
Harold Pascagaza
La ausencia y el dolor han estado presentes en la UPN durante este semestre: esa recurrencia de la experiencia del sufrimiento sugiere la permanencia de una crisis. Sus dimensiones son diversas y su comprensión variada en alcance e intencionalidad. Nuestro propósito aquí es concebir la permanencia de la crisis como condición para el pensamiento y la acción, como una tarea de investigación personal y autónoma que pueda llevarnos a un diálogo sobre nuestros temores, ideas y formas de refugio o de cuidado como maestros/maestras en formación. Parece un buen principio el reconocer la ignorancia propia acerca de la experiencia del sufrimiento de los otros y la necesidad de escucharnos atentamente; también, el poner a examen nuestras consideraciones acerca de la muerte como fenómeno cultural y educativo.
No importa tanto la respuesta que demos como el tiempo de reflexión colectiva, pues, el despliegue del pensamiento es aquello a lo que parece más pertinente acudir ante la crisis. Entonces, ¿cómo vamos a habérnosla con esta realidad? Exploremos ambos caminos: primero, el reconocer nuestra propia ignorancia acerca de la experiencia del sufrimiento de otros nos evita la pena del complejo salvador de tragedias “ajenas”, noble tentación, infortunada vocación redentora; en cambio, la honestidad sobre nuestras posibilidades, nuestros límites, es condición necesaria para abordar con seriedad grupal el dolor y la crisis que atravesamos.
Todavía se presenta el caso en el cual no hemos considerado nuestra experiencia personal del sufrimiento. Nuestra responsabilidad aquí es mayor, como maestros/maestras en formación. Sea esta una ocasión para volver sobre sí en clave de examinar una inquietud común acerca del dolor, la muerte y la vida, en su relación con la universidad, los saberes y los afectos, no por alegre momento ocioso, sino porque es en estos momentos de reconocimiento de la ignorancia propia en que podemos afirmar, con Epicuro, que nunca es temprano ni tarde cuando se trata de ocuparnos de la salud del alma.
Es claro que volver sobre sí es una tarea urgente para encontrarnos auténticamente en colectivo, de tal modo que nuestro lenguaje sobre el dolor no sea una sola abstracción fija e infranqueable en la intimidad, sino un verdadero puente, una comunicación efectiva de elaboraciones personales que sumen su luz y dirijan el fuego de la rabia común. Lo anterior implica unas disposiciones para la autoexploración (tiempos/espacios): si la universidad está comprometida con la salud mental no puede renunciar a pensar la muerte (menos en perspectiva de una parte dolorosa de la historia de su comunidad); entonces, debe procurar las condiciones para desplegar el pensamiento. Colegas, ¿no es para la vida que nos disponemos ante el saber y la formación docente? Apartar la vista prolonga los dolores y los reproduce por indolencia.
Segundo, se nos impone revalorar la experiencia conjunta del sufrimiento y de la muerte, no para pasmar la actitud creativa a causa del miedo, sino en perspectiva de hacer de su realidad una posibilidad de vitalizar nuestros tiempos, espacios y saberes, así como nuestras proyecciones en escuelas y territorios. Por ello es necesario insistir en la apertura de una cátedra relativa al cuidado de sí, al cuidado comunitario de la salud mental y el cuerpo, al duelo y la muerte, en vía de la misión de la universidad, siempre que no sea ajena a la formación de maestros/maestras. Eso sí, habría que procurar no perder la capacidad de crítica acerca de los problemas estructurales, tampoco la amplitud en la denuncia, más allá o a la par de la adecuada formación emocional, para no reducir el asunto a la gestión individual.
La institución tiene trabajo que hacer y exigir su cumplimiento es un deber por la dignificación para la labor docente desde la etapa formativa inicial en pregrado. A la vez, cada uno de nosotros/nosotras tiene delante un llamado: ser parte del recogimiento cuidadoso y de la participación pública en la UPN. No se trata tanto de resolver de modo definitivo y seguro la crisis como de hacerse cargo de su existencia: ahí, en la construcción de un escenario serio y participativo para el conflicto y la crisis, disputamos también las posibilidades de elaborar un proyecto colectivo de universidad, pedagogía y ética docente.



