumenta, pero para estos abuelos no aumenta más que el desgaste por los años trabajados. Muchos de estos ancianos ni siquiera son beneficiarios de ningún subsidio.

—Nosotros desde la Secretaría, realizamos la inscripción al programa Colombia Mayor del gobierno, que es un subsidio principalmente para los adultos de 80 años en adelante y en estado de vulnerabilidad. La meta es que todos tengan acceso al programa, pero para eso necesitan Sisbén, para lo que necesitan cédula y hay quienes no acceden.

Cerca al puesto de don Jesús, desde la calle 8 hasta la calle 13, el panorama no cambia. Es el centro de Buga, donde están ubicados todo tipo de almacenes y locales de ropa, calzado, supermercados y electrodomésticos. Son ya las cuatro de la tarde. El flujo de personas es alto. Caminar sobre la carrera 12 es un constante choque de hombros. Recorro unas cuantas cuadras y entro a BugAbastos, la galería central del municipio, sola y silenciosa como de costumbre. En el primer piso del recinto hay unas cuantas decenas de vendedores de artesanías, legumbres y carnes que ni siquiera se molestan en ofrecerme sus productos. Saben que no voy a comprar nada, están acostumbrados.

Este lugar siempre ha chocado con las descripciones típicas de “galería”: es grande, está llena de palomas y de seguro no hay más de 80 puestos. Me dirijo al segundo piso donde hay un restaurante amenizado por una radio vieja que emite una estática con tono semejante a Idilio de Willie Colón. Unos puestos de hierbas y especias y unas señoras que limpian. No hay más. Los vendedores han salido progresivamente desde hace unos diez años, alegando que las ventas habían disminuido, que los clientes no entraban a comprar, que se estaban quebrando. La verdadera galería central está en las calles que rodean el gigante edificio verde con blanco.

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Foto: Semanario La Calle

En cada esquina hay una venta distinta: doy unos pasos y me encuentro un escaparate tan lleno de correas que hasta hoy no sé cómo se sostiene, puestos de mango biche, vendedores de USB, un puesto de arepas, arepas calentadas en tiempo real en una plancha que atemoriza a todo el que pase cerca.

—A la orden.

 

—Le tengo lo que necesite, niña. Bien pueda.

—“¡Por tu maldiiiiito amor!”

 A unas cuantas cuadras veo a don Mario, un señor que carga un carriel y en sus manos lleva unos cuantos pares de medias que ofrece a todo el que se encuentra de frente.

—Tres pares por seis mil. Tres pares por seis mil.

A don Mario no le falta la típica gorra que tienen los vendedores ambulantes. Es lo único que protege la piel de su rostro y sus ojos cansados del inclemente sol que sale en Buga desde las 8 de la mañana y que a esta hora se siente con fuerza.

—Es que si me la quito, me veo más viejito.

Los ingresos de don Mario no son distintos a los de don Jesús o don Miguel. Cada día sale con 5 paquetes de medias, buscando venderlos para "hacerse el día”. Según él, el día laboral todavía vale $21.000 y yo no tuve la cara para decirle que ya no funciona así. Casi nunca vende más de dos paquetes, de los cuales le corresponde un porcentaje muy pequeño. Por eso, para conseguir un poco más de plata, decidió caminar por todo el centro buscando clientes.

—Antes yo tenía un puestico así, pero vendía menos. Se me pasaban las horas y yo ahí sentado perdiendo plata y tiempo, entonces resolví mejor salir de eso y ponerme a vender así de a poquitos. Todas estas calles yo me las recorro en un día, pero a veces sí me canso.

¿A veces? 

En medio de estas rápidas conversaciones con los ancianos me percaté de distintas problemáticas a las que se enfrentan, pero hay un problema que tienen en común y es la salud. La vejez es una etapa delicada debido a todo tipo de cambios físicos, sociales y psicológicos que se van presentando con el paso de los años, como la disminución de la fuerza, la movilidad, la pérdida de la agudeza de los sentidos, la soledad y el abandono.

 

Algunos de estos cambios son inevitables, pero hay enfermedades que se adquieren debido al pesado trabajo ambulante. Por ejemplo, debido a deficiencias en el sistema inmunológico, quienes trabajan en las calles tienen más riesgo de adquirir enfermedades como dengue o covid-19, que pueden ser mortales si no son tratadas a tiempo.

 

Los adultos mayores que se dedican al trabajo ambulante son más propensos a desarrollar dolores articulares frecuentes, enfermedades como artrosis y osteoporosis, problemas de columna, quemaduras solares, dermatitis y hasta cáncer de piel. Aquellos que pertenecen al programa de la Secretaría de Bienestar tienen acceso a una atención en salud de primer nivel y según el seguimiento realizado por la entidad, la mayoría de los beneficiarios le dan un uso provechoso. 

Además, la entidad brinda un acompañamiento con auxiliares de enfermería que son los encargados de los controles trimestrales y los procesos para reclamar medicamentos. También los funcionarios brindan atención a los enfermos postrados, visitas mensuales y demás beneficios cubiertos en su totalidad por el programa, pero el número de adultos que no tienen acceso a la salud aún es muy grande. 

—De vez en cuando uno se enferma, pero pues eso es normal —dice doña Cristina, e irónicamente tose—. Pero pa eso vendo los caramelos de jengibre, vea. Uno de estos le quita cualquier síntoma.

Doña Cristina, a veces, pone su puesto en el parque Cabal. Seguramente tiene entre 60 y 70 años. Habla vigorosamente y fuerte, pues ese parlante que anuncia sus caramelos de jengibre hace casi imposible conversar con ella. Además, otra persona que también vende las mismas pastillitas y que también tiene un parlante se hizo cerca de nosotras. Cuando le pregunté a doña Cristina por ese sujeto, solo frunció los labios y dijo que la persona que le había dado a vender tenía varios puesticos, de lo contrario las ganancias serían mínimas.

Cada paquete trae cuatro pastas y vale $1.200. No puedo evitar pensar cuánto gana doña Cristina, pero no me atrevo a preguntar. Mejor le pregunto por las ventas, aunque la respuesta era previsible.

—Muy poca gente compra, más que todo la gente de antes que tiene la tradición, porque los jovencitos así como usted no. Y eso que antes éramos más…

Según César Hurtado, Buga es líder en los procesos de atención a las personas en condición de calle y vulnerabilidad. Los recursos han sido destinados de manera exitosa a los hospitales, centros de bienestar al abuelo (CBA) e incluso el municipio cuenta con un Centro Día —que hacen parte del programa Colombia Mayor— donde por 8 horas al día los abuelos son atendidos en salud, alimento y realizan actividades lúdicas.

—A nosotros nos encantaría que todos hicieran parte y visitaran el Centro Día, pero vuelvo y te digo, muchos prefieren trabajar. En malas condiciones, en condición de vulnerabilidad, sin garantías. Les satisface irse con $10.000 pesos para su casa, pero ganados por ellos mismos.

Buga es una ciudad que está envejeciendo y no de la mejor manera. Los diferentes motivos que llevan a los abuelos a las calles hacen que esta situación no tenga fin cercano sin importar los esfuerzos de las entidades encargadas. Parece necesaria una reforma pensional, laboral, de cultura, de sociedad. El trabajo independiente ofrece manejo de tiempos, de ganancias y de decisiones, pero sin duda no garantiza ni siquiera la dignidad.

Don Jesús habla con calma, con elegancia. Mientras me cuenta que durante años trabajó como comerciante y era exitoso, dirige su mirada al suelo y asienta con la cabeza. Luego me mira con una sonrisa de esas que se fuerzan, de las que no iluminan los ojos y me pregunta qué número voy a elegir. Yo le digo que elija él, que el lotero es quien debe dar la suerte.

—¿Suerte? Yo de eso no tengo.

ISSN: 3028-385X

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